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PUNTO DE PARTIDA  / OPINIÓN

No es país para solteras

11/05/2023 - 

Un día no pude más y me separé de ÉL. Y ya sabéis a qué me refiero con ese ÉL en mayúsculas: el compañero de viaje, el futuro padre de mis hijos, el primus inter pares para toda la eternidad. Tal osadía, la de dejar atrás la vida prometida, la cometí a la nada recomendable edad de 31 años. En un momento en el que todas mis amigas se casaban y tenían hijos yo decidí llevarle la contraria al destino porque vi con absoluta nitidez que ese modelo no iba conmigo. 

Hasta aquí la primera W, la del what. Ahora vienen las cuatro restantes. 

En nuestra sociedad, quedarse soltera aunque sea por voluntad propia a una edad en la que no deberías de estarlo te precipita hacia un absurdo camino a la contra del resto del planeta. Como si trataras de avanzar frente al feroz cierzo de Zaragoza, la soltería pasada la juventud te obliga a permanecer firme ante las arremetidas costumbristas que no dejan de repetirte durante las veinticuatro horas del día y los trescientos sesenta y cinco días del año que te estás equivocando. 

Te conviertes en la rara. La que no acude en pareja a los compromisos sociales, la que nunca escogerá un vestido blanco para escenificar el amor hacia otra persona, la que no tiene intención de quedarse embarazada en un futuro próximo. Ya pueden ser clarividentes tus prioridades que no pasará un solo instante sin que tengas que recordarte a ti misma que ya estás bien así y que, de hecho, no quieres estar de ninguna otra manera. A la mierda las medias naranjas, te dices para tus adentros cuando el bucle tucu tucu llama a tu puerta, tú eres más que eso: eres una fruta entera. 

La reafirmación constante se convierte en tu nueva personalidad. Por algún motivo, repetirte una y otra vez que haces lo correcto es algo que solo te sucede en el ámbito sentimental. Ni los estudios que elegiste, ni el coche que compraste, ni siquiera aquella vez que alguien te convenció para beberte media docena de chupitos de Jägermeister: nunca le has dado tantas vueltas a las consecuencias de una decisión como ahora que has querido ser una mujer soltera. 

El principal motivo de esta yincana autojustificadora cabe encontrarlo en el imperceptible tierra, mar y aire con el que el patriarcado trata de mantenernos a raya. Las mujeres somos tan peligrosas en libertad que el sistema se ha encargado de remendarse a sí mismo con envidiable acierto cada vez que uno de nuestros alaridos ha puesto en guardia al statu quo. Cuando dejaron que nuestras madres accedieran a las profesiones liberales de manera más o menos masiva a partir de los años 80 se aseguraron, yugo doméstico mediante, de que su papel no iría tan lejos como para cuestionar la sacrosanta institución del matrimonio. Cuando fuimos nosotras las que dijimos BASTA en 2018, el imaginario patriarcal cedió acorralado y desde entonces ha tratado de convencernos de que las cosas entre ambos géneros van mejorando en pro del bienestar colectivo. “De acuerdo, maripilis nos han ido repitiendo a partir de ahora fingiremos que sabemos hacer las cosas de la casa. Pero vosotras, a cambio, aquí quietecitas comiendo perdices, ¿eh? No vaya a ser que descubráis algo nuevo”. 

Que una Ana Iris Simón preñadísima fuese la joven escogida para hablar en un acto en la Moncloa tres años después de aquel multitudinario estallido feminista tiene de casual lo mismo que Núñez Feijóo surcando los mares a bordo del yate de Marcial Dorado. Y algo similar sucede con el último pódcast femenino y feminista anunciado a bombo y platillo por el grupo PRISA. A Victoria Martín le faltó tiempo para pregonar en antena que su verdadera felicidad es envejecer junto a un tal Nacho. Ya es casualidad que, de todas las voces femeninas que despuntan en la actualidad, las que más rápido llegan al olimpo mediático español son las que abanderan un formato de vida sentimental idéntico al de nuestras abuelas. 

El patriarcado sabe mejor que nadie que el engranaje actual no se puede permitir el lujo de que de repente las mujeres descubramos que la vida por nuestra cuenta es una opción más que válida. Ni estadística, ni científica ni biológicamente existe un vínculo entre la felicidad y la vida en pareja de la misma manera que tampoco existe un vínculo entre la infelicidad y la soltería. En Retrato en sepia, de Isabel Allende, la joven protagonista Aurora del Valle sentencia tal que así su visión del matrimonio: “¿Quién dijo que deseo ser feliz, Severo? Quiero una vida interesante, aventurera, apasionada, en fin, cualquier cosa antes que feliz”. 

Qué maravilla, ¿verdad? Esa contundente afirmación es uno de los cantos a la verdadera emancipación femenina que más me ha reconfortado a lo largo de la vida. Un magistral melasudismo de la familia, una capacidad arrolladora de perseguir lo que me salga del coño sin tener miedo a los augurios de infelicidad. Es, sin duda, hacia donde deberíamos seguir caminando después de haber acojonado al mundo entero en aquel 8M de hace ya cinco años. Porque por ahora, aunque no lo parezca, seguimos encalladas. Entre la revuelta furibunda y la meta en tierra prometida lo que hicieron ellos fue levantar un muro en forma de marido reloaded y es aquí donde nos hemos quedado todas, en una jaula de color lila y sin vistas al horizonte.  

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