El escritor y articulista de la Vilavella recibió este viernes el Premi Lletraferit de Cultura Valenciana
VALÈNCIA. Manuel Vicent recibió ayer el Premi Lletraferit de Cultura Valenciana, un reconocimiento a la carrera literaria y periodística de una persona que ha querido descifrar el presente a través de la realidad y también desde la ficción. Tanto sus crónicas como sus novelas son toda una lección de cómo se puede escribir mejor con menos, dominando las metáforas con gran conocimiento de la palabra pero también de la vida. Horas antes de la ceremonia, el escritor de la Vilavella recibe a Castellón Plaza en Las Arenas, y antes de empezar a grabar explica detalladamente cómo era el mismo complejo durante su juventud, una especie de balneario con un aura derruida.
- Recibe el Premi Lletraferit de Cultura Valenciana, ¿con qué ánimo?
- Para mí, todo lo que sea conectarme con mi matriz y mi territorio literario, que es València, es una algo natural y maravilloso. Yo vivo fuera, pero todas mis emociones y sentimientos son de esta tierra. Literariamente, yo me nutro de lo que he vivido aquí de joven. Todos los paraísos son paraísos perdidos y la labor literaria es recobrarlos y transformarlos en palabras. Eso es lo que he intentado hacer en mis libros.
- Cuando uno empieza a recibir reconocimientos a toda una vida, ¿cómo se lo toma?
- Yo no soy muy partidario de los premios. Tampoco molestan, pero uno siempre considera que a cierta edad, cada premio es un clavo más en el ataúd. Pero bueno, como el ataúd está ahí, más clavos, más hermético y mejor construido estará. Pero vamos, que si no hay premios, tampoco pasa nada y el ataúd seguirá ahí.
- En este reconocimiento, le han precedido nombres como Joan Francesc Mira o Josep Piera…
- Me siento muy orgulloso de compartirlo con ellos. Creo que la literatura está poco reconocido. Todo ese movimiento que se puso en marcha de recuperación de la lengua y la cultura valenciana, que lideró Joan Fuster ya durante los 60, tuvo una efervescencia política que (desde fuera, desde donde yo asisto) parece estar muy amortiguada.
Yo lo viví desde Madrid y mis aliados naturales eran Fuster, Vicent Ventura, Alfaro, Sanchis Guarner… Yo los conocía de aquí, de las tertulias, antes de ir a Madrid. Siempre he dicho que si hubiera demorado un par de años más en irme, seguramente ya no me hubiera ido, porque fue ese el momento del fermento de ese movimiento tan estimulante.
- Qué extraña esta sociedad valenciana que en el final del primer tercio del siglo XX era la vanguardia del republicanismo y acabó el siglo casi como una parodia de la corrupción.
- Eso es València, la desmesura, la espontaneidad. Yo creo que no somos el pensat i fet sino al revés, el fet i pensat, la acción por delante del pensamiento. Por lo tanto, esa cosa caótica que tiene València, si se deriva a un lado, puede acabar en una creatividad maravillosa, y si se desvía hacía otro lado, puede que este sea el de la corrupción, que también es una falla. La corrupción aquí llego a ser un espectáculo, algo kitsch.
- Su obra, tanto periodística como literaria, destaca por tener un estilo muy pulido y maduro, un logro que puede ser una de las mayores obsesiones para alguien que escriba, ¿cómo ha llegado su voz hasta aquí?
- Se llega escribiendo, trabajando, haciendo de esto una profesión. Un escritor es alguien a quien las cosas se le ocurren cuando se sienta a escribir. No es “se me ocurre una cosa y me siento corriendo a escribir”. Esto es un oficio, que algunos toman como algo maravilloso y sagrado, y otros como yo no lo vemos nada sagrado. Porque además, es una labor impúdica: vas a donde no te llaman para decir lo que opinas. Corres peligro. Eso es una profesión. El estilo llega cuando por fin consigues apropiarte de ciertas palabras y ciertas vivencias, cuando las haces tuyas, cuando las haces reconocibles.
Y por supuesto, uno consigue un estilo depurando. Cuando se es joven, uno escribe de manera muy barroca, como si tuviera que ir llenando espacios. Sin embargo, a lo largo del tiempo, uno se va depurando y llega a la conclusión que cuanto más sencillas, las cosas más profundas son. Las palabras desnudas, sin adornos, es lo que más llega.
Un estilo es tener una huella inequívoca de que has escrito tú, que sin ver tu firma sepan que han sido tú. Aunque eso también conlleva un peligro: cocerse uno en su propia salsa. Es decir, no repetirse, no se puede decir lo mismo una y otra vez. Una cosa es el estilo, y otra el estilismo.
