A propósito de lo de Lalachus en Nochevieja y la proposición de ley del PSOE para suprimir el delito de ofensa a los sentimientos religiosos, me había propuesto escribir una columna sobre la libertad de expresión pero a medida que me saltaban las ideas me iba dando cuenta de que ya las había expuesto en sendos artículos en 2018 y en 2021, y puede que en alguno más. Y como mi opinión es la misma sea quien sea el ofendido –al contrario que la de muchos opinadores–, me permito remitir al lector a esos artículos y abundar en mi defensa de la libertad de expresión, que por desgracia nunca dejará de estar amenazada.
La broma de Lalachus en RTVE la noche de las campanadas –mostró una estampita del Sagrado Corazón de Jesús con la cabeza de la vaca del Grand Prix– nos ha devuelto a las polémicas de hace 40 años, cuando la única alternativa a La 1 era La 2, entonces conocida como UHF.
En esa cadena marginal, una noche de octubre de 1984, el programa La edad de oro que dirigía Paloma Chamorro exhibió unas imágenes que acompañaban la actuación de un grupo musical que mostraban fugazmente una figura humana con cabeza de cerdo crucificada, y se armó la de Dios es Cristo. Chamorro fue procesada por "profanación", según el antiguo Código Penal. Como aquello no podía ser delito, resultó absuelta seis años después por la Audiencia de Madrid, que condenó al abogado querellante a pagar las costas "por su evidente temeridad y mala fe" y por "mantener una acusación penal carente de sentido". El abogado recurrió y el Tribunal Supremo ratificó la absolución pero anuló la imposición de costas al letrado, lo que obligó a Chamorro a pagarse las suyas acumuladas durante nueve largos años de proceso.
Meses antes había dimitido el director de Caja de ritmos, Carlos Tena, después de la que se armó cuando sacó a las Vulpes cantando Me gusta ser una zorra, cuya letra no pasaría hoy el filtro de los censores de la otra esquina del cuadrilátero. El fiscal general del Estado le puso una querella a Tena, de la que también salió absuelto gracias a que la mayoría de los jueces entendía y entiende la importancia de la libertad de expresión.
En ambos casos, los programas televisivos habrían pasado sin pena ni gloria si no llega a ser por los abogados, fiscales y periódicos conservadores, especialmente Abc, que se encargaron de hacer llegar a todo el mundo aquello que repudiaban. El efecto Streisand avant la lettre. Con la estampita de Lalachus ocurrió lo mismo, que preparando las uvas unos no se dieron cuenta y otros no le dieron importancia, hasta que al día siguiente salieron a escena los ofendiditos.
La provocación de la humorista fue un recurso facilón para ganar fama y audiencia en estos tiempos en que la caterva entra al trapo con una facilidad lastimosa. Si lo sabrá Broncano, que conoce el medio tanto como Pablo Motos. Ser odiado por unos y querido por otros da más audiencia que pasar inadvertido. En palabras de Risto Mejide, también experto en la materia, "si cuando dices algo nadie se molesta, es que no has dicho nada".
Chistes sobre curas y sobre la Iglesia los ha habido siempre. Cuando lo de Paloma Chamorro no hacía ni diez años que se había muerto Franco –como se va a encargar de recordarnos Pedro Sánchez de aquí al 20 de noviembre– y la apuesta era osada, arriesgada. Como la de Els Joglars con Teledeum. Hoy en día, hacer bromas sobre las creencias de los católicos en España es como hacer chistes de gordos, que a unos les hace gracia, a otros les molesta y a la mayoría se la trae al pairo.
Por cierto, no confundir la ridícula denuncia judicial de Abogados Cristianos con la comedida protesta de la Conferencia Episcopal, que lo único que ha hecho ha sido ejercer el mismo derecho a la crítica que Lalachus cuando, después de sacar la estampita, vino a pedir que no se hagan chistes de gordos. A eso habría que responderle lo mismo que a los católicos: si no te gusta, no te rías o cambia de canal.
Como escribí hace cuatro años, igual de importante que la libertad de expresión es la libertad de atención: la libertad de cambiar de canal, de bloquear a una persona en redes sociales, de dejar de mirar qué hace el ‘enemigo’ no vaya a ser que nos ofenda. Circula por el ciberespacio una frase que no sé de quién es pero me parece muy acertada: "Si todo lo tomas por lo personal, vivirás ofendido; recuerda que las personas no te hacen cosas, las personas hacen cosas, y tú decides si te afectan o no".
O como advirtió Paloma Chamorro aquella noche de octubre de 1984 en La edad de oro: "Les recordamos que existe otra cadena y si no, otras ocupaciones. Hay muchas personas a quienes sí les interesan estas cosas y nadie tiene la obligación de ver la televisión todo el tiempo".
Muy de acuerdo, por tanto, con la iniciativa del PSOE de eliminar el delito de ofensa a los sentimientos religiosos del Código Penal. Sería aún mejor que aprovechara esa reforma para volver elevar las penas del delito de malversación que rebajaron de manera vergonzosa, vía enmienda, hace ya dos años.