ALICANTE. La compañía La Màquina, dirigida por Rafa Cruz en colaboración con Gretel Stuyck, estrena en València Doña Rosita la Soltera con algún verso de Carrá, un espectáculo que supongo heterodoxo y muy atrevido. Está hasta principios de febrero en la sala de la propia compañía, calle Padre Jofé. Yo no acabo de ver la mezcolanza entre el poeta y dramaturgo con la artista italiana. Como vivo en las comarcas del sur igual tengo que ir a verla a sabiendas de que no me va a gustar: por mí que no quede en cualquier caso. Doña Rosita la Soltera fue escrita en 1935 con una intención nítida de reflejar el estigma de la soltería en una España muy retrasada, muy obsoleta en muchas cuestiones, muy cutre. "La tragedia de la cursilería española", como la definió el propio autor. A la Falange, y a los sectores más ultramontanos de la derecha, le sentó como un tiro la sátira del que denominaban 'García Loca' en alusión a su homosexualidad.
La sátira se resuelve en un profundo drama con tintes muy líricos. Yo vi una adaptación, soberbia, de Miguel Narros con Verónica Forqué de protagonista a mediados de la década de los 2.000 en el Teatro Principal de Alicante. Forqué, ¡ay¡. Rafa Cruz justificaba la melé hace unos días, en este mismo periódico, en que "si Lorca hubiera coincidido con Carrá le hubieran encantado sus canciones". Lorca y las lentejuelas. No lo tengo yo tan claro: tal vez el autor de Poeta en Nueva York hubiera preferido a Rozalén, Rodrigo Cuevas o Miguel Poveda. O El Niño de Elche, Francisco Contreras, que está que se sale con su último montaje Cante a lo gitano. No entiendo la presunción de esa exótica conexión entre Doña Rosita, una oda a la soledad mal entendida, y una cantante frenética, vital, y optimista. Para hacer bien el amor hay que venir al sur. Explótame explótame explo, explota explota mi corazón.
La teoría cultural es muy compleja y las adaptaciones aún más. Hace ya meses vi la versión de Carmina Burana, de Carl Orff, a cargo de La Fura del Baus y que ahora se representa en Barcelona: un ejercicio de transgresión, técnicamente impecable y bello sobre un compositor que fue del máximo gusto de las elites nazis: ahí está el truco del almendruco, o uno de ellos. Subvertir códigos. Lo mismo que Israel Galván reinterpretando Carmen, de Meérimée, en el cierre de la Bienal de Flamenco de Sevilla y acompañado por la Sinfónica de la capital hispalense: palabras mayores. Uno de los genios de la danza experimental española que en la obra hace de todo, de toro, de toreador, de cigarrera, de puta...Quiero decir, que las artes escénicas contemporáneas están para revolucionarnos la neurona, el resto, es tedio. Es lo que me pasó también viendo una coreografía de Asun Noales sobre Romeo y Julieta de Prokoviev con la Orquesta Sinfónica del ADDA que dirige Josep Vicent. Fue el pasado mes de diciembre.
Paolo Sorrentino dedica el arranque de La Gran Belleza (2013), una de sus mejores películas, con un tecno-mix larguísimo de música de Raffaela Carrá en medio de una fiesta con algunos tintes orgiásticos de la alta sociedad romana. Sorrentino y Carrá (fallecida hace cuatro años) son coetáneos. El director homenajea a Carrá en su vitalismo gamberro. Se retroalimentan.
La Màquina es una compañía que hace una labor didáctica muy positiva y loable, incluida la danza. Y Rafa Cruz es un personaje experimentado, exdirector del Centro Valenciano de Arte Experimental, con referencias culturales muy extensas. Algunas crónicas culturales rememoran su espectáculo Les nits de Salustiana (2020) que supuso algo así como una herejía fallera con un metamensaje sobre los poderes que manejan la fiesta, con referencias a Federico Fellini y Samuel Beckett entre otros. Sabe de lo suyo; escribe textos, diseña escenografías y cien cosas más.Pero, vuelvo al principio, ¿para que mezclar el tocino con la velocidad? No lo entiendo.
La perra andaluza es una serie que se puede ver en Filmin bajo el titulo expresado y que yo, ingenuo, pensaba que era en homenaje a Luis Buñuel y a Salvador Dalí en Un perro Andaluz, todo un manifiesto surrealista. Vi diez minutos del primer capítulo: una payasada supuestamente queer repleta de tópicos y en un tono soez. La cultura, la culturilla en este caso, da para todo. El mercado todo lo absorbe desde los estudios previos de la mercadotecnia capitalista (Marcuse). Y eso: se cuela lo que se cuela.