Habrá que abordar de alguna forma la recomposición del sector tecnológico autóctono de la Comunitat Valenciana, que asiste a un proceso de desembarco y asentamiento de compañías necesitadas de programadores e ingenieros de toda clase, informáticos y de telecomunicaciones por supuesto. Ya vengo diciendo: ¿desaparece el comercio de barrio con Amazon? Con la democratización de la tecnología sigue habiendo nichos que dan sentido a soluciones locales, pero hay que hacer la transición.
En una reunión reciente con representantes de la Generalitat, varias pymes valencianas, algunas internacionalizadas y con software propio en el mercado, expresaron su malestar por la situación a la que se enfrentan a raíz de la competencia por el talento desatada en nuestro territorio y por la falta de condiciones adecuadas para ganar dimensión.
No es un problema exclusivo del ámbito de la informática. Se ha convertido en habitual la queja de responsables universitarios que reconocen que no dan más de sí, que no pueden atender a las demandas del mercado y no saben muy bien qué hacer. Por no mencionar a ningún caso regional, el director de la Escuela de Ingeniería de Telecomunicación de la Universidad de Vigo, Juan Pardo, declaraba recientemente que “estamos en un momento crítico, porque la demanda de ingenieros es altísima”.
Algunas empresas supieron anticiparse a los acontecimientos y crear másteres y cátedras especializados que les sirven ahora para atraer a esos potenciales cerebros de la Universidad con la cultura de la empresa ya en vena. Es el caso de Power Electronics, que no deja espacio apenas para el resto en el caladero. Si añadimos el centro de formación profesional diseñado ex profeso para la gigafactoría de Volkswagen en Sagunto, las empresas valencianas del sector energético tendrán que buscar talento debajo de las piedras.
La cuestión es hasta qué punto vamos a dejar que se imponga la ley de la globalización, que abre las puertas al desembarco de grandes compañías en nuestro territorio que disparan el precio/hora de los programadores y aniquilan el espacio para la competencia de origen local, obligada a contratar, como ya están haciendo algunos, a empleados en Singapur.
O si tiene sentido potenciar un tejido tecnológico autóctono, solo por el hecho de serlo, sin considerar que el mercado exige innovación y competitividad, y que no hay por qué destinar recursos públicos a compañías menos eficientes.
O si aún hay tiempo para desplegar una estrategia que no se plantee poner puertas al campo, pero tampoco consienta que la Comunitat Valenciana acabe convertida en tierra quemada a merced de la aparición de un territorio más atractivo que conquistar en el futuro que la deje sin tejido propio ni ajeno.
Es una situación compleja, una de las grandes cuestiones de Estado del momento para la que los responsables políticos deberían de estar pertrechados con una estrategia solvente. Hay buenas intenciones, pero falta pasar a la acción. No olvidemos que, pese al entusiasmo con el que convertimos rápida y marketinianamente la elección de València como sede de empresas tecnológicas, la realidad es que somos la opción más atractiva sólo después de que los mercados de Madrid y Barcelona hayan alcanzado un nivel de saturación y sobrecalentamiento de costes injustificable… tras la congestión de las principales plazas en Europa.
Según la consultora de recursos humanos británica Michael Page, el sueldo de un programador en España oscila entre los 35.000 y los 80.000 euros, de media. En el ámbito de la ciberseguridad, ambos extremos se elevan sustancialmente: entre los 50.000 y los 150.000 euros que puede cobrar un profesional senior; los data analyst comienzan en su etapa junior en torno a los 45.000 euros y llegan a alcanzar los 80.000 euros; y en una horquilla similar se mueven los desarrolladores de apps para móvil. Si a esto sumamos una rotación disparada, las pymes tecnológicas locales tienen ante sí un desafío.
Aguantan el tsunami como pueden. Salvo aquellas startup que obtienen una entrada de capital potente en alguna de sus rondas iniciales y las grandes corporaciones españolas, que tienen músculo para hacer frente a las compañías internacionales, el resto empieza a sentir los efectos colaterales de la digitalización. No es un problema de tamaño de mercado, sino de escasez de capital humano y de localización de nichos. Junto a las pymes y micropymes TIC, la crisis de talento impacta también en el tejido productivo industrial de tamaño medio, especialmente aquel que ha reaccionado tarde.
El entorno financiero no va a poner las cosas fáciles. Al fin de la era de tipos de interés bajos se está sumando una corriente de consolidación en el ámbito del capital riesgo con pocos precedentes. El 86% del dinero para inversión recae en el 6% de los principales fondos a nivel mundial, según las estimaciones que maneja el sector, de modo la selección de proyectos se va a volver más exigente. Ya comenté que entramos en una época nueva que podría conducir a normalizar el fenómeno startup, tan sobreactuado e hiperventilado en el conjunto de la economía española en los últimos años.
Las empresas de base tecnológica que convenzan al mercado de que garantizan un rápido crecimiento y escalabilidad seguirán interesando a los inversores, son valor seguro, y si además van acompañadas de rentabilidad, mucho mejor. Pero los proyectos a largo plazo, sin visos de convertirse en una realidad concreta, y aquellos que acostumbraban a recibir financiación por posicionarse en mercados de moda o por provenir de tal universidad o aceleradora, lo tendrán realmente complicado.
¿Cuál es la estrategia de la Generalitat actual y de los aspirantes a ocuparla a partir de mayo en materia tecnológica? ¿Seguir atrayendo sedes de empresas sin considerar los efectos colaterales que eso empieza a producir en el tejido productivo local (se nota ya incluso en el segmento inmobiliario)? ¿Pasarse a un neoproteccionismo sin sentido en la actual democratización del conocimiento y las tecnologías? ¿Acaso funcionará su visión de pymes interconectadas en un ecosistema de suma positiva, o es más un deseo que una realidad posible en el mundo actual? Encontrar el equilibrio en un momento tan complejo es una tarea sin atajos, pero va siendo hora de que demuestren que conocen la dimensión del desafío.