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reflexionando en frío / OPINIÓN

¿Por qué Ángel Franco sigue moviendo los hilos?

Imagen de archivo de Ángel Franco.
26/03/2024 - 

Se escandalizan ante las sobreactuaciones de nuestros políticos. Aperciben a los dirigentes sobre el aumento de la crispación, piden que se rindan las liturgias sacras propias de las instituciones que representan. Los mismos que suben la temperatura de los parlamentos son los que cada cierto tiempo dicen templar la fatuidad iracunda institucional. Como en la Metamorfosis de Kafka se convierten en una especie de Pepito grillo de sí mismos, en adalides de la reserva espiritual de los principios de la transición; impostadamente se atribuyen un liderazgo que en realidad anhelan en lo más profundo de su alma. La verdad es que nadie tiene la razón, esas esperpénticas interpretaciones, tanto las de los que no disimulan sus vicios conductuales como los que se abonan a la hipocresía puritana propia del pastor protestante de película de mediodía que es un caballero blanco en la Iglesia, pero un jinete del apocalipsis en la intimidad. Alguien dijo que las crisis mundiales son crisis de santos, y no salimos de esta depresión social carente de liderazgos porque no se puede pretender guiar a una sociedad acusando a unos de utilizar el dinero público para "irse de maricones", como dijo un senador del PP, o de tener a un testaferro con derecho a roce en alusión al novio de Ayuso. Por más que intenten echar balones fuera, escurrir el bulto, exculparse, la realidad es que no hacen más que certificar que casi todos tienen el mismo calibre moral.

Si en Estados Unidos, el referente democrático por antonomasia, dos viejos rockeros, dos ancianos, rivalizan por ser los inquilinos de la Casa Blanca es porque la sociedad no avista un liderazgo renovado capaz de hacer frente a los nuevos desafíos. Han vuelto a la gerontocracia que estilaban en las polis griegas por la sencilla razón de que tanto Donald Trump como Joe Biden representan la política para adultos, la estabilidad, para sus respectivos sectores electorales. Los Republicanos admiran al estrafalario millonario como el garante de un proyecto sólido para su nación, los Demócratas simplemente saben que con tío Joe están en buenas manos, unas que les mecen en la cuna de la tranquilidad para cumplir el sueño americano. Ni Ron DeSantis, el heredero natural, el aprendiz de Trump, ha conseguido mover la silla del que le aupó a gobernador de Florida. Los norteamericanos han renunciado a dar la alternativa a los liderazgos de la nueva hornada, se quedan con lo que está, no por el carisma de unos sino por la tibieza de los otros. Rehuyen del narcisismo existencialista de los novatos, de las ocurrencias trasnochadas como la brillante idea del gobernador de Florida de asfixiar fiscalmente a Disney con su parque temático en Orlando. 

Hasta en Francia parecen renegar de "el deseado", de aquel presidente que parecía estar llamado a liderar Europa: Emmanuel Macron. No alcanzan a comprender sus constantes delirios de grandeza movidos por su permanente necesidad de hacerse notar. La última ha sido el brote ególatra que le despertó unas ganas incesantes de enviar tropas francesas a Ucrania; los ucranianos le dijeron que eso estaba muy bien pero que quizá hubiese estado mejor que enviase más armas de las prestadas. El postureo y la escenificación fotogénica han sustituido a la acción política. En 2027 ganará las elecciones un candidato mayor de cincuenta años, ya verán.

En nuestras fronteras, en determinados territorios, permanecen ese tipo de liderazgos absolutistas por los que no pasan los años. Ni los achaques, ni las certezas renqueantes de una edad avanzada parecen menguar las tendencias caciquiles de veteranos políticos. Me viene a la cabeza el mando en la sombra de Ángel Franco en circunscripciones de la Comunidad Valenciana. Ni la circunstancia evidente de que sus mejores tiempos han pasado parecen reducir su manejo de las tuberías orgánicas del PSPV. Así, se despacha a gusto en entrevistas sacando pecho de su providencial voluntad para que Diana Morant haya sido escogida lideresa del socialismo valenciano sin derramamiento de sangre. Se regodea con su orgullo de segunda juventud de ser la bestia negra que ha truncado los fetiches de Carlos Mazón de contemplar una batalla campal entre compañeros de partido. Cuando uno le escucha, sus reflexiones suenan a añejas batallitas castrenses, pero en cuanto hablas de él con diferentes colegas de su partido le siguen considerando uno de los fontaneros. Me intriga comprobar cómo nadie ha sido capaz de neutralizar su influencia pese a que no deja de ser un político cuyo tiempo ya ha pasado. Tiene la ventaja de que ahora los partidos están conformados por alevines crónicos sacados de las juventudes.        

Da la sensación de que todo sigue igual, de que a diferencia de lo que decía Heráclito, nada cambia y todo permanece. La civilización parece destinada a que se enquiste en una habitación cerrada ante la falta de aire fresco. Ahora entiendo por qué Franco murió en la cama.  

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