"Hui n'hi ha torrà papi
i la matinà és pa mi"
Orxata Sound System - Palmera Destroy
VALÈNCIA. Quien haya hecho una paella alguna vez lo sabrá, pero para lograr el resultado perfecto, además de hacer bien el arroz, debe quedar una capa de socarrat en el fondo. Una capa con granos que se van quemando poco a poco, sin que nadie se entere, mientras el resto de capas se hacen con normalidad, y que solo florece cuando la remueves para empezar a servir. Es esa mezcla entre el arroz normal y la cantidad justa de socarrat el que da un sabor especial. Pues bien, en Nosotros no nos mataremos con pistolas, mientras Elena está desvelando la vida de excesos de Miguel en una reunión de amigos, un fuego generado por accidente arruina la paella, socarrándola del todo y haciéndola incomestible.
Sirva este ejemplo y como uno de tantas metáforas que deja entrever el film de María Ripoll y que le ha permitido volar más allá de la obra de teatro en la que se basa. Ha sido el propio Víctor Sánchez Rodríguez, con la ayuda de Antonio Escámez en el guion y la dirección de Ripoll los que han dado vida, en la gran pantalla, a la historia que emocionó al público valenciano en el teatro desde 2017 hasta 2021. Como en él, un grupo de amigos y amigas se reúnen tras un largo tiempo sin verse. Cada uno vive su propia vida, la mayoría alejados del pueblo de la costa en el que se criaron. El trauma por el suicidio de Paula, otra de las amigas del grupo, y sus vidas precarias e infelices, marcará un reencuentro en el que el resentimiento intenta imponerse continuamente a la amistad.
Cuenta Lina Badenes, productora del film, que Víctor Sánchez le envió el guion de la obra de teatro en un momento en el que tenía mucho trabajo. Quiso abordar el texto para leerlo por placer y no por trabajo, pero al final le acabó proponiendo la adaptación. Lo hizo sin ver la obra para que no le condicionara las expectativas. “Ahora, con el proyecto acabado, sí que me apetecería verla”, cuenta entre risas Badenes.
“Hemos intentado sobre todo no mantener tanto los monólogos, que es una cosa que en el teatro hay mucho y en el cine no tanto, y traducir lo que decían los personajes en imágenes para que estas hablaran por ellos”, explica el autor. Y, en efecto, la película prescinde de elementos de la obra original y lo transforma en metáforas que cosen la trama a lo largo del metraje: una gallina reencarna la presencia del espectro de la amiga, la paella se echa a perder, y los protagonistas tienen el empeño de urgar en el agujero de una bala que se encuentra a una de las paredes de la casa. También se han multiplicado los espacios de la acción, impidiendo que el film se notara “tan teatral”.
Ingrid García Jonsson es el primer nombre en el cartel de una película coral y equilibrada, en el que —cuenta la actriz Lorena López— se desprende “que los personajes han sido amigos” gracias a un trabajo de convivencia anterior al rodaje. “Hay mucha química”, añade Escámez.
Más allá de la adaptación, Nosotros no nos mataremos con pistolas sigue esa máxima de “historias locales, historias universales”. El film cuenta la historia de una generación que ya en 2012, en plena crisis económica, estaba en shock por la cancelación del futuro prometido. Pero esa cancelación no es solo generacional, sino también el fin de un modelo: en el pueblo marítimo, la fábrica amenaza con cerrar, en clara referencia al Puerto de Sagunto, de donde es natural Víctor Sánchez. En los primeros minutos de la película, mientras llegan los personajes, la fotografía y la música hacen una clara referencia al western: “era una mirada irónica, como del hombre contra la naturaleza, en un pueblo en el que es incluso difícil comprar agua”, resalta Antonio Escámez. Las referencias a la paella, a la vida de los pueblos valencianos, que los personajes hablen mayoritariamente en la lengua propia… Nosotros no nos mataremos con pistolas no rehúye de donde viene, y en efecto, en su particularidad, aspira a ser universal.
Los protagonistas son la generación Orxata Sound System, la generación joven valenciana a la que las expectativas vitales se vinieron abajo en 2008, un baño de realidad contra las aspiraciones de volar del pueblo, de salir de lo que se consideraba una jaula. Una generación que, a falta de otra salida, ha optado por resolver (algunos) de sus problemas en las verbenas, porque solo la amistad consigue escocer y luego salvar ciertos conflictos vitales. Cantando contra el capital, pero también al hedonismo, la resaca de mañana ya se ocupará de las consecuencias de aquello en lo que los personajes necesitan ahogarse hoy.
El público valenciano revivirá con ilusión esa verbena presidida por Biano, el productor de Orxata, pinchando Suavitat Universal, con el que los protagonistas se irán desvistiéndose, como antaño en sus conciertos. Era signo de nuestro tiempo, que sigue siendo el de mucha gente. Por eso esta película, desde un tiempo y un espacio muy concreto, le puede seguir hablando al presente.
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