EL MURO / OPINIÓN

Nada vale nada

7/11/2021 - 

Cada día me levanto con sobresalto. Sí, es nuestro sino, pero también un golpe en la memoria que no por esperado es más que inesperado. No estamos al corriente de todo, pero a veces nos mantenemos vivos con la esperanza y el recuerdo. O, al menos, sabiendo que todo gira con normalidad, aunque el mundo cada día parezca más anormal. Algo así como con los gobiernos que nos acompañan. Son una feria. No ganan para cambiar argumentos de muerte o vida. Pero ahí están, atormentado realidades y apenas aportando soluciones. Son puro discurso porque saben que el que venga deberá o tendrá que intentar solucionar sus errores. Mientras tanto, asesores, coches oficiales y ruido que no falte. Como esas cumbres climáticas en las que invitados y asistentes viajan en aviones y automóviles cuando acuden a dialogar sobre polución. Son grandes estregas del miedo impositivo y la incongruencia política.

Nos atormentan sin soluciones u ocurrencias, pero nos vamos quedando sin referentes. Eso de cumplir edad es un problema que nadie puede remediar. Esta semana, por ejemplo, me despertaba con la muerte de Pat Martino, el guitarrista norteamericano de jazz que ha actuado por aquí en varias ocasiones  y es para los músicos una fuente de inspiración. Me lo “notificó” un post de Ximo Tébar, que lo tuvo como maestro y nos lo acercó durante su etapa al frente del Festival de Jazz del Palau de la Música. No soy experto en jazz, aunque sí aficionado, por lo que sólo puedo hablar de empatía. Pero Pat Martino me hizo disfrutar muchas tardes de tedio a través de YouTube y sobre todo con sus conciertos en directo.

Ya sé que la muerte es casual, pero no por ello deja de ser inesperada y triste. Como la de Georgie Dann que ha hecho bailar a generaciones con su simpatía y ligereza, que es lo que quería aparentar aunque en corto era un tipo muy listo y divertidísimo. Ambos representan dos extremos, dos ausencias.

Hace unos días leía una entrevista a Santiago Auserón -Radio Futura, Juan Perro- en la que afirmaba que la música actual no pasará la historia. O que pocos la recordarán. Estoy con él en algunos aspectos. No creo que sea en todos los géneros, pero sí que no será el recuerdo igual porque los tiempos han cambiado y ahora vivimos en época de consumo inmediato y olvido fácil. Pocos recordarán los 90, los 2000 y aún menos los 2010. Mantenerse a estas alturas y ser valorado es más complicado que hace varias décadas. Digamos los ochenta que todavía sobreviven, o lo setenta y hasta los sesenta. Ahora se nos vende todo a base de imagen o  márqueting, que es lo peor que nos podía ocurrir. Mandan las plataformas digitales. 15 segundos de Rosalía, por ejemplo, mueven el mundo a base de dirigismo mental y superficial, pero muy bien armado comercialmente. Son simples productos de consumo y negocio. Hasta RTVE lo convierte en noticia de informativo. Tal y como funciona la tele pública es normal.

De hecho, cae por ejemplo un presidente cualquiera de gobierno europeo y en un lustro ya no nos acordaremos de él o de ella. Sus gestiones van a velocidad de vértigo. Sus resultados son tan inmediatos que lo que hoy se dice mañana no se recuerda. Si no tenemos producto físico ni capacidad de memoria, qué vamos a recordar si apenas leemos, analizamos o recordamos porque estamos más pendientes de los recibos de luz y gas que de los avances sociales que no dejan de ser en el fondo intangibles.

En eso entra, por ejemplo, la ausencia de crítica ponderada y respetada. Ahora son tertulianos los que nos marean, antes al menos dejaban poso. Son tantos los canales de información que no tenemos tiempo de analizar y menos valorar. No existe tampoco el peso de la razón. La crítica, por ejemplo, se ha convertido en algo subsidiario, salvo para el poco crítico que queda en lo que queda y que le permite, al menos continuar viviendo en un mundo de tristes consumidores.

Hace tiempo que la gran mayoría de medios consideraron que la crítica -el público que diría Lorca- debía pasar a otra vida. Era cara, decían. Pero también resolutiva y sobre todo centraba conciencias y sentaba bases. Para ser crítico se ha de ser muy racional, estudioso, conocedor y tener criterio objetivo. Ya no se le espera. Y el que queda exprime su ya corto poder consciente de su pequeña taifa que ni él sabe cuánto durará, con lo que los abusos pueden llegar a ser extremos y diría que hasta muy poco fiables. Somos producto del márquetin digital momentáneo, que ni siquiera físico.

El crítico siempre acompañaba al aficionado. Te fiabas de ellos. Luego entraba la opinión personal, pero generaban y aún generan confianza.  

Ahora son los museos de arte contemporáneo los que deciden qué es bueno y qué no, aunque el espectador no entienda nada y menos se lo expliquen cuando deben pasar cien años para que la Historia juzgue. Pues imaginen en el terreno musical, teatral, arquitectónico…Si nadie analiza, explica o interpreta nos queda la senda de la trashumancia. O sea, 'Operación Triunfo' y su éxito comercial y vacuo.

Hemos terminado con la crítica o con casi toda ella. E igual que perdemos referentes, lo peor perdemos confianza en un mundo en el que todo vale, según dictan las leyes del mercado. Es el humanismo del fogonazo del “todo vale”. O en el tiempo del nada valdrá mañana nada.