Visité Sri Lanka a principios del año 2017 con ocasión del año nuevo chino. Fue una experiencia muy especial ya que por una serie de razones personales mi mujer, María José, no pudo acompañarnos y viajé con mis dos hijos que en aquel entonces rondaban los 10 y 8 años. Tengo que confesar que era la primera vez que me exponía de forma prolongada, en un escenario exótico y desconocido y solo ante el peligro, a los dos niños durante más de una semana. Desde la ignorancia más profunda anticipaba que iba a tener tiempo para escribir algún artículo divulgativo sobre las inversiones chinas en España así como a hacer una inmersión en lecturas interesantes siempre pospuestas por el ajetreo de la vida pequinesa. Inocentemente me visualizaba en pabellones lejanos al atardecer, saboreando un refrescante gin tonic, dedicándome a estos placeres individuales y pacíficos.
Nada más lejos de la realidad. Fue un viaje maravilloso en el que no tuve ni un momento libre. Conviví con mis hijos sin interrupción, intensa, gozosa y extenuantemente durante esos días. Y juntos, con la mirada limpia, aventurera y mágica de los niños, descubrimos un país maravilloso, vibrante, de buena gente, de lugares fascinantes y memorables, donde la vida, dura y bella se imponía a los pobreza y los infortunios. Tengo recuerdos nítidos de nuestros días en la evocadora Ceilán. Llegamos de madrugada y nuestra primera experiencia fue un desayuno imperial en frente del mar en un viejo hotel colonial cuyo nombre no recuerdo. Luego volamos en un destartalado avión de hélices hasta Sigiriya. Se trata de un enclave de imponente belleza. En una roca están los restos de un palacio y, sobre todo, los espectaculares frescos de las Doncellas (Apsaras). No es de extrañar que fuese declarado en 1982 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En una de sus puertas los niños se enroscaron, con la despreocupación natural de su edad, serpientes que les ofrecían los lugareños. Podría hacer un libro de viajes de aquellos días.
Destaco las ruinas de Polonnaruwa, bellísima ciudad ajardinada de los alrededores del año mil después de Cristo completamente preservada y de una calidad arquitectónica solo comparable con la de Angkor Wat en Camboya aunque más amable e íntima por haber menos visitantes (pero sí una importante comunidad de irreverentes macacos); o la Ciudad Sagrada de Kandy, rodeada por montañas, de gran relevancia para el mundo budista (en el Templo del Diente, palacio real del Siglo IV la tradición afirma que está una reliquia consistente en el diente de Buda). Aquí los niños tuvieron la perturbadora experiencia de presenciar la ceremonia fúnebre de un anciano sacerdote local cuyos restos mortales descansaban en una plataforma repleta de flores. La llamada a su madre exclamando “¡Hemos visto nuestro primer muerto! no resultó tranquilizadora.
También impresiona por su encanto marinero el enclave colonial portugués y luego holandés de Galle en la coste suroeste de la isla: se trata de una ciudad mágica con residencias coloniales desde las que se vislumbra el mar. La lista de lugares atractivos sería interminable y recomiendo sin ningún tipo de reservas su visita. Es una forma suave de entrar en el mundo exótico de la India cuyo primer contacto puede ser excesivamente intenso.
Llegados a este punto, ¿qué ha podido pasar para que este paraíso se haya convertido en un infierno social y económico? Es cierto que la historia reciente de Sri Lanka no ha estado exenta de conflicto desde que alcanzó la independencia del Imperio Británico en 1948. La imposición de la mayoría cingalesa sobre la minoría tamil (traída por los ingleses desde la India como mano de obra más manejable para trabajar las prósperas plantaciones de té y de caucho lo que provocó desde el principio el rechazo de los cingaleses) resultó aplastante. El tamil se consagró como idioma oficial del nuevo país y se decretó la expulsión de la presencia tamil en la nueva administración post-colonial e incluso se retiró la ciudadanía los 700.000 tamiles de la isla que pasaron a ser apátridas. Esta situación de guerra civil larvada estalló años después degenerando en un periodo prolongado de guerras civiles que desgarró al país desde 1983 hasta 2009 año en el que el ejército de Sri Lanka derrotó a los Tigres Tamiles (la organización que perseguía la independencia de la zona norte de la isla con el objeto de crear un estado de etnia tamil).
