VALÈNCIA. Con la publicación de su nueva novela, Nela 1979 (Tusquets, 2024), Juan Trejo reconstruye la vida de su hermana fallecida en el contexto de una España cambiante, entre los últimos años de la dictadura y los inicios de la transición. A través de una mezcla de memoria personal y exploración colectiva, Trejo busca la luz tras un fallecimiento que impuso un silencio familiar que duró décadas.
-En Nela 1979 logras mezclar un relato familiar muy personal con un retrato social más amplio, que incluye la Barcelona de los años setenta y una generación marcada por la contracultura. ¿Cómo equilibraste estas dos dimensiones a lo largo de la escritura?
-Todo parte de la historia familiar. El punto de inicio fue la recuperación de la breve e intensa historia de mi hermana, que murió muy joven. Ese es el punto de partida. Sin embargo, cuando empecé la investigación, enseguida me di cuenta de que disponía de muy poca información directa: los recuerdos familiares eran escasos, los míos propios muy vagos porque era un niño, los de mis hermanos, limitados, y los de los conocidos, apenas detalles… Además, habían pasado más de 40 años en los que en mi familia se impuso una especie de ley de silencio sobre ella. Al no tener mucho a lo que agarrarme, me vi obligado a profundizar en el contexto: en el entorno de su adolescencia y primera juventud, que ubico más o menos entre 1973 y 1978.
Tuve que investigar esa época, leer mucho, entrevistar a gente que vivió esos años, leer periódicos y revistas de entonces, y pronto me di cuenta de que la historia de mi hermana era también la historia de su generación, de ese momento histórico. De alguna manera, el contexto explicaba lo que no sabía de mi hermana. Así que, de manera bastante natural, esas dos líneas que mencionabas —lo particular y lo colectivo— fueron muy juntas desde el principio. El verdadero desafío fue cómo narrar la historia, cómo estructurar esas dos líneas, porque temáticamente estaban imbricadas desde el comienzo, pero construir esa narrativa fue lo más complejo.
-¿Lo particular explica lo colectivo o lo colectivo explica la particular?
-Mi intención fue que estas dos dimensiones estuvieran bastante equilibradas. El libro se titula Nela 1979, y no Barcelona 1979 o Contracultura 1979, porque ella es el eje central, la columna vertebral de la historia. Pero como tampoco es una biografía tradicional de mi hermana, sino que su vida es una línea narrativa que permite hablar de toda una generación, intenté que ambos aspectos, el personal y el social, estuvieran en armonía. Lo que he intentado es que el lector vea que a través de la historia de mi hermana se habla de una época y una generación. Y esto es algo que he podido comprobar gracias a los lectores: muchos me han escrito diciéndome que, en cierto modo, la historia de Nela les interpela, que se sienten identificados con lo que vivieron entonces, que había muchas Nelas en ese momento.
-La distancia corta con la tragedia de tu hermana también puede acabar determinando tu mirada sobre otros fenómenos que participaron en ella, como la contracultura o las drogas. ¿Cómo has gestionado eso?
-A pesar de que parece reciente, de lo que habla el libro es de un salto muy pronunciado, muy bestia, en la España del momento, incluso en la relación dentro del seno de las familias. Da más bien la impresión de estar hablando de algo remoto. Además, claro, del olvido de mi familia, obviamente, pero también el olvido de la historia oficial de esa franja de la juventud. No creo que me hubiera resultado más fácil investigar sobre los años 20 que sobre los años 70.
-Lo digo porque, por ejemplo, en València no nos ponemos de acuerdo de si, en la memoria sobre La Ruta del Bakalao, pesa más la vanguardia o las tragedias personales. Y tiene que ver con el trauma colectivo y el que ha tenido cada familia en su casa. ¿Hasta qué punto el sufrimiento de la historia familiar puede determinar ese acercamiento?
-De donde yo parto es de una historia dolorosa y oscura. Y precisamente mi motor, desde el principio, es intentar encontrar luz. Intentar encontrar una nueva perspectiva, no tanto que salve a mi hermana y a esa generación, como poder ver lo brillante que había ahí.
El punto de partida es el dolor y es, inevitablemente, un buen punto de partida. Por eso mi búsqueda, hasta cierto punto, era antinatural en ese sentido: yo lo que quería era encontrar lo que estaba convencido que había, un signo de luminosidad. Ahí tenía que haber optimismo, no solo una historia trágica y oscura.
-Hablando del silencio familiar, ¿cómo afectó esto al proceso de escritura y al modo en que reconstruiste la historia de tu hermana?
-El silencio familiar fue una respuesta al dolor. Mis padres hicieron lo que pudieron, y lo que tenían a su disposición en ese momento era callar, con la idea de que si no se hablaba del tema, el dolor terminaría desapareciendo. Ese fue el mecanismo de supervivencia que encontraron, sobre todo mi madre. Ese silencio tiene un precio, claro, pero no lo vieron en su momento. Con los años, hemos tenido que acarrear con ese silencio. Desde luego, habría sido mejor hablarlo desde el principio, pero en ese momento no lo vieron posible.