- Se nota en tus novelas, y queda obvio en las biografías que escribes, que le tienes muy poco apego al yo.
- Es que el yo es muy peligroso. El yo está en todas partes: cuando escribes un crepúsculo, es tu crepúsculo, el que has vivido. Ahora, sacar ese yo a escena… Tienes que ser muy importante para que el lector esté interesado en que te haya salido un grano en el hombro. A veces, hay autores que admiro tanto que me encantaría saber cada cosa que les sucede, pero habitualmente no me interesa lo más mínimo.
Ahora, cuando un escritor escribe sobre alguien, el yo está en todas las vivencias, y se nota especialmente cuando hay un acto de amor, y esta persona ha amado alguna vez; y si describe una escena de sexo, se sabe si va un poco de boquilla. El yo no se puede evitar, pero hay gente que lo saca a pasear.
- ¿La fórmula mágica de sus artículos es darle literatura y cierta poesía a la actualidad?
- Bueno, es que se puede hacer poesía sobre un basurero. Y si esa poesía ayuda a ver las luces de ese basurero… Si a un basurero le da el sol, la imagen puede tener muchos matices y mucha información.
El ejercicio del poeta es muy complicado porque siempre está al borde del ridículo y que hay que administrar en pequeñas dosis. Siempre bordea lo excelso con el ridículo.
- ¿Es lo más complicado de gestionar escribiendo?
- Yo creo que sí. Sobre todo si eres poeta y haces verso. Tener un lenguaje poético ya es complicado, pero narrar la vida cotidiana y hacer de ello poesía es aún mayor. Aunque si te sale bien, es maravilloso.
- Menuda responsabilidad tener que hacer crónicas periodísticas buscando ser sosegado y reflexivo en momento en el que el debate público está tan enfangado.
- Hay que huir de ello, yo lo veo casi como un espectáculo. Lo que sucede en la política es tan bestia, que solo se puede ver como un espectáculo circense. Sobre todo por curarse uno. No quiero perder el tiempo con ciertos políticos.
- Pero no es una cosa única de la política, comparte profesión con columnistas cuyo oficio parece ser el de polemizar y no el de desenredar.
- Por desgracia, el periodismo tiene un estigma, que es que el éxito de un periodista consiste en que te lean, en que te empiecen a leer en la primera línea y acaben en la última. Por la contra, el fracaso es que te dejen de leer a la mitad. Ahora, hay gente que, por ser leído, es capaz de las mayores villanías, desde el bulo hasta la injuria.
- Entre sus columnas de opinión y que cuando se le entrevista, los periodistas intentamos sacarle un titular que sea algo polémico, acaba teniendo un aura muy pesimista. Diagnosticando el presente, difícilmente se puede ser optimista. Pero querría darle la oportunidad de que me cuente cómo ve el horizonte.
- Yo soy profundamente pesimista vitalmente porque la vida es una película en la que Gary Cooper muere. Y muere mal. Ahora, mientras llega esa muerte, hay que ser optimista. Optimista del día a día: del fin de semana, de la sobremesa con unos amigos, de un análisis clínico que te ha salido bien. Saber disfrutar de los pequeños placeres. Si el mundo va a desaparecer, mientras no lo haga, bailemos.
En la vida puedes poner las luces largas o las cortas. Yo soy más partidario de lo segundo. La inteligencia no es más que la capacidad de adaptarse para sobrevivir con cierto grado de placer. Y mientras, contra la ley de la óptica, los problemas siempre se ven más grandes de lejos que de cerca. Cuando llega el problema, la gente reacciona, y cuando lo atraviesa, uno se da cuenta que no es para tanto.
- Ha fallecido Alfonso Sastre, ¿cómo gestionar, como sociedad, la pérdida de las voces de la intelectualidad y la cultura del siglo XX?
- Los intelectuales con la pipa y el cuello alto han desaparecido. Los que creían ver el porvenir a través de las ideas ya no existen y nunca han acertado nada. Eso de que los poetas avistan y acercan un futuro… Los poetas se alimentan del detritus que va dejando la sociedad conforme va pasando, convierten los sedimentos en fermento. Los intelectuales siempre hablan a toro pasado, y nadie previó la caída del muro de Berlín. Ahora estamos asistiendo, a ojos vista, a un cambio de imperio, que pierde EE.UU. y gana China. Estamos viviendo el fin de una época y esto no se ha intelectualizado más que a toro pasado.
Ha habido siglos en los que no ha habido ningún intelectual y otros en los que han crecido como setas. Ahora mismo, la intelectualidad, los poetas, e incluso los teólogos (como categoría de ciencia ficción) están en los laboratorios. Son físicos, cuánticos, químicos… Son investigadores. La intelectualidad es la ciencia, y lo que antes representaba La Sorbona ya ha pasado.