La ofensiva comercial fue por tierra, mar y aire. Hubo cromos, pegatinas, agendas escolares, barajas de cartas, muñecos, libros, VHS y un tebeo de Los Aurones. Para ser una serie española, la apuesta por el merchandising fue total. El cómic se regalaba con las galletas Tosta Rica, un producto que se acababa de lanzar con dibujos de caramelos de la serie japonesa de Alicia en el país de las maravillas, pero paradójicamente, recordamos más a Los Aurones por los motes
VALÈNCIA. Tengo inmejorables recuerdos de la programación infantil de la sobremesa de los fines de semana de los años ochenta. Fueron grandes momentos con Ulises 31, La vuelta al mundo de Willy Fog, D´Artacan y los tres mosqueperros, David el Gnomo, El inspector Gadget, Los Snorkels, El gato Isidoro y Daniel el travieso. No sé ni cuándo ocurrió ni cómo, pero lo mismo que un día iba a ver Barrio Sésamo y salió Los mundos de Yupi, de repente una tarde de sábado lo que estaban echando era Los Aurones. Me marqué un Matías Prats Jr y me sentí ultrajado.
Lo mismo que cuando empezó El Precio Justo y en los patios de colegio y las galerías de alimentación todo el mundo enloqueció con el ¡A jugar! aquí pasó algo parecido, concretamente, con dos motes. No hubo colegio en el que no aparecieran un Poti y un Gallofa. En los partidos de fútbol del barrio gritabas ¡Gallofa! y volvía la cabeza uno de cada equipo.
A mí, personalmente, recuerdo que no me gustó esta nueva serie. Debía ser un esnob ya por entonces, porque las producciones españolas que vinieron después de esta ya no me gustaron. Ni Delfy y sus amigos ni Los Fruittis. Tampoco se puede negar que, al hacerme mayor, dejé de ser público para estos productos, que venían todos de la productora D'Ocon Films. Pero se ha dicho en páginas como Yo fui a EGB que el cisma que crearon Los Aurones se debió a que eran marionetas en lugar de dibujos, que era a lo que estábamos acostumbrados. Lo pongo en duda, Fragel Rock eran marionetas y lo petaban y la película Cristal Oscuro la considerábamos la mayor obra de arte jamás concebida.
En mi caso, aunque fuese más mayor, seguía viendo dibujos, me tragué una vez la reposición entera de Heidi, por ejemplo, seguía Campeones y Los caballeros del Zodiaco, incluso de adulto he disfrutado como un loco con El laboratorio de Dexter, pero estas series nacionales no me entraban. Una pena, porque Antoni D' Ocon llegó a tener más de cien profesionales audiovisuales trabajando para elaborar creaciones propias. Según Wikipedia, la importación masiva de productos estadounidenses y japoneses acabó con ellos y eso es una pena. Como sabemos, no es un fenómeno exclusivo de su sector, pero sí debería ser uno de los que más a salvo tendrían que estar. Desde fuera debería ser más difícil conectar con nuestro público, sin embargo no es así.
La cuestión es que en el excelente blog Aquellos inolvidables tebeos han recordado los cómics de Los Aurones. Venían firmados por Beaumont y Josep Viciana. El primero era Ángel Julio Gómez de Segura, que había creado Merche, Zóltan el Cíngaro y trabajado en la serie de El Capitán Trueno. A finales de los 70, se especializó y creó el Estudio Meaumont que publicaba adaptaciones televisivas como Heidi, Marco, Érase una vez... el hombre o la más famosa de todas, Mazinger Z. Por su parte, Viciana era un hombre cercano a D´Ocon que trabajó como guionista en todas las series españolas aludidas, luego fundó Neptuno Films y, este sí, sigue en activo y series como La vaca Connie o Megaminimals ha logrado exportarlas al mundo anglosajón. Los Aurones fueron una creación suya. En principio, la idea era para una película, pero luego se quedó en serie.
La puesta en escena tenía un punto gracioso. Se supone que los miembros de esta tribu desconocían el valor del oro. Tenían mucho y lo empleaban para otras cosas. Mientras tanto, la monarquía del malvado rey Grog trataba por todos los medios de arrebatárselo. El monarca, para lograr sus planes, tenía a Gallofa, que en realidad era un metepatas, y con los buenos estaba Poti Poti, que era un dragón. De hecho, el primer número de los tebeos contaba su nacimiento. Cómo conseguían un huevo gigante del que finalmente aparecía esta simpática, o irritante, según el público, criatura. Para mí tenía un punto de jakovasaurio.
El protagonista, Tejo, podía lanzar unos rayos con los que convertía a los malos en frutas. No me extrañaría, por cómo están concebidas algunas viñetas de estos tebeos, que de esa idea salieran luego Los Fruittis. No en vano, su autor creó luego un programa de animación, el D´Oc Animation System, en colaboración con alumnos de Diseño de la Universidad de Grenoble, para digitalizar y colorear imágenes en ocho bits con el que se hizo Los Fruittis.
No obstante, lo que es un auténtico momento magdalena de Proust con estos tebeos es que se regalaban con los productos Cuétara. Así, entre sus páginas, aparecen publis de la casa no menos interesantes. Porque Los Aurones salieron de la programación televisiva, pero siguieron presentes en productos promocionales de todo tipo debido a su popularidad. Uno de ellos, el más recordado, las Tosta Rica. En uno de estos tebeos aparece ni más ni menos que el anuncio promocional de esta nueva serie de galletas. Como sabor, no puedo decir que tuvieran nada particular. Desde luego, no estaban por encima de las codiciadas Marbú Dorada o las Chiquilín, pero el hecho de que llevaran dibujitos hechos con caramelo las hizo inmortales en nuestras mentes diminutas, que cantaba Cai. El primer tuneo que llevaron estas galletas fue el de la serie japonesa Alicia en el país de las maravillas, pero luego incorporaron todos los dibujos de sobremesa, desde el Inspector Gadget a Los Snorkels. La canción de Teresa Rabal para el spot todavía retumba en nuestras cabezas.
Lo flipante es que para aquel entonces, tratándose de una serie española, tuviera no solo un cómic y unas galletas. También visores, cromos, imanes de nevera, pegatinas, barajas de cartas de Heraclio Fournier, musicasetes, figuritas, agendas escolares, libros, VHS, puzzles, pins y adhesivos de bollos de Bimbo. Un despliegue salvaje que recuerda a los actuales por tierra mar y aire de franquicias estadounidenses o japonesas. Aunque lo paradójico es que se recuerde más la serie por los motes que salieron de ella que por la invasión de merchandising.