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así, sin más

Morderse la lengua, el denim y la suma de los días

15/07/2023 - 

VALÈNCIA. ¿Cuántas veces me he tenido que repetir por dentro: “yo soy zen, soy zen”? ¿Cuántas veces hice lo que se debía y no lo que yo quise hacer? Con los años, la vida me ha enseñado a afilarme los dientes y, si es necesario, morder. Maldita paciencia, maldita meditación y a la mierda con el zen. Ya no puedo soportar el morderme la lengua y arrepentirme después.

Todos los lunes vuelvo a perderme. “Es como si la serotonina del cerebro se fuese de viaje en lunes”, me dijo una chica que viene conmigo al gimnasio sentada encima de una pelota de yoga con menos ganas de moverse que yo, que ya es decir. Qué razón tenía. Los lunes no hay bares abiertos en los que invitarnos a cerveza porque es difícil sobrellevarse con la vida. Nadie se despierta con ganas y todas las camas se vuelven superficies unilaterales.

Todo el mundo vuelve a la rutina y aquellos amores que luchan contra la distancia se vuelven a casa sin la mano que se posa encima de la suya cuando se cambia la marcha mientras se conduce. Los lunes no nos enfadamos, por lo que no solemos hacer el amor. Leí que la BBC publicó un estudio en el que decía que uno de los días que menos orgasmos se tienen es el lunes. Son días ordenados, como un montón de sábanas recién planchadas dentro de un armario que no entiende de locuras –no como el mío–. No hay manifestaciones ni nadie que proclame a los cuatro vientos que se ha enamorado de la persona más guapa de la ciudad. El Orgullo, por ejemplo, no se puede celebrar un lunes. Los lunes no tienen color y el amor desprende el color de la libertad, que es de colorines justamente. Por eso se suele celebrar el sábado.

Los martes nadie escribe poesía. No me creo que Lorca escribiese La aurora en martes o que Lope de Vega se sintiera como para “Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo”. No hay libros mal apilados encima de una mesita de noche que no entiende de horarios para irse a dormir, solo de páginas y capítulos. Es ese día en el que a alguien se le ha roto la barra de carmín mientras que otro se acuerda de que no encuentra el disco que solía tararear aquel que le desataba la camisa los sábados del año pasado. Los martes son de Bukowski. “- ¿Jugamos al escondite? –Sí, pero si te encuentro te como a besos. –Vale, si no me encuentras, estoy debajo de la cama”. Aunque dudo que pudiese escribir eso un martes.

Los miércoles suelo ver películas de amores imposibles, pero nunca las termino, porque para imposibles ya está el día a día. Nunca he podido terminar Come, reza, ama, a pesar de estar aclamada por la crítica y por los críticos que me rodean, que no les gusta nada. Son más críticos que los críticos. Los miércoles es que es día de vaqueros. La recién celebrada Semana de la Moda de París nos lo ha demostrado. La pasarela la ha invadido el denim. “Quisiera haber inventado los pantalones vaqueros. Son sinónimo de expresión, modestia, sex-appeal y simplicidad. Todo lo que deseo que aporten mis creaciones”, dijo en vida el gran Yves Saint Laurent. No hay temporada en la que el tejido denim no sea tendencia, pero una presencia estratosférica se acerca imparable hacia nosotros. En índigo más oscuro, próximo al violeta, o desgastado hasta abrazar incluso el blanco. Como prenda básica y relajada que contrarreste la sofisticación del resto del look o como el tejido predominante de todo el outfit. El futuro es vaquero.

Los jueves siempre suena música ochentera en algún sitio, o la Nochentera de Vicco, que ya es una habitual cuando pasas por algún sitio en el que se celebra la vida; y alguna prenda de satén me mira desde el armario en forma de camisa o pantalón. Los jueves no son de vaquero, son de satén. Esa tela brillante que pide permiso a la seda en forma low cost. No tiene nada que ver con ella, pero trata de hacerlo. Es día de hacer planes con tus incertidumbres, que queden en nada y así poder fingir que nuestros cuerpos se han encontrado en un bar de piernas demasiado largas y versos cortos. Un sitio donde suene buena música hasta el amanecer, ¿quién no ha ido a Stereo?

Los viernes son distintos. Tuve una relación de viernes. ¿Quién no ha tenido una relación de viernes? Las relaciones de viernes son relaciones de viernes. Te encuentras con la otra persona después del día, cenas, tomas algo –o algos, quién sabe– y terminas envuelto entre unas sábanas que no son las tuyas, pero no hay solución en la vida cuando se juntan dos personas con gustos diferentes. Yo quería que aquello quedara en el viernes, él toda la semana. Hay cosas especiales que debemos destinar a un día porque forzarlas hace que terminen pronto. Yo sentía que no quería más, él se sabía el juego. En ese momento, cuando todos opinan sobre qué hacer o no, hice lo que quise. Todo el mundo debería de sentirse deseado como un viernes por la noche, como tres copas de champán, como si la habitación girara, como si estuvieras borracho de amor. En vaqueros o satén, porque un viernes eso no importa. ¿Puede haber algo más sexy que tirar una blusa blanca de satén sobre un suelo de parqué y que tras ella vaya una pelea por desabrochar los botones del denim que se resisten a salir de allí? Veinticuatro horas no son suficientes para disfrutar de un viernes.

Y así, sin más, me quedé libre toda la semana.

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