VALÈNCIA. Tanto en España como en lugares tan dispares como California y China, pasando por nuestros vecinos Italia, Grecia y Argelia, donde además sufrieron horrorosos incendios con víctimas mortales, se alcanzaron picos de temperaturas con los que ha sido imposible echarse esas tibias siestas con el Tour de Francia de fondo sin un ventilador cerca. Al irnos a dormir, también hemos tenido que asimilar al sueño ese ronroneo artificial, porque en València se batió el récord de noches tropicales consecutivas, esas en las que el termómetro no baja de los 25 °C. Fueron doce seguidas y, aunque nos va pareciendo normal, no lo es. La Aemet ofreció una esclarecedora comparativa de mínimas nocturnas desde los años cuarenta, cuando solo se sufrió una noche tórrida, como en los cincuenta. Ninguna hubo en la década de 1960 ni en la de 1970. Subió a cuatro en los ochenta, a doce en los noventa y casi el doble en los 2000. Fueron cuarenta de 2010 a 2020 y en los que va de la década de 2020, solo dos años y medio, llevamos treinta y cuatro.
Estas anomalías climáticas suponen mucho más que unas molestias para los que tenemos la suerte de tener aire acondicionado: son un síntoma evidente del proceso de "tropicalización" del clima en esta zona, con un Mediterráneo cada vez más parecido al Caribe, a casi treinta grados un día sí y otro también. Este mar recalentado, además de no calmar los sofocos en la playa, afecta a los ecosistemas marinos y está vinculado con el aumento de temporales que erosionan las costas, y tantos daños humanos y materiales provocan.
Sin embargo, aun sin parar de abanicarse, algunos persisten en negar que estamos provocando un cambio climático acelerado, empujados por intereses económicos o por una absurda cabezonería instalada en esa cómoda creencia de que la lucha contra el calentamiento global no va con determinadas ideologías políticas escoradas hacia la extrema derecha. Esta opinión observable en los resultados electorales no cuadra, lo que tampoco es demasiado sorprendente, con lo que dicen las encuestas, en este caso no del CIS sino del último Eurobarómetro especial sobre el tema. Insiste en que a los españoles nos preocupa mucho el cambio climático y creemos que no se hace lo suficiente para reducir al mínimo las emisiones de gases de efecto invernadero, entre los que se encuentra el dióxido de carbono (CO2), que alcanzó en mayo su máxima concentración media en la atmósfera, 424 partes por millón (ppm).
«Aun sin parar de abanicarse, algunos persisten en negar el cambio climático, empujados por intereses económicos o ideología política»
Unas cifras solo comparables a las que se dieron hace unos cuatro millones de años cuando los seres humanos no andábamos pululando por aquí. Al inicio de la revolución industrial eran 280, un nivel que había permanecido estable en los últimos seis mil años. En 1959 eran 315 y, desde entonces, subiendo sin parar. Sin ser climatóloga ni saber de matemáticas, parece lógico pensar que alterar de esta manera la composición de algo tan importante para la vida en la Tierra debe tener consecuencias.
A pesar de los datos reaccionaremos tarde, cuando los impactos en los que sí se consideran sectores clave sean irreparables. Expertos de la Comisión Europea de Viajes y la Organización Mundial del Turismo advierten de que estas temperaturas cada vez más altas y la mayor probabilidad de fenómenos meteorológicos extremos transformarán en los próximos años la industria turística de la que tanto dependen España, en general, y la Comunitat Valenciana, en particular.
Con tanta evidencia científica, no hay margen para la indecisión o la complacencia; debemos dejar de una vez la ideología a un lado al planificar políticas contra la emergencia climática que impliquen el compromiso transversal de toda la sociedad. Para Corfú llegarán tarde. Los Durrell elegirían hoy otro destino.