tribuna libre / OPINIÓN

Me duele España

Foto: CARLOS LUJÁN/EP
2/08/2023 - 

La Historia siempre nos sitúa ante la realidad. A menudo, ante nuestra realidad más cercana y más doliente. En 1923, tras el golpe de Estado de Primo de Rivera, Miguel de Unamuno es destituido de su cargo de vicerrector de la Universidad de Salamanca. Ayer, como hoy, la lógica de la sinrazón se imponía: sus ideas políticas le condenaron al ostracismo académico. Afortunadamente, su fuerte personalidad le impidió refugiarse en el sempiterno exilio interior. Su desencanto lo manifestó por escrito en una carta dirigida a un profesor español en Argentina. "¡Me ahogo, me ahogo, me ahogo en este albañal y me duele España en el cogollo del corazón!". El vigor y la plasticidad de su sentencia se ha perpetuado en el tiempo, un amor a su país del que dio buena cuenta en su novela Niebla (1914), en donde podemos leer: "Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi Dios un Dios, el de Nuestro Señor Don Quijote, un dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español...!".

Hoy, como ayer, y como sucederá mañana, nos duele España. Quien se acoge a este rincón de papel y tinta no ha sido desterrado a las Islas Canarias, tal y como le sucediera a Unamuno, todo lo contrario, goza de una cómoda situación laboral, pero la España que contemplamos nos deja el sabor del desaliento, de un pesar que nos hace comprender, con Hannah Arendt, que "las verdades más descabelladas pueden parecer razonables y las más razonables, al menos a veces, muestran su rostro más precario y banal". No solo las verdades, también las mentiras más procaces, las traiciones más descarnadas y los odios más viscerales pueden convertirse en banderas admisibles para buena parte del espectro político y social. Triste verdad. Una verdad que se nos antoja tan incuestionable que impide cegar nuestros ojos y cubrir nuestros odios, como hiciera Odiseo, para no escuchar el aletargador canto de las Sirenas; y no porque nos sintamos como el Prometeo encadenado de Esquilo, el héroe clásico que se rebeló contra la injusticia cometida por Zeus, quien no dudó en dejar indefenso al ser humano, sino porque el pudor y la decencia nos lo impiden o, como escribiera Albert Camus (Carnets), porque "en este mundo tenemos que rendir cuentas a todos aquellos a los que amamos", sea nuestra familia, nuestros amigos o nuestros alumnos. Sin esa mínima eticidad no se puede transitar por la vida.

Los años siempre nos sitúan ante el espejo de la realidad. En ese espejo, el laberinto de la política se refleja con toda su crudeza. En él contemplamos como los políticos, con independencia de su ideología, creen revestirse de un ropaje que les impide visualizar su eterna vulnerabilidad. Pero hay momentos, como el actual, en el que todos los decorados se derrumban a la vez. Es el preciso instante en el que se hace visible la feroz sentencia pronunciada por Ivan Karamazov: "Todo está permitido", y cuando todo está permitido, lo que ya no lo está es nuestro telar común, que no es otro que esa piel de toro, desgastada y cuarteada por los años y por las infinitas traiciones.

Sí, me duele España. Tres palabras. Tres precisas, sinceras y emotivas palabras que hacemos nuestras. Tres palabras cargadas de verdad y de tragedia. Tres palabras que definen el devenir de nuestro país, aún nuestro, aún común, aún solidario, aún esperanzador. Pero, ¿por cuánto tiempo? Es difícil determinarlo, máxime para quien no tiene la vana pretensión de ser adivino, como lo fuera el viejo Tiresias. Solo somos espectadores de una realidad que nos decepciona y nos vacía por igual. Ver el panorama que se describe tras las elecciones nos lleva a preguntarnos: ¿quién se atreve a decir que el Rey va desnudo? ¿Quién se atreve a alzar la voz para decir que España no está en venta? Ninguno de los diputados elegidos. Solo los viejos varones del PSOE tienen la suficiente valentía para recordarnos lo que muchos de nosotros pensamos. Pero ni en la militancia de base ni en los órganos del Partido ni en los parlamentarios elegidos podemos hallar a ese Héctor de la Ilíada, quien muestra el mismo valor cuando se despide de Andrómaca que cuando combate con Aquiles. No lo hay, porque ya no quedan próceres que asuman los versos que escribiera Kipling en su poema If: "Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud,/ pasear con reyes y no perder el sentido común/ […] Tuya es la Tierra y todo lo que contiene,/ y, lo que es más, ¡serás un Hombre, hijo mío!".

