La vida a veces se repite cíclica, como si una elipse invisible anillase los momentos entrelazados para que se produjeran, o se repitieran, o se reflejaran en otra serie de cosas tiempo después, una y otra vez. El orden y el desorden no son sino la misma cosa. Atreverse a categorizar uno por encima del otro es no comprender nada. Tan probable es que tu orden sea desorden para mí que no vale la pena enfrascarse en discusiones, siquiera en diálogos. Queramos o no, todo es orden y desorden por los mismos motivos.
El otro día, justo pocos minutos después del primer aniversario del nacimiento de mi hijo pequeño entró por la puerta de la sala de profesores del instituto donde imparto clases la matrona que nos acompañó en aquel momento único. Exactamente un año hacía, con sus horas y todo. Me acerqué a saludarla cuando la vi, y entonces le pregunté: ¿Sabes qué día es hoy? No me digas que hoy es… respondió. Ya ven, en el aniversario de uno de los días más importantes de uno, la vida te pone al alcance de los sentidos a la persona que estuvo allí arrimando el hombro —porque su vida es arrimar el hombro— sin condiciones. Hay cosas que van y vienen. Como satélites en sus órbitas.
No se lo digan a mis hijos, pero en mis tiempos nos duchábamos en sábado. Sí, ahora vayan todos a ponerse las manos a la cabeza y a poner cara de limpios, pero saben que no miento. Ni en las mejores casas. Ni en las peores. No siendo unas ni otras mejores ni peores en verdad, sino frutos del azar, la tragedia o lo contrario, si lo hay. (Si están pensando en la comedia no saben de qué tragedia les hablo. Me habré explicado mal.) Pero lo cierto es que en mi casa los niños nos duchábamos en sábado. Salir de la ducha en los ochenta era una actividad gélida. Pero algo esperaba al bajar las escaleras. Y tiraba de nosotros como un hueso hacia el sofá. Y es que como saben, nada más mágico —especialmente para un niño— que una bola de cristal. La bola de cristal.
El sábado 6 de octubre de 1984 se emitió por primera vez La bola de cristal. Un programa de dirección y guión valientes, necesarios para una sociedad que tenía miedo de pasarse de frenada después de la transición; y por ello había que ser críticos con lo conseguido, lo construido democráticamente, porque nunca se puede mantener un camino que no se transita -las hierbas lo vuelven a cubrir rápidamente-. Así que no es suficiente conquistar derechos y libertades, reformar el sistema de gobierno o crear un parlamento, hay que dotar a la ciudadanía de espíritu crítico, y educarla, y otorgarle las herramientas para dudar de esa educación, y de ese espíritu crítico, y de todo. Y eso hicimos, por suerte, mi generación y otras que bebimos de la tele que decía que apagásemos la tele.
… hay que dotar a la ciudadanía de espíritu crítico, y educarla, y otorgarle las herramientas para dudar de esa educación, y de ese espíritu crítico, y de todo. Y eso hicimos, por suerte, mi generación y otras que bebimos de la tele que decía que apagásemos la tele
Lolo Rico ha muerto esta semana. Con ella se van La casa del reloj, Un globo, dos globos, tres globos, La cometa blanca, y sobre todo La bola de cristal, que dirigió con diligencia hasta que en 1987 dimitió por la censura de un espot en defensa del colegio público respecto a la educación privada por parte de Radio Televisión Española. Poco después cayeron los Electroduendes, y el 25 de junio de 1988 el programa al completo.
Sorprendentemente, años después la Bola volvió a mí. Se trataba del libro con guiones originales que publicó Virus en 1992 ¡Viva el mal! ¡Viva el capital!, de Santiago Alba Rico, hijo de Lolo y guionista del programa. Teníamos una distribuidora alternativa de música, mercadotecnia de grupos punk y hardcore, y libros, que gestionábamos en el desaparecido Ateneu Llibertari La Kanya hace siete vidas, o más. En cuanto llegó el libro de Alba Rico compré un ejemplar y lo devoré en casa en dos noches. ¿Saben cuando azuzan el rescoldo de una fogata y poco a poco vuelve a calentar con toda su llama? Pues eso mismo. Y uno piensa que si unos guiones de juventud siguen estando en su órbita en la post-adolescencia debe de ser porque ha caminado en la misma dirección desde entonces. Y es bonito pensarlo. Y siguiendo esta misma órbita a uno le entra un orgullo silencioso cuando muchos años después el guionista del programa de infancia que lo ha puesto a uno en el mundo de los libros y las letras publica un artículo en la revista académica que uno edita, como pasó hace un par de años.
No sé si se podría evaluar qué importancia tuvo ver en la televisión cada sábado a los Electroduendes para que yo esté aquí hoy escribiendo todo esto. Incluso cuán relevantes fueron lemas como si no quieres ser como ellos, lee en mi camino para llegar a ser escritor y editor. Pero, desde luego, me considero hijo de aquel programa infantil que trataba a los niños como adultos. Hubo una vez un país donde los niños leían a Marx, a Brecht o a Swift sin saberlo. Y una tele les decía que la apagaran, que leyeran, que desaprendieran cómo se deshacen las cosas. Que la tierra te sea leve, Lolo Rico. ¡Viva el mal!