Este verano tuve el grandísimo honor de ser la pregonera de las fiestas de mi pueblo, y pensando en qué decir en un momento festivo, de disfrute, alegría y reencuentro después de la pandemia que hemos sufrido, confieso que solo se me ocurrían catástrofes: incendios de nuestras maravillosas montañas, despoblamiento rural, cambio climático, guerra, crisis energética, inflación, … Pero, insisto, era un día de gran alegría, el pueblo se reencontraba con sus tradicionales fiestas y las familias volvían a llenar las casas, unidas, sin contar si eran 6 o 10, sin mascarillas, comiendo, bailando, riendo. No quería hacer el pregón más aguafiestas de la historia de Gorga. Pero sí que me parecía que tenía que recordar lo importante que es cuidarnos y cuidar la tierra. La que nos da fruta con sabor y nutrientes, los melocotones deliciosos, las cerezas dulces, un aceite espectacular, la almendra, una tierra que gracias a estar cultivada no fue invadida por las llamas este verano. Y esa tierra, la mía, la tuya, la de todos, la tenemos que proteger.
Porque nuestra salud y la salud del planeta van de la mano o, mejor dicho, son lo mismo. Somos nosotros, las personas, las que pasamos hambre ante sequías o inundaciones, o nos malalimentamos con la comida chatarra que contamina, o nos sobrealimentamos con la sobreexplotación de los recursos naturales y, por todo ello, enfermamos, al mismo tiempo que dañamos el planeta y con ello los pilares sociales, económicos y ambientales de nuestra generación, hipotecando a las futuras generaciones.
Por ello las administraciones, y en especial la de Salud Pública, hemos de impulsar cambios sistémicos que recuperen la dieta saludable con alimentos plenos de nutrientes y sabor, recuperar la fertilidad de la tierra para generaciones presentes y futuras, y trabajar en la sensibilización hacia los hábitos saludables, especialmente en edades tempranas en las que se está desarrollando el cuerpo y marcando como será su futuro.
El objetivo es mejorar nuestra salud al mismo tiempo que la sostenibilidad del planeta. En definitiva, la salud planetaria es la salud de todos. Por ello hemos de apostar por sistemas de alimentación sostenibles y saludables, pues qué comemos, como se producen los alimentos, como llegan a nuestra mesa, afecta a nuestra salud y la del planeta.
Pero la dieta no es una decisión individual, es social, condicionada por el entorno, la desigualdad social, donde vives. Son los determinantes de salud. Por ello, desde la administración tenemos que legislar para garantizar el derecho a la alimentación saludable de toda la ciudadanía. Hemos de luchar contra la brecha alimentaria consecuencia de la desigualdad social a través de los mecanismos a nuestro alcance, como son los comedores escolares, que a mi entender deberían ser gratuitos como parte del sistema educativo. Pues no se trata solo de alimentarse sino también de aprender la importancia de que esa alimentación sea saludable y sostenible.
De igual forma que frenar el cambio climático requiere una solución de conjunto, la alimentación sana y nutritiva no sólo depende de una decisión individual. En ambos casos, son problemas colectivos que requieren de respuestas conjuntas tanto de la administración como de la industria y las personas. Como la pandemia, nos concierne a todas como sociedad y entre todas debemos poner soluciones.
Por ello desde la Conselleria de Sanidad, como responsables de la Salud Pública, junto a las consellerías de Educación, Políticas Inclusivas y Agricultura y Medio Ambiente hemos impulsado una ambiciosa normativa que se encuentra en tramitación y que exige criterios de sostenibilidad y salud para que la alimentación que se sirve en centros educativos, residencias, hospitales, albergues, instalaciones deportivas, atención domiciliaria, instalaciones deportivas, cumpla con estos criterios.
Así pasamos de las recomendaciones a las exigencias, para garantizar que la alimentación de nuestros escolares que realizan la comida más importante del día en los colegios, las personas mayores que se encuentran en residencias y requieren de dietas específicas, las personas ingresadas en hospitales a las que la alimentación puede ayudar a curarse y recuperarse, el estudiantado, la juventud que acude a los albergues juveniles, … cuenten con menús saludables diseñados y cocinados bajo criterios de sostenibilidad, en base a los principios de la dieta mediterránea.
Y obviamente no nos olvidamos de la contratación pública, en la que la oferta económica se reduce al 20% y se prima la valoración de los criterios ambientales, sociales y de calidad de los productos. Queremos abandonar un modelo que prima el coste del servicio frente a la calidad de la comida servida y su impacto en salud y medio ambiente, y, de este modo, que las empresas que compitan en calidad, y no en precio, se vean recompensadas.
Con ello pretendemos cuidarnos y cuidar de nuestro planeta. Quizás suene muy ambicioso pero al mismo tiempo resulta imprescindible.