CASTELLÓ. Cuando Nick Drake se quitó la vida, la noticia apenas tuvo repercusión en la prensa musical británica. Uno de los pocos obituarios que se escribieron lo firmó Nick Kent, enfant terrible del ramo. En el artículo que publicó a principios de 1975, semanas después de que Drake ingiriera una dosis letal de barbitúricos, Kent afirmaba que descubrió la música del cantautor en el momento exacto. Fue durante la adolescencia, entre paseos solitarios por el bosque, intentos fracasados de expresarse tocando una guitarra acústica y horas dedicadas a descifrar los tesoros que Dylan había escondido entre los surcos de Blonde On Blonde. “Su música -concluía hacia el final del artículo- fue una proverbial buena compañía en un momento en el que yo aún apreciaba semejante bien”. Tenues, delicadas, portadoras de una exacerbada sensibilidad, las canciones de Nick Drake irradian un romanticismo que describe a la perfección a su autor. Uno de los motivos por los que este decidió quitarse la vida el 25 de noviembre de 1974 fue la ausencia de éxito. Entre 1969 y 1972 había registrado tres álbumes. Ninguno de ellos obtuvo una gran repercusión y las ventas fueron descendiendo a medida que los discos se iban publicando. Su amigo y compañero de sello, John Martyn, dijo en una ocasión que Drake deseaba ser una estrella. Tenía el talento, pero las circunstancias no le ayudaron. Él tampoco estaba preparado para ello.
Hasta mediados de los años ochenta, la música de este cantautor sutil, nacido en 1948 en Rangún, Burma, mientras su padre estaba destinado allí como ingeniero, era un secreto del que disfrutaban algunos paladares. REM, Kate Bush y Paul Weller fueron de los primeros en alabar sus excelencias, que no eran pocas. Canciones intimistas que, al principio, contaban con arreglos de cuerda y la puntual aparición de otros instrumentos, pero que alcanzaron su cima con Pink Moon, un álbum desnudo de cualquier ornamentación. El auge de la música alternativa de principios de los noventa ayudó a que su obra se fuera difundiendo cada vez más, con The Walkabouts y Nikki Sudden versionándolo en el disco de homenaje Brittle Days. La canción “Pink Moon” -que también fue recuperada por Sebadoh- fue la banda sonora de un anuncio de coches que disparó su popularidad. Su discográfica editó una caja con sus tres álbumes, añadiendo un disco más con material inédito de las sesiones en las que Drake trabajaba cuando se quitó la vida. La magia que en su momento apenas trascendió empezó a contagiar al público.
Dicen que Drake era una persona complicada. Su música es todo lo contrario. Entra como una brisa otoñal, es gentil, campestre. Fueron escritas cuando su autor tenía veintipocos años, letras que ahora, debido al tiempo y a la experiencia de quien escucha, cobran un nuevo significado. Él ya se sinceraba en la canción que abría Five Leaves Left (1969), su primer disco: “Time Has Told Me”: “El tiempo me lo ha dicho / Eres un hallazgo raro, raro / Una cura problemática / Para una mente problemática”. De aquí sacaría Robert Smith el nombre de su futura banda, pero más que cualquier otra cosa, esta canción es el punto de partida de un hombre que necesitaba ser escuchado y comprendido, pero que no era capaz de hacer lo necesario para lograrlo. A finales de los sesenta y principios de los setenta, los artistas que hacían música con guitarras acústicas no tenían cabida en las radios. El directo era la única vía para darse a conocer. Drake era extremadamente tímido y no confiaba en su voz. Su música requería una atención instantánea por parte del oyente. Encarnaba como nadie la figura del romántico, del alma abatida por los vaivenes de la propia existencia. No mentía, él mismo sabía que era un hallazgo raro.
Su madre, Molly Drake, fue una de las grandes influencias de su hijo. Aunque en su día no se llegaron a publicar, tanto sus poemas como sus canciones tuvieron un gran impacto en él. Algunas de sus canciones vieron la luz por primera vez en 2007, cuando se publicó el recopilatorio Family Tree, que recogía maquetas de Nick –en una de ellas cantando con su hermana Gabrielle, popular actriz británica protagonista de series como Coronation Street- y un par de temas de su madre, así como una canción registrada por los tres. Sus artistas favoritos eran Randy Newman, Tim Buckley, Bert Jansch, Mose Allison y Bach. Estudió literatura inglesa en Francia y su interés se repartía entre la poesía de los simbolistas franceses (Rimbaud, Verlaine. Baudelaire y Mallarmé, que a su vez tuvo una gran influencia en compositores como Ravel y Debussy, ambos adorados por Drake) y la de autores ingleses como Wilfred Owens, y los románticos William Wordsworth y William Blake.
Drake llegó al sello Island de la mano del productor Joe Boyd. En aquel momento, el sello estaba interesado en artistas con el perfil de Drake, poéticos, tranquilos, acústicos. Five Leaves Left vendió 5.000 ejemplares y contenía algunos de los títulos que lo consagrarían a título póstumo, “Cello Song”, “River Man” y “Way To Blue”. El lanzamiento no fue apoyado por gira alguna. Para el siguiente álbum, Bryter Later (1971) contó con músicos de Fairport Convention –Richard Thompson entre ellos-, John Cale y la vocalista P. P. Arnold, que hizo coros junto con Doris Troy en “Poor Boy”. Poco después de su publicación, Drake cayó en una de las depresiones que solían acecharle. Su situación empeoró cuando Pink Moon apareció en 1972. Las ventas empeoraron, pero las críticas tampoco fueron amables. Drake tuvo que ser hospitalizado. Cuando se quitó la vida estaba intentando registrar el que hubiera sido su cuarto álbum. Aparecía en el estudio, pero apenas podía tocar la guitarra o cantar. “La gente dice que soy muy bueno pero no tengo nada que me ayude a probarlo –dijo por aquel entonces-. No tengo dinero y mis discos no venden”.
Drake renunció a seguir sufriendo una noche de otoño. Puso en el plato del tocadiscos uno de sus álbumes predilectos, el Concierto de Brandenburgo de Bach y lo dejó sonar mientras ingería una dosis mortífera de Tryptizol, el antidepresivo con el que intentó mantener a raya sus demonios. Hace diez años, Joe Boyd organizó un nuevo disco de homenaje, Way To Blue, en el que participaron artistas como Robyn Hitchcock. Y este verano, coincidiendo con la publicación de su primera biografía autorizada –Nick Drake: The Life, de Richard Morton Jack- ha aparecido un nuevo álbum donde se versionan sus canciones. Con aportaciones de artistas tan variopintos como John Grant, Emeli Sandé, Joe Henry, Liz Phair, Guy Garvey o Fontaines D.C., The Endless Coloured Ways: The Songs Of Nick Drake parece hecho más para dar a conocer su música entre un público nuevo que para convencer a sus fans. La música de artistas contemporáneos como Bon Iver, Sufjan Stevens o José González es descendiente directa de la suya. Drake nunca llegó a imaginar que sus canciones serían tan queridas, tratadas con tanto respeto, tan importantes para tantas personas. Su melancolía es hoy la extraña cura para miles de almas extrañas a las que nunca podrá conocer.