VALÈNCIA. "¿Tú quieres trabajar, rojo? Pues ve a enterrar a los tuyos". Así comienza la trayectoria de Leoncio Badía como enterrador de Paterna durante la represión de la dictadura franquista. Entre los años 1939 y 1945, fue castigado a sepultar a las víctimas fusiladas en fosas comunes, formando así parte de la trágica historia del denominado Paredón de España, lugar que ha sido escenario de 2.238 asesinatos.
Al estallar el golpe de Estado que dio paso a la Guerra Civil, el joven treintañero se alistó como voluntario en el bando republicano. El hecho de contar con formación en materia de mecánica y disponer de carné de conducir marcó su camino para conseguir el oficio de chófer de coronel. Pero este no duró mucho, ya que su vida dio un giro de 180 grados cuando el fin del conflicto bélico tuvo como resultado la victoria de los sublevados en 1939.
El inicio del régimen de Francisco Franco fue acompañado de un periodo de represión contra todos aquellos contrarios a la ideología impuesta. Se estableció una violencia física, política, económica y cultural que invadió a la sociedad española y que supuso la persecución de miles de personas, entre las que se encontraba Leoncio Badía.
Así pues, al regresar a Paterna -antes se había desplazado a Barcelona- le pegaron una paliza, lo detuvieron y un juicio sumarísimo sentenció la pena de muerte; algo que nunca llegó a ocurrir. A día de hoy, su entorno desconoce por qué razón esquivó el destino que sí vivieron muchos de sus compañeros; una salvación que le permitió continuar su camino hasta que falleció a los 83 años.
El perdón no fue sinónimo de libertad: al conversar con el alcalde sobre su búsqueda de trabajo, este lo envió al cementerio municipal, algo que Maruja Badía, hija de Leoncio, define como un castigo. Fue entonces cuando comenzó su labor de ayuda a las familias para identificar a sus seres queridos, arriesgando su propia vida con tal de dignificar el honor de los que ya no estaban.
"Colocaba a los fusilados en una posición digna y recortaba todo lo que los pudiese identificar, como botones o trozos de tela. Lo ponía en cestas porque él sabía hacerlas y, cuando venían los familiares a preguntar, les enseñaba los objetos que había guardado y les decía dónde estaban enterrados", explica la hija del enterrador. "Cuando sabía el nombre, cogía una botellita y lo escribía dentro. Entonces, la ponía junto al cuerpo. Pensaba siempre en el futuro, por si con el tiempo podían descubrir quién era", añade.
También era recurrente, cuando le era posible, ir por la noche al cementerio acompañado de los familiares. Maruja Badía recuerda el caso de Peset Aleixandre, pues su padre lo lavó, lo puso en una caja y quedó con sus hijos a las tres de la madrugada. De esta forma, evitó que lo enterrasen en la fosa común con el resto de víctimas.
A pesar de que no le contaba ni a ella ni a sus hermanos sus jornadas diarias, compartió con ellos el que fue el episodio más duro que jamás vivió: "Una de las veces que le tiraron una saca, mi padre vio que un señor se movía, cogió una manta y lo tapó. Se acercó al cura, a ver si le tocaba el corazón, y le dijo 'Esto es un milagro, está vivo después de los tiros, lo tenemos que salvar'. El cura sacó una pistola de su sotana y le dijo que si no quería acabar como él, se fuese", relata con tristeza. No pudo hacer nada por él.
Todas estas acciones se han visto reflejadas en las exhumaciones realizadas en el cementerio de Paterna. Tal y como explica Alejandro Calpe, miembro fundador de Arqueoantro -asociación encargada de las excavaciones, que también ha trabajado en las fosas de Llíria-, los arqueólogos y arqueólogas han encontrado cuerpos colocados intencionadamente en una posición digna, hecho que plasma la voluntad y el respeto del enterrador.
Aun así, para Calpe, lo más destacable es la ayuda brindada al guardar los retales y a la hora de informar sobre los paraderos: "Intentó ayudar a las familias dentro de sus posibilidades, dependiendo de cómo pudiese gestionar cada momento hacía una cosa u otra", declara. A parte de la supervisión, la complejidad recaía en la elevada cifra de personas a las que daba sepultura diariamente, ya que en los primeros años del franquismo es cuando se produjo la práctica totalidad de los fusilamientos.
Son muchas las familias que han agradecido la labor de Leoncio porque gracias a él han podido avanzar en la búsqueda de sus allegados. En muestra de agradecimiento, el municipio instalará en breves una estatua en modo de homenaje en una plaza que ya ha sido bautizada con su nombre, en las inmediaciones del cementerio. También ha recibido la Alta Distinción de la Generalitat Valenciana.
Estos gestos de agradecimiento llenan de orgullo a Maruja Badía, que lucha por difundir la historia de su padre a toda la población a través de manifestaciones, entrevistas y charlas. La historia de un hombre apasionado de la lectura que soñó con ser profesor, defendió sus valores hasta su muerte y vivió sin miedo, protegiendo a su familia. Porque, tal y como él mismo dijo una vez, "el odio no lleva a nada bueno, pero esta barbarie no la podemos olvidar".