La declaración de emergencia por sequía en Cataluña en pleno invierno no será la única. Las restricciones de agua se extenderán en verano, salvo milagro y no hay desaladoras suficientes para llevar agua de puerto en puerto
VALÈNCIA. Si alguien que pase de los cuarenta escucha la palabra pertinaz, de inmediato piensa en la sequía, esa escasez de lluvias con la que convivimos desde siempre, como bien tenemos archivado en el mismo lugar recóndito que los refranes y otras verdades de la sabiduría popular. La crítica situación en la que nos encontramos ha conseguido que, en algunos espacios meteorológicos televisivos, los conscientes de la crisis climática y de la necesidad de hacer partícipes de la situación a sus espectadores, empiecen a decir que llega el buen tiempo cuando vienen borrascas que dejarán precipitaciones porque, aunque según el dicho nunca llueve a gusto de todos, ojalá lloviera mucho en todas partes para paliar los estragos de la sequía.
La califican de extraordinaria, terrible, espantosa y cruel, pero, sobre todo, de pertinaz. Solo falta que la llamen zorra. En las clases de Redacción de la carrera de Periodismo era objeto de debate. El uso de los adjetivos entraba en el temario y no era este uno de esos innecesarios que no aportan nada relevante al sustantivo al que van pegados, los epítetos, como esa blanca que acompaña a nieve cual simple adorno, no permitidos en los géneros periodísticos informativos. El pertinaz término sí transmite significado adicional y, ciertamente, la sequía es muy duradera y persistente, pero nos desaconsejaban su uso por funcionar como un eufemismo, es decir, por dar a entender que no podía hacerse nada contra la escasez de agua del cielo y así esconder la existencia de otra manera de gestionar los recursos hídricos.
La asociación viene de antiguo. Los registros de las precipitaciones no eran muy precisos ni sistemáticos en el siglo XIX cuando, según cuentan los historiadores, aparece a menudo en la prensa la feliz pareja de palabras, a pesar de que los pluviómetros habían evolucionado mucho desde los tiempos de los griegos clásicos, que de todo se preocuparon. Sin embargo, fue durante el franquismo cuando consiguió inocularse en los cerebros de los españoles (léase con el tono correspondiente), NO-DO mediante y embalses consiguientes.
Y de tan pertinaz, la sequía no ha hecho más que empeorar en las últimas décadas. Intensificada por los efectos del cambio climático, sus impactos se convierten en una de las principales causas de los desplazamientos de población de zonas afectadas de forma insoportable como el continente africano, donde no pueden aplicarse ni siquiera restricciones al consumo como han tenido que ordenarse en Cataluña o Andalucía. Y en estos días en los que en vez de rogativas a los santos o a la Virgen de la Cueva se pide al Gobierno, se aplaude la idea de llevar a los catalanes agua tratada en la desaladora de Sagunto con el visto bueno de la Comunitat Valenciana. Si no llueve bastante más de lo esperado esta primavera, barcos poco sostenibles cargados con agua de nuestra parte del Mediterráneo atracarán en junio en el puerto de Barcelona. También desde la planta de Cartagena podrían portar agua a ciudades andaluzas, en esta vía marítima de colaboración entre comunidades y Gobierno central que, en cualquier caso, es solo un parche para un problema estructural al que habría que dedicar muchos más esfuerzos y dinero.
Es inevitable pensar en los asuntos por los que se desvelan en la Generalitat de Catalunya. Pero no solo allí están en otras batallas: casi la mitad de los municipios valencianos con más de veinte mil habitantes obligados a tener plan de emergencia frente a la sequía atendiendo al Plan Hidrológico Nacional aprobado en 2001 no los tienen. Tomarse en serio la pertinaz sequía implica meterse a fondo en sectores como el textil, el turismo y la agricultura. Palabras mayores, pero más que avisados estamos.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 113 (marzo 2024) de la revista Plaza
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