El Atlàntida Mallorca Film Fest ha acogido el estreno en España de su ópera prima, Rock Bottom, un musical inspirado en la vida y la obra del músico británico Robert Wyatt
VALÈNCIA. Tras un intento fallido de suicidio en la adolescencia, Robert Wyatt (Bristol, Inglaterra, 1945) fue enviado por su madre a pasar unos meses en Ca N'Alluny, la casa que un amigo de la familia, el poeta Robert Graves, autor de la novela Yo, Claudio, había construido en el pueblo mallorquín de Deià.
“No esperaba vivir mucho tiempo. Ni siquiera había aprendido a hacer algo correctamente. No podía verle el sentido, ya que no tenía intención de seguir en este mundo lo suficiente como para necesitar saber cosas importantes. La década de los sesenta fue una curva de aprendizaje vertiginosamente pronunciada para mí y no conseguí entender nada bien", se desahogaba el músico con el columnista musical de The Guardian Marcus O'Dair, en la biografía autorizada Different Every Time: The Authorised Biography Of Robert Wyatt.
En aquel ambiente rural de olivos y limoneros, de creatividad literaria y artística, sangría e incursiones en la marihuana, el futuro baterista y vocalista de Soft Machine, líder de Matching Mole, miembro insigne de la escena de Canterbury y pieza fundamental de la psicodelia británica, encontró su vocación. El yerno de Graves, Ramón Farrán, baterista, arreglista, productor, compositor y director de orquesta, le daría algunas lecciones de batería. Juntos harían duetos de percusión vocal para el resto de invitados a la casa del escritor. El verano siguiente, Farrán incluso lo programaría en su club de jazz en Palma.
“Mallorca era un rincón muy aislado y muy barato. Un lugar paradisíaco para los extranjeros, de libertad absoluta, donde nadie les controlaba. Graves tenía muchos huéspedes y a cambio de quedarse, les pedía que escribieran poemas, que cantaran o declamaran en las veladas que organizaba”, detalla la directora de cine María Trénor.
La valenciana ha invertido cinco años en el desarrollo de un musical de animación sobre el vínculo de Wyatt con la isla balear. La ópera prima se titula Rock Bottom -como el álbum publicado por el músico en 1974- y no es un biopic al uso, sino la recreación de un verano de amor autodestructivo punteado con los temas del disco homónimo.
El debut en el largo de directora de animación sugestiona a la audiencia con una travesía sensorial. A través del uso de policromía y de un montaje visualmente estimulante, el público “vive un viaje psicodélico sin efectos secundarios”, en palabras de su autora.
“Me ha resultado fácil, porque soy un poco sinestésica. Puedo convertir sonidos en sabores y en colores”, advierte la también guionista, responsable de los cortometrajes en 35 milímetros ¿Con qué la lavaré? (2003), Ex-libris (2009) y ¿Dónde estabas tú? (2020)
Rock Bottom hace honor a la naturaleza experimental del disco con una mezcla de formatos de los que Trénor se sirve para traducir la música y las letras a imágenes. Hay rotoscopia, animación clásica en 2D e imágenes reales intercaladas.
“Como se trata de un productor artístico, no comercial, hemos empleado, con la mayor libertad, las técnicas que mejor representaran la poesía que contiene este álbum”, apostilla.
Después de una fase de escritura automática y de “una lluvia de ideas locas y abstractas”, estableció una columna vertebral narrativa donde se cuenta la historia de euforia y desencanto de una pareja en el contexto de la cultura jipi de los años setenta.
La trama da un gran protagonismo a la mujer de Wyatt, la ilustradora y letrista Alfreda Benge. En la película su profesión se ha cambiado a la de directora de cine experimental. La misma Trénor es la responsable de los extractos fílmicos de la alter ego de Benge, quien verbaliza su frustración por las dificultades que la desigualdad de género impone a su proyección como realizadora.
“Los personaje de Bob y Alif son un reflejo de esos artistas no europeos que, buscando la libertad, se vinieron a las costas españolas. Se trata de una generación que vendía la revolución sexual para las mujeres. Pero en la práctica, ellas tenían que acostarse con quien se lo pidiera, les gustaran o no, y acababan en las comunas embarazadas, limpiando y cuidando a los niños. Quienes estaban en los conciertos eran ellos, mientras que las mujeres se quedaban en el backstage. Fue una gran tomadura de pelo”.
Otro aspecto histórico que queda subrayado en el largometraje fue la contradicción entre la represión que vivían los nacionales y la vida bohemia de la que disfrutaban los expatriados en tierras españolas. Entre los personajes secundarios hay una pareja de guardias civiles que cuando reparan en la ebriedad de Wyatt o intuyen que está trapicheando con drogas, hacen la vista gorda.
“Como el franquismo en los sesenta quería dar una imagen de apertura, a los extranjeros no se les tocaba. Era tal el disparate que venían a buscar la libertad en España en plena dictadura militar”, expone Trénor.
Al periodo idílico de fascinación y cotidianeidad naturalista en la isla le sigue la rutina y el desgaste de la pareja. La acción se traslada entonces a Nueva York. De nuevo, la cineasta novel se toma libertades, pues se sirve de la ciudad de los rascacielos como escenario de un episodio sucedido en Londres que marcaría un punto de inflexión tanto en la vida como en la obra de Robert: su caída al vacío en 1973 desde un cuarto piso en el edificio donde se estaba celebrando una fiesta de Pink Floyd con fruición en el consumo de drogas y alcohol.
El impacto dejó paralizado al músico de cintura para abajo. El vivaz e inquieto artista pasó ocho meses en el hospital, pero lejos de regresar a su reiterativa pulsión suicida, se reinventó como teclista.
Un año después recopilaba en su segundo álbum en solitario las canciones en las que había estado trabajando antes del accidente. Sus seis temas son lentos y evocativos, hipnóticos por momentos, y fantasmagóricos en otros.
Se da la coincidencia de que el estreno de Rock Bottom coincide con el 50 aniversario de aquellos 40 minutos de rock progresivo, jazz, psicodelia e improvisación donde la voz aguda y melancólica de Wyatt sumerge al público en emociones íntimas insondables, que contrastan con los fondos cristalinos del Mediterráneo que le sirvió de inspiración.