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Los veranos en el Cantábrico, la moda y Sorolla

2/09/2023 - 

VALÈNCIA. “Lo cierto es que los aeropuertos han visto besos más verdaderos que los salones de bodas y las paredes de los hospitales han escuchado rezos más sinceros que las iglesias” decía Ana María Matute a propósito del único sentimiento que me importa junto con la belleza: el amor. “Si als teus ulls jo veig el mar, vuic ser roca de coral” [Si en tus ojos veo el mar, quiero ser roca de coral] añadió la cantante Suu y Carlos Sadness en su single “Barcelona Tropical”. El amor a lo que vivimos es la experiencia más completa que nos puede brindar la vida.

La mejor sidra se hace en una casa de Grameo, una aldea asturiana en plena cuenca minera, con cuarenta habitantes y mil quinientos metros de altura desde donde no se ve nada al amanecer por una nube que se encaja en el valle. No hay discusión, es esa. “Esa sidra no se escancia. Se bebe directa” nos dijo una asturiana majísima que teníamos por vecina. Y tenía razón. Aquella era una verdadera sidra. Un licor perfecto. Una aldea de casitas de colores, en las que el gallo canta a deshoras porque está desorientado y el gato Winnie es simpatiquísimo, se convierten en el contexto para hablar del amor al verano en España. Ya sedujo el Cantábrico a Joaquín Sorolla hace más de cien años.

Corría la Belle Époque –ese período anterior a la Primera Guerra Mundial en el que el lujo se manifestaba de formas desorbitadas entre las clases altas y la miseria era indiscutible para el setenta por ciento de la sociedad– y San Sebastián, Ribadesella, Zarautz o Santander se establecieron como epicentro del lujo estival de las clases altas españolas. En él, la élite social desplegaba sus mejores vestidos, se disfrazaba, iba a la playa, daba fiestas y recepciones a las que iba la realeza… ¡Comillas se convirtió en la capital española por un día el cinco de septiembre de 1881 tras la decisión de convocar el consejo de ministros! Sorolla trazó un minucioso recorrido por la sucesión de tendencias de la época del cambio de siglo desde esas playas, que, en definitiva, son reflejo de las profundas transformaciones que impuso la llegada de la modernidad a la sociedad.

La visión del artista valenciano planea sobre todos los ámbitos y siempre se basa en la importancia indudable de esa tímida hermana del arte: la moda. Descubrimos un Sorolla íntimo, que pinta a su mujer y a su hija como sus musas, abriéndonos una ventana a su vida privada y su realidad cotidiana. También un Sorolla público, un afamado retratista de la alta sociedad que plasmó los nuevos hábitos de ocio de la pujante burguesía, como los viajes para tomar saludables baños de mar a la costa cantábrica o levantina que empezaban a ponerse de moda entre las élites y que fueron el germen del turismo actual. También un Sorolla bohemio, que viaja con frecuencia a París y se convierte en cronista visual del ambiente vanguardista de los cafés, del teatro, de la ópera, de la Alta Costura y, en definitiva, de los nuevos placeres de la vida urbana y cosmopolita. Siempre tomaba especial atención en recrear la moda del momento, que podemos apreciar en recopilaciones fotográficas y en su obra, como únicos testigos de una época y sociedad que iba quedando atrás a medida que los actos se iban superponiendo. Veranos en el Cantábrico (Editorial Turner, 2022) retrató a este Sorolla. Mariana Gasset –su editora y cabeza pensante detrás del proyecto– encontró entre familias y aristócratas a Sorolla. Manuel Carvajal (1865-1936), duque de la Vega y marqués de Aguilafuente, no se despegaba de la cámara. Una de sus instantáneas más logradas es el retrato del pintor Joaquín Sorolla en Zarautz, con el Cantábrico en el horizonte y un lienzo todavía fresco. El cuadro se titula “Bajo el toldo, Zarautz”. Hoy en día, esos popelines blancos en forma de vestido –todavía quedaban años hasta la llegada del bikini– con guantes y pamelas atadas con ligeros chales fue la forma con la que el pintor retrató a su familia en tierras bañadas por el Cantábrico.

La relación del pintor con el cantábrico fue total, al igual que con la moda. Se le conoce como el pintor de la luz por sus playas cantábricas y mediterráneas perfectamente retratadas, pero a partir de ahora muchos verán a Joaquín Sorolla como el pintor de la moda, una pasión que marco su vida y que ha quedado reflejada a en su obra. Sorolla fue un cazador de tendencias, un sabueso que rastreaba las novedades de cada temporada y un esteta que cayó rendido ante las creaciones de los modistos más vanguardistas y rompedores de finales del XIX y principios del XX, unos años de cambios decisivos para la moda.

Los expertos remarcan la modernidad del pintor valenciano, que fue fiel a una estética elegante, sin extravagancias ni estridencias. Era un esteta, un enamorado de los objetos bellos que nunca perdió de vista el refinamiento y el protocolo, como en las escenas junto al mar en las retrató con detalle tanto el vestuario como los complementos. Un poeta del blanco, pero también del negro, colores que declinó con maestría para lograr inmensos matices, tantos como texturas encontró en su vida. Estuvo en Madrid, Nueva York, Londres y París y se codeó de primera mano con las principales tendencias. ¿Cuántas veces encargó a Jeanne Paquin vestidos que recogía antes de volver a casa? ¿Cómo fue la sensación del pintor al encontrarse en unos grandes almacenes de París uno de los primeros Delphos del señor Fortuny?

No he conocido en la historia a nadie más moderno que Sorolla. Lo vemos en la ropa que compraba en sus viajes para su mujer, Clotilde, y sus hijas. El Delphos lo adquirió tan solo un año y medio después de que Fortuny lo creara. Un vestido que revolucionó la moda de principios de siglo al proponer a una mujer liberada de corsés y enaguas y que compró para su hija Elena que tan solo tenía 14 años. Sorolla sabía las tallas de su mujer e hijos, ¡fue el primer personal shopper! Mítico es el vestido por el retrato con el que Elena se convirtió, sin saberlo, en modelo de Mariano Fortuny.

El norte guarda historias invisibles ante los ojos que se vuelven luminosas si realmente los abrimos. A mí esto me vale para hablaros de que moda y arte conviven desde hace demasiados años. El arte es una forma de conocer la moda del momento. Y las orillas del Cantábrico se convierten en un destino habitual para aquellos nostálgicos del pasado.

Y así, sin más, entre Sorolla y la cuenca minera, escanciamos el último culín de la botella del verano.

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