El silencio del país es muy diferente. Tiene otro tipo de voluntariedad, con una intención mucho más política. Solo hace falta ver la de ampollas que salen ahora mismo en ciertos políticos de renombre en cuanto se les pone en cuestión.
-Al escribir sobre los personajes, te encuentras con algunos que conoces muy bien y otros de los que apenas sabes nada. Cuando llegas a la escritura, ¿cómo influye ese grado de conocimiento en tu forma de retratarlos?
-Al principio, mi idea era no escribir desde el punto de vista de mi hermana, delimitar el vacío que dejó. Quería escribir sobre ese hueco, y por eso me informé mucho sobre la época, la Barcelona de entonces, la heroína, la contracultura, entrevisté a gente… Intentaba hacer un molde. Sin embargo, en un momento dado, me di cuenta de que podía escribir desde su punto de vista sin ser infiel a lo que fue su vida, sin traicionar su historia. Lo mismo me pasó con mis padres. Pude escribir sobre ellos, pero no de manera biográfica, sino solo desde el aspecto que tenía que ver con esta historia. Con mis hermanos, en cambio, su participación es más secundaria.
No pretendía hacer retratos completos, sino contar la línea narrativa que marca la vida de mi hermana. En esa línea, mis padres tienen un peso porque son quienes responden al olvido, pero los demás, incluido yo como narrador, somos personajes secundarios que tienen un papel mucho más limitado.
-Tu libro se mueve entre la no ficción, lo periodístico y lo literario. ¿Cómo manejaste ese equilibrio al escribirlo?
-Este es mi quinto libro y, de lejos, ha sido el más difícil de escribir. También es el más literario, el que más recursos de la ficción utiliza, a pesar de ser una historia real. No pretendía hacer una crónica pura como las de Leila Guerriero o Emmanuel Carrère. Lo que hice fue mezclar voces y enfoques, porque hablar de una vida siempre implica diferentes voces. El paraguas de la novela me permitió jugar con eso.
Encontrar la estructura para que eso funcionara fue lo más complicado. Curiosamente, muchos lectores me han dicho que lo leyeron muy rápido, en un día incluso, y eso me hace pensar que hice un buen trabajo, porque aunque es un libro complejo, el esfuerzo fue que no se notara la dificultad detrás.
-Algunos lectores han señalado que también hay un componente de clase social en la historia de tu familia y en la de tu hermana. ¿Qué peso tiene este factor en el libro?
-El relato de clase lo pongo más yo que mi hermana, aunque ella también tenía cierta conciencia social. Nosotros vivíamos en Vallcarca, un barrio de gente pudiente, y eso nos situaba en un contexto muy particular. Incluso en los movimientos alternativos de la época también había diferencias de clase: los que venían de familias más acomodadas sobrevivieron mejor a esa época que los que no tenían esa ventaja. Otras personas, por falta de formación o por exceso de ilusión, pringan.
-Más allá del silencio familiar, en el libro hablas de cómo intentaste encontrar información en los archivos públicos, y cómo las administraciones tampoco han sido capaces de llenar esos vacíos en la memoría ¿Qué reflexión te deja esto?
-Fue una época de difícil gestión, sobre todo con la epidemia de heroína. Podemos suponer que no se hicieron bien muchas cosas. Casualmente, mucha de la documentación de aquella época se ha perdido o es inaccesible. El caso del Hospital Psiquiátrico de Bétera es muy revelador: me pidieron que tuviera la tutela de mi hermana para poder acceder a su archivo, una triquiñuela absurda.
-¿Y qué hay detrás de eso?
-Seguramente una mala gestión en su momento. Y, sobre todo, una mala gestión de la memoria y del recuerdo, porque hoy en día esas cosas se podrían mirar. Es verdad que seguramente saldrían a la luz más de un juicio por mala praxis y negligencia médica. Me temo eso porque también había mucho prejuicio. Lo mires por donde lo mires, una joven de 21 años que entra en urgencias con dolor de barriga (por muy leve o grave, o por muy drogadicta que fuera) y muere en urgencias no tiene una explicación normal. Obviamente, ha habido dejadez. Lo único que yo quería, como tantas otras familias, era saber qué pasó, nada más. No es un libro de denuncia, ni mucho menos, pero es importante reflejar esto también.
-Después de un libro tan personal, ¿qué sigue?
-Me lo pregunto todos los días. Pensaba que al acabar el libro todo terminaría, pero en realidad está empezando. Hay mucho interés en el libro, y ahora tengo que presentarlo y dar la cara por él. Tengo otros proyectos, pero todavía no sé bien cómo voy a salir del todo de esta historia. No sé cómo se escribe después de algo tan personal.