VALÈNCIA. Que Oasis vuelva no me molesta lo más mínimo porque ya me importaban un bledo a lo largo de toda su primera encarnación. Este artículo no lo hago porque me dé rabia su regreso; escribo esto para intentar entender por qué la gente se vuelve tan loca con el hecho de que vuelvan. Por lo visto, el público quiere revivir sus días de juventud y euforia una y otra vez, literalmente a cualquier precio. La industria del entretenimiento toma nota de ello y aquí estamos: los Smiths no se reforman de puritito milagro. En estos casos me acuerdo mucho de Marky Ramone, que ni siquiera estaba en la formación original de los Ramones. A medida que los cuatro miembros fundadores se fueron muriendo, acabó quedando el primero en la línea sucesoria. Hace veinte años que vive de eso, dedicado a revivir el legado de un grupo muy imitado, pero jamás igualado. Aunque de otra manera, Oasis también son una banda histórica. No me entra en la cabeza cómo llegaron a tener ese estatus, pero las cosas son como son y ya está. Reconozco que algunas de sus canciones podrían gustarme mucho si las tocara un grupo distinto. A los hermanos Gallagher los considero un chiste cuya gracia varía según cómo te hayas levantado de la cama. Lo que más me gusta de Oasis es que sean los Hermanos Malasombra del rock (si buscas ese nombre en Google aparece enseguida), aunque me temo que no es ese el motivo de que haya tanta demanda para verlos actuar después de su aparatosa disolución hace ya tres lustros.
En la música pop nunca han faltado los personajes caricaturescos. Antes costaba mucho más trabajo reconocerlos y señalarlos, ahora te lo ponen en bandeja. Cuando el rock importaba culturalmente había que rendirle pleitesía por encima de todo y no podías mofarte de sus ídolos. Ahora tampoco conviene hacerlo mucho, pero los que nos atrevemos a romper con ciertos dogmas arriesgamos menos, y en caso de que no fuera así, ¿qué más da, si a nuestras edades lo que debería preocuparnos de verdad son otros asuntos? El rock ya no es lo que era, y el prestigio y la credibilidad, tampoco. Antes que Oasis ya estaban Guns N’ Roses, y, sobre todo, Slash con su chistera. Slash y sus solos de guitarras con la chistera puesta. Slash tocando en un tema cantado por Marta Sánchez en la banda sonora de no sé qué película. Antes de que los Gallagher se autoproclamaran el ombligo del mundo, ya estaban ahí Guns N’Roses con Axl Rose berreando que eran los reyes del rock, y a nadie –a excepción de los fans de Nirvana, entre los que me encuentro- parecía molestarle. En un vídeo que descubrí recientemente en X, Liam Gallagher se quejaba en un camerino de que antes, si le apetecía un té, había cuatro personas que se encargaban de llenarle la tetera, calentarla, echar la bolsita y moverle el brebaje con la cucharilla. “Es por eso por lo que ya no quedan estrellas del rock”, se quejaba enfadado Liam porque ya no había “un pobre idiota” -palabras suyas- que le preparara el té al señorito.
Si no hay nuevas estrellas del rock es porque ese momento ya pasó, no hacen falta más. Con las que nos dio el siglo XX ya tenemos más que suficiente. Las nuevas estrellas globales provienen de otros géneros, lo que no tengo claro es si, al haber crecido a la sombra de IG y TikTok no serán incluso más cretinos que Liam. Sea como sea, esta carestía le viene muy bien al cantante de Oasis: al final le pagan una fortuna por reunirse con su hermano al que no soporta y cantar unas canciones que le perseguirán por siempre monte los pollos que monte. Porque las que él ha grabado por su cuenta durante los últimos quince años no parecen importarle a casi nadie. Al pobre idiota -aquí estoy usando su propio estilo, ojo- le toca pasar por el aro porque los divorcios salen caros, la manutención de los hijos no es moco de pavo, y las mansiones hay que tenerlas como los chorros del oro. Ser una estrella de rock cuesta mucho dinero, un dinero que ya solamente llega con alegría si sales a tocar en directo y amortizas tu leyenda.
Lo bueno de Liam es que, en 2024 ya no es más que una mezcla de señoro, pollavieja y cuñao que, como apuntaba el periodista Simon Price en un reciente artículo para The Guardian, es experto en comentarios homófobos y machistas. Oasis provienen de la clase trabajadora -decía Price-, al igual que Pulp o Manic Street Preachers, pero por algún motivo que solamente un británico puede entender, se ha decidido que ellos, los Gallagher, son más clase trabajadora que nadie porque no se maquillan, no van de intelectuales. Y seguramente, y esto es añadido mío, se ponen Billy Elliott y Pride para reñirse a gusto bebiendo cerveza con los amigotes. Yo incluso apostaría a que, de no haber acabado triunfando, seguro que Liam habría hecho balconing en algún hotel de Mallorca. Cierto es que hay que saber separar al artista de su obra. Una manera como otra de decir que las canciones no tienen la culpa de que sus autores sean gilipollas -aquí también me mimetizo con el estilo verbal Gallagher-. Sí, las canciones de Oasis acarrean el lastre de estar hechas por dos hermanos que cuando abren la boca sube el pan. Al menos Noel tiene algo interesante que decir. De acuerdo, es otro engreído, y encima se queja de que el cartel de Glastonbury es un tanto woke –ya ves tú-, pero siempre podrá apelar a una carrera en solitario digna y sin más pretensiones que las de seguir adelante, evolucionando en la medida de lo posible, haciendo canciones que no estén acomplejadas por su propio pasado.
Lo de Liam es más peliagudo. Él se tiene a sí mismo como el elegido. Todo el mundo es imbécil -su hermano incluido- menos él. Y lo dice con esa cara de brexit que tiene, sin ser consciente de lo que ha cambiado el mundo en los quince años en los que Oasis estaba en coma inducido. Es igual. Al final, pueden más las ganas de volver a ver al grupo –que no es el original ni mucho menos- sobre un escenario. Y servidor, como nunca ha sentido esas vibraciones sagradas, como la música en directo no le entra ni por vía subcutánea, como no entiende la magia de verse rodeado de miles de personas para ver al cantante de turno en una pantalla gigante mientras el tipo de al lado le pisa o le empuja; servidor, que es un disidente nato para casi todo, no comparte esa algarabía universal. En realidad, lo que menos entiendo es la cola virtual para pagar una fortuna para ver a dos tipos que solamente han accedido a estar juntos porque necesitan tu dinero. Allá cada cual. Habrá que ver si estos dos son capaces de cumplir con sus compromisos sin acabar antes a bofetadas. Ojalá alguien filtre en las redes el contrato de la compañía aseguradora que cubra esos conciertos. Oasis vuelve, las redes arden y el público hace cola. Ya no sé para qué, francamente, pero hace cola. Seguramente porque el pasado cuenta ya más que el presente. Y eso sí que es realmente triste.