CASTELLÓ. En las últimas décadas hemos visto un cambio significativo en el modo de entender la relación entre el empleado y el empleador. De una forma paulatina, pero constante y decidida, se está avanzado hacia una visión más humanizada del trabajo, pasando de considerar a los empleados meros recursos, a verlos como lo que son, personas.
Las personas piensan, sienten y eligen. Sí eligen y, como estamos viendo con la famosa "gran renuncia", eligen a aquellas empresas que entienden que esto no va de jefes y empleados, sino de compañeros de viaje que deciden recorrer un camino juntos. Un camino basado en el respeto mutuo, en el 'win to win' y, sobre todo, en la confianza.
En este contexto, las empresas necesitan poder confiar en sus personas, más aún en el actual escenario de teletrabajo. Al mismo tiempo, las personas necesitan sentir que cuentan con esta confianza.
La confianza no puede ser ciega. Necesitamos de un liderazgo adecuado para hacerla posible, firme y robusta. Los mandos intermedios y directivos son la pieza fundamental que conecta la cultura (propósito, valores, misión, visión), la estrategia y los objetivos de la organización, con las personas y hace posible la confianza.
Este cambio de paradigma ha planteado a las empresas la necesidad de someter a examen como están liderando a sus equipos, y si lo están haciendo de un modo sostenible en el escenario actual.
El liderazgo tradicional del que venimos se caracteriza por la predominancia de cualidades tales como el carisma, la individualidad, la orientación a la tarea y a la línea de mando, a busca el éxito y el reconocimiento personal más que el colectivo. Hoy se nos está pidiendo avanzar hacia un liderazgo más "en femenino": colaborativo, empático, muy orientado a las relaciones personales.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de liderazgo masculino y femenino?
En primer lugar, hay que aclarar que realmente no es que exista un liderazgo de hombres y otro de mujeres, sino que nos servimos de los atributos que tradicionalmente se han asociado al hombre y a la mujer, para distinguir dos tendencias en la gestión de personas. Por tanto, no se refiere al sexo (bilógico: H/M) sino al género (cultural/social: M/F), entendido en un modo tradicional.
Es decir, cuando hablamos de liderazgo masculino o femenino estamos haciendo referencia a las creencias o atributos que, en una determinada cultura, se asocian a cado uno de los sexos. Los factores genéticos influyen en el comportamiento humano solo hasta cierto punto. Los factores ambientales tienen un peso importante, pudiendo incluso impactar en la propia morfología y funcionamiento del cerebro.
Por tanto, la clave no está tanto en los genes, sino más bien en la educación, la formación y el entrenamiento (experiencia). Cualquier persona, hombre o mujer, puede desarrollar los comportamientos del verdadero liderazgo, que actualmente se están fortaleciendo y enriqueciendo con el rol femenino. Solo hay que tomar consciencia, querer y entrenar.
Se trata de poner un mayor foco en las personas, en la preocupación por su bienestar, escuchando sus aportaciones, considerando sus inquietudes y motivaciones, atendiendo a sus emociones; con verdadera vocación de servicio, entendiendo que liderar supone estar al servicio de los demás. Se trata de dar en lugar de recibir.
Por historia, en este momento, la mujer cuenta con siglos de ventaja de puro entrenamiento en esto del "liderar en femenino". Si echamos la vista atrás y analizamos el comportamiento de la mujer a lo largo de los años, en la mayor parte de las culturas y épocas (siempre hay excepciones que confirman la regla), vemos como los comportamientos asociados al liderazgo femenino, por exigencia social, han estado más presentes en mujeres que en hombres.
Siglos de historia y, seguramente, la propia morfología del cerebro, entre otras cuestiones fisiológicas, como el funcionamiento de las hormonas, facilitan a la mujer el desarrollo de los comportamientos y actitudes que hoy demandamos a las personas que nos "gobiernan". A lo largo del tiempo, la mujer ha desarrollado en su ADN el gen del liderazgo empático, sencillo, honesto y con mucha, mucha vocación de servicio.
Una percepción integral de la persona, teniendo en cuenta no solo su dimensión laboral, sino también la personal y familiar, sin perder de vista que todo en nuestras vidas está conectado.
Ir más allá de organizar tareas, supervisar el trabajo o hacer que se cumplan las normas y objetivos, buscar el sentido a lo que hacemos.
Priorizar el bien común, sobre el individual.
Aportar antes de exigir.
Apoyar a otros para crecer juntos.
El verdadero éxito será alcanzar un liderazgo equilibrado, que se sea capaz de incorporar los atributos que aportan valor de cada enfoque, adaptándonos a cada situación, persona y equipo, sin necesidad de poner el foco en el sexo o genero de quien lo ejerce.
Para ello necesitamos abrirnos al valor de todo lo positivo que nos aporta liderar en femenino.
No le cierres la puerta, déjalo entrar.
Carmen Mª Pérez Lacal
Responsable de Recursos Humanos Inforges
Foto: RojoLover by Mª José Puche