A diferencia de los relatos de Borges, el espejo de la política española no tiene doblez. Los resultados impiden que los partidos constitucionalistas gobiernen. ¿Lo impiden de verdad? No. Lo impide el PSOE. Ante esta cegadora realidad, un enjambre de preguntas se asoma a mi ventana: ¿Por qué en Alemania han podido, pueden y podrán gobernar coaligados liberales y socialistas? ¿Cómo es posible que se haya pasado de crear el GAL a ir a celebrar la socialista Idoia Mendía una "fraternal" cena de Navidad con Otegi? Que yo sepa, solo José Mari Múgica, hijo del malogrado Fernando Múgica Herzog, dirigente socialista asesinado por ETA en 1996, solicitó la baja por tamaña iniquidad. No podía admitir que un condenado por secuestro tuviera los parabienes de su partido. No en su nombre. No en el nombre de la dignidad. Me sigo preguntando: ¿Cómo es posible que se rechace gobernar con un partido constitucionalista como el PP, porque se prefiere pactar con los partidos separatistas y golpistas catalanes? La tan cacareada Memoria Histórica viene a nuestro encuentro: “Si no hay altercados públicos, eso no significa que no pueda haber un delito de rebelión, como sí que se produjo”. La frase no es ni de Mariano Rajoy, político para olvidar, ni del ausente Albert Rivera, no, es del presidente del Gobierno del Reino de España. Pero, como suele ocurrir, ha cambiado de opinión. Y hoy quienes, como en el 34, se rebelaron contra el Estado, quienes se hallan fugados de la justicia –ejemplo de coraje y valentía–, quienes quieren acabar con la unidad de España –lo quieren, lo proclaman y se congratulan de ello en público y en privado– son la llave de la gobernabilidad. Como diría Trillo: "Manda c…." (con perdón).

Foto: UNANUE/EP

Seguramente muchos pensarán que cargo excesivamente las tintas o que se me ve mi posicionamiento político. No lo creo. Dentro del PSOE, o de lo que queda de él, a un nutrido número de “viejas glorias”, como Leguina, Corcuera, Nicolás Redondo Terreros, César Antonio de Molina, Rodríguez Ibarra o José Rodríguez de la Borbolla, no les duelen prendas en asumir las palabras de Alfonso Guerra: "Tal vez haya llegado el momento de que los socialistas se interroguen sobre si el problema no será el candidato", es decir, el sempiterno doctor Sánchez. Es lógico que así se posicionen, porque, como ha afirmado recientemente Nicolás Redondo, no se puede pactar con Bildu, un partido que "no ha renunciado a la herencia macabra de ETA", sino que “sigue reivindicado su lucha”, como no se puede pactar con quienes reivindican los inexistentes Països catalans, en clara humillación a la Comunidad valenciana y a las Islas Baleares. Una entelequia histórica, una falsedad más que no debemos asumir sino repudiar siempre y en todo tiempo. 

Pero a la sociedad española aún le queda una última y ultrajante humillación: ver cómo el PSOE se humilla para mendigar los votos de un prófugo de la justicia, del BNG, de ERC, del PNV (el partido del “proge” Sabino Arana), de Sumar. No sé si me dejo alguno más en el tintero. Lo que sí sé es que quien va a negociar con Puigdemont es el dirigente de los Comuns, Jaume Asens, quien le aconsejó que se fugara de la Justicia. Eso sí, la tarifa impuesta por los separatistas no nos saldrá barata precisamente: referéndum y amnistía a tutiplen. Y en la memoria, el PP apoyando a PSC para la alcaldía de Barcelona o a Patxi López para alcanzar la lendicaricha. La respuesta es siempre la misma: ni agradecidos ni bien pagados. La derecha no aprende. La izquierda, sí.

No quiero cansar al lector. Ya bastante le agota la vida política para que me extienda en lo que ya sabe y padece. Solo quisiera dejar constancia de que no me mueve el rencor. No hay motivo para ello. Ni he sido ni seré hombre político. Me basta con anhelar que mi actitud frente a la vida política pudiera parecerse, aunque fuera mínimamente, a la del personaje de Rieux, el alter ego de Albert Camus en La peste, quien llega a sostener que se siente como ese "hombre cansado del mundo en que vivía, pero inclinado hacia sus semejantes y decidido a no claudicar ante la injusticia y las concesiones". Quizá sea esta la razón por la que continuó con una batalla intelectual que, aun perdida de antemano, sé que hay que darla. De no hacerlo, de cobijarnos en un estéril silencio, podríamos caer en el más lúgubre de los desalientos: el que nos proporciona la política. La política del insigne doctor Sánchez. 

Juan Alfredo Obarrio Moreno es catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Valencia

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