La reconstrucción y normalización del país tras este conflicto de más de 20 años no ha resultado fácil. Sin entrar en las dificultades propias del periodo posterior a una guerra civil en cuanto a las acciones y procesos encaminadas a tratar de alcanzar una reconciliación nacional que permita una convivencia pacífica, por el lado económico también fue necesario desarrollar un modelo productivo que se ajustase a las necesidades del país. Esto resultó en una economía basada en la exportación de materias primas y productos agrícolas como coco, el té (del que es el mayor exportador mundial), el caucho, grafito y productos textiles. También se procedió la incentivación de las actividades logísticas a través del puerto de Colombo consiguiendo una preponderancia nada desdeñable en la zona del Índico (ha alcanzado la condición del centro de transbordo más relevante del sur de Asia).
Además, de forma paralela a lo que ha hecho su vecino la India, se está igualmente desarrollando todavía de forma incipiente un sector de tecnología de la información y de software muy competitivo. A lo anterior hay que añadir el muy importante crecimiento del sector turístico con los beneficios que comporta ya que permite conocer, como comenté antes, lugares y culturas maravillosos y con los inconvenientes que se derivan del mismo, que conocemos bien en España, en cuanto dependencia del exterior e impacto ambiental considerable. En este sentido, la epidemia de COVID ha resultado especialmente devastadora.
Sin embargo la crisis económica en la que está sumida Sri Lanka tiene elementos novedosos que incluso podrían extrapolarse a otros países como veremos más adelante. Además los efectos sociales en forma de protestas han provocado no solo la renuncia si no también la huida del presidente Rajapaksa. La crisis arranca a partir de decisiones económicas concretas tomadas por el gobierno de Sri Lanka en 2019. Se adoptaron rebajes fiscales populistas lo que redujo notablemente los ingresos del estado antes del comienzo de la pandemia. Además el país era incapaz de pagar las importaciones tan necesarias de combustibles y de alimentos básicos.
Adicionalmente y para complicar la situación, y con el loable propósito de impulsar el sector de agricultora orgánica, el gobierno prohibió la importación de fertilizantes químicos lo que motivó las protestas de los agricultores y el descenso de la producción de té y arroz a niveles preocupantes. Todo esto resulta en una gran dificultad para obtener ingresos del exterior lo que a su vez dificulta el manejo y repago de su abultada deuda externa principalmente con China y que se utilizó para financiar macro proyectos de infraestructura de dudosa viabilidad y rentabilidad. La situación empeoró con la guerra de Ucrania y el incremento generalizado de los precios del petróleo, otras materias primas y medicinas esenciales hasta colocarse al borde la bancarrota si no se procedía a una reestructuración de la deuda. Los datos resultaban escalofriantes: los precios de bienes de consumo se incrementaron en cerca de un 60%, del transporte en un 128%. Todo esto resultó en una situación de escasez de alimentos, incremento de los tipos de interés y devaluación de la moneda. No es posible que los escasos 2.000 millones de dólares de las reservas en moneda extranjera puedan hacer frente a unos pagos de anuales de deuda de 7.000 millones.
Parece que el rescate de la economía de Sri Lanka es inevitable. De hecho antes de que a la crisis económica se sumase la política, los funcionarios del ministerio de economía de Sri Lanka estaban negociando con el FMI una inyección de 3.000 millones de dólares para hacer frente a las necesidades más urgentes. Sin embargo los avances son lentos. Hay que destacar un factor novedoso relevante en esta crisis y es la posición de China como prestamista dominante. Esta situación proporciona a Beijing una palanca de poder más que considerable pudiendo llegar a controlar el destino de Sri Lanka. Y esta circunstancia no es única ya que China, en el marco de su política de la Franja y la Ruta (One Bell One Road) también ha invertido de forma análoga en las economías de Laos, Pakistan, Maldivas y Bangladesh por hablar de los casos más evidentes. Esta estrategia de dependencia económica puede resultar determinante para que Pekín incremente su influencia política en la región.