la cultura invisible / OPINIÓN

Nunca bajé de un tren a Belfast

9/03/2019 - 

 Hace exactamente hoy quince años, una mañana de sábado, cogí un tren desde la estación de Dublín con destino a Dundalk. Allí iba a pasar el fin de semana en casa de la que era mi novia, como normalmente. Al subir al vagón lo encontré lleno. El tren era el que iba a Belfast, y en sábado, era mucha la gente que volvía a casa. Fui vagón por vagón y no encontré más que maletas amontonadas por los pasillos, gente apretada y rostros perdidos. Al final, el revisor me llevó hasta un pequeño asiento, más estrecho de lo normal porque sorteaba algo estructural del mecanismo del propio tren. Allí, por fin, tras poner mi bolsa en lo alto del portaequipajes, pude tomar asiento aunque apenas me cabían las piernas. Y la derecha estaba prácticamente sobre la pierna de la mujer que había en el asiento contiguo. Consciente de que podía molestarla, le pregunté si era así, y le dije que si quería me podía levantar, y me respondió que no, que no había más sitio en el tren, y que ella estaba bien. Entonces la observé. Era una mujer de casi setenta años. Más cerca de setenta que de sesenta. Tenía la mirada del mar y la voz del viento. Podía haber sido una actriz. A veces aún creo que lo fue, de joven o no, porque el teatro, ningún teatro conocido debería haber dejado que una mujer con ese potencial comunicador se le escapara.

Cuando pasó el azafato con la bandeja de cafés y snacks, le pregunté si quería uno. Accedió y la invité a un café. No podía hacer menos por ella dadas las circunstancias. Lo mejor sería entablar conversación ya que ocupábamos casi la misma plaza de asiento. Inevitablemente nuestras piernas se apretaban una a la otra. Yo, con una gran maleta entre las mías, que parecía suya. Así que hablamos. Hablamos durante todo el trayecto. Atravesamos ciudades, ríos, campos, valles, algún castillo, y durante una hora nos dedicamos a forjar una amistad que se sabía ya caduca. Que no sobreviviría a aquella mañana soleada y fresca, y verde, y brumosa, no sobreviviría a nada. Tan pronto yo bajase de aquel tren nunca volveríamos a vernos. Lo sabíamos. Y aun así, tan seguros los dos de no volver a vernos jamás, nos intercambiamos los correos electrónicos. Nos deseamos suerte, y hasta la próxima. Que nunca llegó. Ni llegará ya.

Tenía la mirada del mar y la voz del viento. […] ningún teatro conocido debería haber dejado que una mujer con ese potencial comunicador se le escapara

Me contó que era de Florida, que estaba dando un largo paseo por el mundo, participando en talleres, campos de trabajo, lugares donde jubilados como ella podían sentirse útiles, dijo. Ahora se dirigía a Belfast, donde estaría unas semanas, y luego a Grecia, y luego a… Su hijo era productor de música. Lo dijo y yo saqué el discman del bolsillo y compartimos los auriculares, uno en el oído contrario de cada uno. Y le mostré, mientras el paisaje se nos escapaba para siempre tras la ventana, las canciones que estaba componiendo, y le expliqué con ellas media vida mía, y ella la suya, y que yo trabajaba de arqueólogo, y que planeaba una novela y que… bla y bla y otro bla… Qué vida más interesante, dijo al fin. ¿Interesante? ¿Podía alguien como aquella mujer que a sus setenta años recorría el mundo implicándose en sociedades ajenas, en conflictos urbanos, rurales, sociales de todo tipo pensar que mi vida era interesante? Quizá sí. Era un saco de proyectos sin ninguna garantía. —Todavía lo soy, no se crean que no lo sé—. Pero quizá mi vida era… ¿interesante? Vaya… me dije. Y lancé mi vista, ahora sí, contra los prados y los bosques a través de la ventana.

Al llegar el tren a mi estación, nos dimos un abrazo, sabiendo que nunca volveríamos a vernos a pesar de todas las promesas e invitaciones a visitar un país y el otro que nos hicimos. Mándame tu disco, se lo mostraré a mi hijo, dijo sabiendo que no lo iba a hacer. Claro, seguro, dije sabiendo que sabía que no lo iba a hacer. Antes de salir del vagón me giré y la miré para recordar su cara. No funcionó. No la recuerdo. Recuerdo tan solo todo lo demás. Recuerdo que pensé que el mundo era un lugar mejor que cuando subí a aquel tren. Feliz día de la mujer, estés donde estés.


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