Nueva obras recientes como Valenciana o València, t’estime, siguen situando los años noventa como marco desde el que poner en orden a la sociedad valenciana y su iconografía
VALÈNCIA. “Los 90s son un buen espejo en el que mirarnos y preguntarnos cómo podemos ser, todavía, mejores”, dice el director Jordi Núñez, director de Valenciana. Su película, que estos días se ha proyectado en Cinema Jove y se estrenará en cines durante octubre, es un retrato de la década fundacional. Los 90s de Alcàsser, los noventa de la telebasura, los 90s zaplanistas, los 90s de desarticulación de ‘la ruta’. Los 90s de un agravio ambiental: en la tómbola de la euforia española Barcelona, Madrid y Sevilla habían sido agraciadas con grandes certámenes. València, en cambio, no fue invitada a la fiesta.
José María Chiquillo, entonces en Unió Valenciana -más tarde fichado por el PP- expresó el ideario de su movimiento político a partir de esa afrenta: “todo lo importante ocurría siempre lejos de Valencia (…) Entonces considerábamos a nuestros vecinos mejores y más preparados que nosotros (…) Hoy, tras doce años de gobierno del Partido Popular, los envidiados somos nosotros”, decía en pleno trance por los 2.000.
Esa idea de territorio fuera de la fiesta, por tanto necesitado de armar su propia jarana, se impregna en múltiples episodios de la década. Y ahora, como una cosecha durante mucho tiempo en espera, su retrato está brotando en las pantallas. Si la serie La Ruta, en 2022, dirigida por el valenciano Borja Soler, plasmaba parte de ese desencanto, las creaciones al calor de la década que todo lo pudo no han parado de crecer.
Valenciana, la película, nace después de que su director viera la obra de teatro de Jordi Casanovas que plasma esa misma historia. “Me pareció una obra brillante, que aportaba una mirada fresca y totalmente nueva sobre esos años”, comenta Jordi Nuñez. “Fue la primera ficción que vi al respecto, precedía a El caso Alcàsser, La Ruta o Quan no acaba la nit, y arrojaba una mirada muy lúcida sobre nuestra historia reciente. Aportaba algo parecido a lo que Angels in America cuenta sobre la Nueva York de finales de los ochenta”.
Las tres protagonistas de la cinta son, de alguna manera, tres prototipos de una manera noventera de estar a la valenciana. Viviendo un intenso período de cambio en posición de euforia, en posición de duda y en posición de huida. “España terminaba de consolidarse como el país moderno y homologable a sus vecinos europeos que se había prometido”, sitúa Nuñez. “Valencia vivía esto a su manera, y lo que me interesaba de ese momento histórico era la alegoría que suponía para las tres protagonistas en su pérdida de la inocencia, de qué queda tras las promesas. Quizás el hecho de que empezásemos a narrarnos como pueblo a través de la televisión autonómica en aquel momento le puede dar esa sensación fundacional. Aunque no siento la necesidad de romantizar ‘la ruta’ ni aquel tiempo. Creo que dentro de cuarenta años podremos contar historias con fondo y dinámicas equiparables de este momento histórico. Creo que la identidad valenciana es fluida y no tiene compartimentos estancos, en todo caso complementarios y conectados. Así me gusta retratarla. Me reconozco en cualquiera de las tres protagonistas”.
Justo estas mismas semanas se ha podido ver en la gran pantalla València, t’estime. El primer documental sobre la historia LGTBI de la ciudad desde los setenta hasta hoy, con un epicentro bullicioso en los noventa. Su director, Carlos Giménez, la explica a partir del retrato de una “génesis explosiva”. La necesidad de celebrar, igualmente, otro tiempo de fiesta como reacción a tantos años de represión. “Las ganas de liberarse eran muy grandes y en la València de los noventa nace Venial, la primera librería gay… La explosión de libertad para reivindicar cómo uno es”. En ese tránsito, recuerda, contradicciones como la escena icónica de Manuela Trasobares en 1996, lanzando la copa en Parle vosté, calle vosté. Reivindicación en un contexto de telebasura.
Además de esa mirada a un pasado relativamente reciente pero cada vez más lejano, con sus dosis de nostalgia, en este regreso noventero hay un deseo común de explicarnos como sociedad. Poner en orden muchos de los tópicos más sobados adjudicados a la identidad valenciana, emparentada de una manera intensa a la cultura televisiva de los 90s. Muchos de los fenómenos que vivimos después se sembraron entre aquellas hojas del calendario.
“Hemos tomado distancia, hemos adquirido conciencia y nuevas perspectivas que permiten mirarlo con ojos nuevos”, cree Jordi Núñez. “De todos modos, mi interés no estaba tanto en un retrato del contexto, aunque lo haya, como en la búsqueda de sentido que podemos extraer y que pertenece a cada espectador”. “Los 90s -cree Carlos Giménez- nos parecían muy cerca pero ahora ya ha pasado el tiempo suficiente como para contarlos”.
Al menos audiovisualmente, los noventa valencianos -nuestro imperio romano de la cultura- solo acaban de comenzar.