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'Lawfare' contra Camps

Foto: ROBER SOLSONA/EP
1/06/2024 - 

En 2003, Paco Camps se presentó, por primera vez, como candidato del PP a la presidencia de la Generalitat. Eran unas elecciones en las que había cierta incertidumbre sobre el efecto que pudiera tener el desgaste del gobierno del PP y de su presidente, José María Aznar (embarcado en un delirante proyecto atlantista con George W. Bush que le llevaría a meter a España en la II Guerra de Irak), aunque fueran comicios municipales y autonómicos.

Hubo desgaste del PP; de hecho, perdió la mayoría absoluta. Pero no en Valencia, sino en Madrid. En la Comunidad de Madrid, como en la Comunitat Valenciana, el PP presentaba a una nueva candidata, Esperanza Aguirre, en aquella época conocida por sus lapsus y meteduras de pata en su andadura como ministra de Educación y Cultura. El desgaste del PP fue suficiente allí para que una coalición de PSOE e IU pudiera arrebatarle el gobierno autonómico. Pero hete aquí que aparecieron dos diputados del PSOE súbitamente preocupados por la deriva izquierdista del partido, se abstuvieron, hubo que repetir elecciones, y hasta hoy seguimos teniendo al PP al frente de la Comunidad de Madrid. Nada que ver aquí, circulen.

En Valencia, no hubo debacle del PP, que ganó con holgura, comenzando allí el periplo de Camps. Cuatro años después, en 2007 (con el patrón de la Fórmula 1, Bernie Ecclestone, pidiendo en el cierre de campaña del PP el voto para Camps; y no era para menos, con las condiciones leoninas del contrato que Camps había aceptado sin vacilar), el PP tocó techo, tanto en el ayuntamiento de Valencia como en la GVA. Fue la única vez en la que el PP consiguió la mayoría absoluta en la Comunitat Valenciana no sólo en escaños, sino también en votos. Fue el momento álgido de Camps, que sonó como posible recambio de Mariano Rajoy, como una especie de "tercera vía" alternativa al propio Rajoy o a quien se postulaba como sucesora, la flamante presidenta -previo Tamayazo- de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.

En lugar de eso, Camps optó por funcionar como hacedor de presidentes. Su apoyo a Rajoy en 2008 (en un congreso celebrado precisamente en Valencia) fue fundamental para que éste siguiera al frente del PP, pues había quedado muy cuestionado tras perder de nuevo frente a Zapatero en las elecciones generales. 

Francisco Camps junto a Rita Barberá, en una imagen de archivo.

Tres años después, en 2011, Camps afrontaba unas nuevas elecciones en situación precaria. Su modelo de gestión (recuerden: darle a Bernie Ecclestone todo lo que pedía sin vacilar, y hacer lo propio con muchos otros) había quedado totalmente expuesto por los efectos de la crisis. El despilfarro, el descontrol, el gusto por lo faraónico, se combinaba con un déficit estructural que dificultaba cada vez más llegar a los mínimos exigibles en la gestión de los servicios públicos. Durante esa legislatura, además, se había perdido, por completo, el sistema bancario y las cajas de ahorros valencianas, en manos catalanas desde entonces (en aquel momento Camps pudo ofrecer el "consuelo" de que Bancaja se la quedaba Cajamadrid, en manos de Rodrigo Rato, PP de confianza).

Este pobre balance se combinaba con la posible implicación de Camps en muchos de los casos de corrupción que habían aflorado y que comenzaban a investigarse en esos años, en los que al pasotismo casi absoluto de los años de vino y rosas había sucedido un celo purificador que parecía querer compensar por la inoperancia judicial-mediática anterior. Pero todo ello no hizo que el PP o Camps tuvieran problemas para revalidar su mandato, cosa que hicieron en 2011 con solvencia, aunque con un pequeño desgaste (con resultados, en todo caso, superiores a los de 2003).

Y así llegamos a julio de 2011, apenas dos meses después de las elecciones, cuando Mariano Rajoy le pagó a Camps por los servicios prestados, obligándole a dimitir para que sus problemas judiciales no interfirieran con la proyectada victoria electoral del candidato del PP en las Elecciones Generales del mismo año (que, efectivamente, el PP ganó con mayoría absoluta). Con la promesa, explícita, de que su sacrificio no sería olvidado y una vez solventase sus problemas judiciales el partido le compensaría.

Pues bien, trece años después, no puede decirse que a Camps le saliera muy bien la apuesta. No sólo frenó momentáneamente con esa dimisión su carrera política, como quizás pensaba, sino que quedó amortizado para siempre. No parece, en consecuencia, que fiar la resolución de tu futuro a la justicia ofrezca perspectivas muy prometedoras. Si resultas culpable, pues se acabó tu carrera política. Y si resultas inocente, trece años después, pues... ¡también! No sólo por los plazos, sino por el efecto que tiene sobre la percepción pública de una persona que se pase años y años en el juzgado.

El expresidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps. Foto: ROBER SOLSONA/EP

¿Es Camps víctima de lawfare? No lo parece, porque no da la sensación de que su imputación en estos juicios no estuviera justificada, dado que era Camps el máximo responsable de las decisiones que adoptó tanto la Generalitat Valenciana como el PPCV en aquellos años. Sí que ha sido víctima, en cambio, de la exasperante lentitud de la justicia española, combinada con una clase política que lo judicializa todo porque, si no hay jueces de por medio, parece que nadie tiene que asumir nunca ninguna responsabilidad, aunque tu gestión haya provocado un desastre económico y financiero en la comunidad autónoma que gestionas. Y, desde luego, ha sido víctima de su propio partido, que le engañó, con todas las letras, para librarse de él, y una vez conseguido ese objetivo no volvió a mirar atrás.

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