BITÁCORA DE UN MUNDO REINVENTADO / OPINIÓN

Manada de mujeres

31/05/2024 - 

En España, semanas después del encuentro de la internacional ultra organizado por Vox, toca meditar la estela de titulares que ha dejado el presidente Milei a su paso. Estamos acostumbrados a los temas de fondo de este populismo, pero no a oírlos de forma tan grosera. Acusa al presidente español de meterse “debajo de la pollera de las mujeres” para enviar una “manada” de ellas a que lo agredan y lo califica de una “cobardía feroz”. 

Esta retórica no amplía el mundo, sino que lo mete en una caja. El café con leche de la mañana se me hace yogur al enterarme y resucita mi capacidad de escándalo. Minuto seguido, me pregunto: ¿estoy oyendo algo trasnochado o es el puro presente que ya llegó y yo me niego a admitirlo? Expresiones que, hace tan sólo cinco años, nos hubieran parecido el fruto de un despiste con el micrófono abierto, son ahora nuestra música de fondo y minan nuestra sorpresa. Pero ser refractario a todo este fango no garantiza que, quienes mueven a semejantes teleñecos desde la sombra, no estén ganando la batalla cultural de la regresión y nos empujen a un abismo. El anarco capitalista apela a la “cobardía” de Sánchez como si le estuviera retando a salir a la puerta del bar, ¿en serio que toda esta violencia puede permear tan fácilmente? En una de sus provincias, su discurso de odio ha dado ya con cuatro lesbianas quemadas vivas. Pero a mí solo me viene la idea de oponer literatura: la escritura “como un cuchillo”, tal como la concibe Annie Ernaux y tal como la practicaba Alice Munro, otra Nobel maravillosa cuya muerte lamentamos estos días.  

Se oye aquí y allá que la prosa de la Nobel francesa carece de trama intelectual, de belleza, de estilo. Cierta crítica se descompone con su obra y su galardón y la acusa de escribir desde el resentimiento, memorias faltas de imaginación, que no construyen un mundo, que carecen de envergadura. Pero la belleza que inaugura la francesa no está en su escritura sino fuera de ella, en el mundo que ella amplía y reordena, que es más bello después de que miles de mujeres puedan interiorizar un orden nuevo, una multitud que acompaña: en los primeros compases de un aborto clandestino (El Acontecimiento), en la apatía de un matrimonio naufragado (La mujer helada) o en la perplejidad de convertirse en madre de la propia madre (Una mujer y “No he salido de mi noche”). Cuando la autora te habla, no sólo conoces aquello que no le dices ni a tu mejor amiga, sino aquello que no te confiesas ni a ti misma.

Alice Munro cortaba también al escribir, era capaz de lograr que se te abriera la carne sin haber alzado la voz, con su prosa natural y precisa. En el primero de los relatos de su colección Demasiada felicidad, una joven madre viaja periódicamente a la cárcel para recibir consuelo por la muerte de sus tres pequeños asesinados; quien la sosiega es el mismo marido, a la vez asesino de los hijos, pero su voz es el único bálsamo que ella reconoce. Pocas lectoras podrán decir que no han buscado nunca el abrazo de un monstruo: el terror del relato empieza justo ahí, cuando la canadiense logra activar identificaciones profundas, no sospechadas. Un horror sordo nos habita y que merece ser nombrado porque solo lo que tiene nombre puede ser enfrentado.

Milei y las Nobeles de literatura. También están los empresarios alemanes, que acaban de unir voces contra el voto neonazi en su país. Apelan a los valores. Y al peligro de que el extremismo arriesgue la paz que piden los negocios. De los CEOs españoles que posaron en la foto con el Motosierra, no hemos oído tal cosa, si bien han dado signos de que se vieron metidos en una encerrona. Con tan poca contundencia, da miedo que pronto acabemos viendo a un terraplanista al frente de nuestro ministerio de ciencia, como sucede ya en Buenos Aires. 

Pregunto a amigos argentinos y admiten que, de tan grotesco, no lo imaginaron como presidente: no lo vieron venir. No sólo insulta cuando abre la boca, admite su creencia de que es un elegido de Dios, con quien asegura hablar. A medio país le cuesta asumir que este títere del FMI esté en el poder y que el 40 por ciento de los argentinos aún espere cambios con paciencia. A algún europeo le oigo bromear sobre el efecto de tanto diván y tanto análisis y de cómo se les licuó el cerebro, como a Don Quijote con las novelas de caballería pero, ¿de verdad somos aquí tan distintos? Lo trágico es la sospecha de que fue la miseria, la ignorancia y las redes lo que logró aupar a este fenómeno. Y una se pregunta, entonces, ¿hasta dónde puede llevarnos en Europa más ignorancia, más redes y más miseria? Menos valores, cero literatura de la buena.

Vuelvo al relato de Munro, o a esa veinteañera de Ernaux que aborta en un país donde su conducta está penalizada. He sido ella mientras la leía, esa misma protagonista que se deja  secuestrar la decisión por el pánico, cuando mira esa sonda metida en una palangana y ve una serpiente y no un tubo de plástico. Se me cuela en el imaginario esa sonda al ver la foto de Milei con los empresarios españoles, todo corbatas sin una sola mujer. Palabras huecas sobre la igualdad y un presidente, el argentino, que no tardó ni 18 días en aplicar su motosierra al Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad. También así operan los jardineros de mi barrio cuando se proponen igualar las ramas de cada seto y adaptar cada arbusto al molde deseado. No es de extrañar que el FMI felicite al jardinero argentino: así cualquiera baja el déficit. 

El ruido del mundo está subido y no todas podemos escribir como Munro o Ernaux, pero podemos leerlas y nutrirnos de buenas defensas. Pasárnoslas como una cantimplora que aplaca la sed en una travesía por el desierto; podemos salvarnos. La cultura y el conocimiento es lo que siempre ha venido a nuestro rescate. El mundo es hermoso desde que miles de mujeres nos acompañamos más y mejor, cuando leemos y nos susurramos, nos decimos que la emoción que nos mueve puede ser difícil de confesar, pero no es una ventana a la locura. El mundo, y los Milei del mundo, son menos insultantes cuando es más de una la que asiente y dice hmmm al leer a una buena escritora, al reconocer el desamparo de cualquier chica en medio de una farmacia, al descifrar la lucha que libra quien vacila si pedirá una píldora abortiva. Esa sonda ya es menos agresiva, menos serpiente, desde que la literatura la multiplica y cuela en todos los catálogos de la imaginación, estamos menos locas si vemos lo que vemos y no somos las únicas que lo hemos visto. He ahí el poder de las mujeres inteligentes que escriben. Que miran bien. Que se atreven a nombrar lo que ven. Que votan. Esa es la auténtica manada de mujeres. 

Hace años que sentimos esa pereza de volver a defender el derecho al aborto. Simone Weil, allá por el 75, les recordó a sus colegas de partido que no debatían el aborto sino la médula de la democracia, la idea de que el Estado no debe inmiscuirse en los cuerpos (a pesar de que hoy algunos llamen a su partido Libertad Avanza). 

Pereza. Pereza de volver una y otra vez a la vieja pedagogía. Y prodigio. Prodigio de disfrutar de ciertos milagros como la democracia o el consenso social que, no lo recordábamos hasta que llegó este “niño terrible” de Buenos Aires, hay que cuidar y restaurar periódicamente, como la fachada de una catedral gótica en pleno casco urbano. 

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