Pues ya tenemos aquí el mes de mayo, dispuesto a poner a prueba nuestra percepción del tiempo. Por un lado, va a resultar corto como un febrero de vacaciones. El mes comienza hoy, ya que Madrid se ha puesto en marcha hoy, después del puente en que han venido en marabunta para que el sector turístico mediterráneo tome fuerzas. Y ya saben que Madrid es el marcapasos del país, o eso creen ellos. También acabará antes, ya que, con unas elecciones fijadas para el día 28, en Alicante inauguraremos con el recuento de votos eso que tan bien nos define y que se resume en la frase “ahora, en pasar fiestas”. Quiere decir que una vez que sepamos los resultados de los comicios, en esta ciudad no volveremos a encontrar a nadie con espíritu creativo, emprendedor o insurrecto hasta, al menos, el 15 de septiembre.
Bajo estas condiciones, dispondremos de un mayo de 26 días que, por otro lado, se nos está haciendo demasiado largo por culpa de la campaña electoral, cuyos primeros estallidos detonaron allá por enero. Y me quedo corto. No quiero ser pisabrotes, que es como llaman en Argentina a los aguafiestas, pero les aviso que esto no va a parar, ya que, después de pasar fiestas, comenzará la nueva precampaña de las elecciones generales. 2023 es ese cogollito de romanos que, después de enfrentarse a los galos de Asterix y Obelix, musitan, completamente tullidos: “Apúntate a la Legión, decían. Conocerás mundo, decían…”.
Una vez recordada la hoja del calendario que debe decorar una de sus paredes, una vez expresado el profundo hastío que genera la precampaña política, cambiemos de asunto y pongámonos serios, también a cuenta del almanaque. Ayer se conmemoró el Día Internacional contra el Acoso Escolar. Desde este fin de semana ha ido goteando un gran número de reportajes e informaciones respecto a una situación que está llevando a parte de nuestros jóvenes hasta la depresión o el suicidio. No tengo hijos, pero con el bullying me sucede como con la lucha contra el cambio climático: una vez perdidas todas mis batallas, lo único que puedo hacer es alistarme en las de quienes me sucederán. Veo en mi entorno cercano que los adolescentes tienen la misma necesidad de herramientas para afrontar el día a día que nosotros. Lo cual es muy negativo, muy frustrante, ya que ellos tienen un acceso a información de todo tipo del que carecíamos nosotros. Así que nos corresponde a los adultos hacer todo lo posible para que los menores salgan a la superficie tras caer por el tronco hueco de la primera madurez, como la Alicia de Carroll. Y escucho en los informativos que, efectivamente, los especialistas en salud mental está dando las claves para que una familia, imagino que también un claustro de profesores, sepa detectar en la víctima los síntomas de un acoso escolar. Perfecto.
Pero me entra una duda, nacida de una vieja obsesión mía relacionada con la violencia de todo tipo, no solo en los patios de instituto. No sé si los padres están preparados para detectar que sus niños o sus niñas son unos acosadores. No encuentro encendidos los focos sobre esta cuestión. Y, dada la crispación que se ha instaurado en todos los órdenes existenciales, incluidos los cibernéticos, me parece de vital importancia que los adultos rebajemos el tono, moderemos nuestra ira, aceptemos al diferente con tolerancia. Sé de padres que amenazan a los profesores. Sé de antiguos acosadores que han crecido y se muestran arrepentidos. Sé que hay campañas que promueven la denuncia de comportamientos agresivos. También sé del miedo y la vergüenza. Supongo que ya se estarán emprendiendo programas en este sentido, pero insisto en que me parece crucial que la sociedad sepa detectar el acoso, la rabia, el odio. Y arrancarlo de raíz para que no se repita en las aulas lo que sucede en el Parlamento, en la consulta del médico, en las tutorías de colegio o en los foros de internet. Quizá de esa manera los menores también valoren los tonos grises y abandonen la absurda batalla entre el blanco y el negro.
@Faroimpostor