Como muchas otras personas tengo un perro. De hecho, como tantas que en nuestro país recurrentemente aparecen noticias que nos alertan de que tenemos más mascotas que niños. Y soy poco original. A mi también me hace una persona feliz, incluso las pocas semanas en las que en València pasearlo es sinónimo de frío o cuando encuentro una maceta volcada al llegar a casa. Ahí nos tienes caminando bien temprano por el Carmen al de la cara de sueño y al teckel castaño, bajito y de patas desproporcionadas, mientras le saludan. Porque no nos engañemos por bien integrado que pienses que estés en tu barrio ellos son siempre el vecino más querido.
Olof llegó aquí después de que lo recogiéramos en una protectora de Toledo, mantenida por dos veterinarias jóvenes, que están entre las personas por las que yo creo en este mundo. Por nuestra parte he de reconocerle todo el mérito a Mireia porque fue quien dio con él, se puso en contacto con ellas y acabo con todas mis justificaciones sobre no tener tiempo.
Como muchos de los otros perros que estaban y están allí, Olof era un perro de caza. Fue un deshecho de caza. Le abandonaron porque ya no les valía, no les era útil, no querían mantenerlo o cualquier otra excusa absurda para intentar tapar la mierda de persona que era quien se deshizo de él. Y, como lo veo ahora mismo tapado en el sofá mientras escribo este artículo, nadie me va a convencer de que cuando no estuvo con nosotros era otra cosa y, por eso, no merecía la misma protección que tiene hoy en casa.
Por eso, claro que creo que la nueva Ley de Bienestar animal comete un relativismo doloroso entre posturas que no pueden equipararse. Que no pueden ponerse al mismo nivel quienes defienden los derechos de los animales que quienes buscan una excepción para librarse de cumplir con unas mínimas condiciones de atención y cuidado. O que no todo puede tratar de justificarse bajo el prisma de las diferentes formas de ser, costumbres o tradiciones. De la misma manera que no acepto esos argumentos para oponerse a otros derechos, porque una cosa es respetar todos los puntos de vista y otra pensar que todos son igual de válidos. Excluir a los perros de caza de una parte de la protección de la ley es injustificable desde el propio espíritu de la ley. Tampoco es razonable puesto que si algunos necesitan más protección son ellos. De hecho, si alguien me argumenta que esa actividad no puede sobrevivir si se exige a los cazadores lo mismo que a cualquiera, para mi la decisión a tomar es obvia.
No consuela el hecho de pensar que a lo mejor esta es la ley más avanzada que este país puede aprobar hoy, en medio de esta guerra cultural en la cual se quiere hacer pasar todo por intento de atacar tu verdadero ser. La identidad, como algo invariable y sobre la cual no se debe reflexionar. Aunque sí que me siento más reconfortado en la idea de que en la imperfección de la norma hay varios pasos de gigante. En que se haya por fin roto el muro de regular un mínimo de bienestar y cuidados, más allá de las prohibiciones de los casos más extremos de maltrato. Quebrando la idea de que tu mascota, como si de un objeto de tu propiedad se tratara era un asunto tuyo en el que nadie debe meterse. Dejando atrás las imágenes de perros guardianes de casas inhabitadas como si fueran un sistema de alarma. O en que la prohibición de la venta de perros obligue a que todas aquellas personas, que quieran sumar uno a su familia, tengan que adoptarlo. Convirtiendo en algo del pasado esos escaparates tristes de cachorros a la espera de que alguien los compre, que hasta hace no tanto eran la tónica habitual, y combatiendo la cría con estos fines. Haciendo del ‘no compres, adopta’ ley.
Pese a nacer incompleta, no puedo dejar de alegrarme porque se haya aprobado esta norma. Seguro que, como en el camino de otros derechos, avanzar hoy nos sitúa más cerca del objetivo que permanecer quietos hasta que pudiéramos haber hecho el camino entero de un salto. Vale la pena si sirve para que con esta ley imperfecta mejore la vida de muchos. Incluso porque gracias a la obligatoriedad de adoptar y no comprar, muchos más de los que hoy están en protectoras o son perros de caza pasarán a ser perros de casa, aunque para ello hayan pasado por la situación traumática de ser abandonados por quienes nunca debieron tenerlos. Y la suerte de ser adoptados no será suya, será vuestra.