CASTELLÓ. "Una persona de Barcelona se muda a Madrid. Fin." esa es la única sinopsis que avanza Las ocasiones antes de dejarse leer. De alguna manera, no solo no hay más, sino que ni siquiera forma parte de la trama. Rubén Lardín construye, en realidad, un libro como gran deriva, a partir de la cuál hablar de las grandes cuestiones de la vida. Sin personajes, sin misterios, tan solo una voz desatada.
-Parece un dietario, pero un en momento dado haces saber que no es más que un personaje. ¿Es realmente eso, un personaje con ideas autonómas, o una excusa para poder expresarse sin las losas de un yo que puede ser escrutado?
-La voz es el personaje. Todos. Solo hay un personaje en la novela, que es esa voz, y luego un sinfín de amigos y conocidos. Si esa voz te cae bien creo que el libro puede gustarte; si no me soportas, vas a encontrar muchas más razones para detestarme.
Es verdad que el libro contiene trazas y recursos y mecánicas de géneros vinculados a la vida en marcha como puede ser el diario íntimo. En el nutrirse del presente y de la anécdota cotidiana, en la expresión frontal de los sentimientos o en el decir las cosas más que narrarlas… Pero no deja de ser una novela. A mí me gusta llamarlo novela de placer. O novela incierta. O tal vez, más que una novela, puede que sea un libro novelesco, que es el que entrevera la escritura, que es en su propio ejercicio ficción, con la vida y con las cosas de la vida, con todo esto.
-La sinopsis del libro es, simplemente, "Una persona de Barcelona se muda a Madrid". ¡Pero ni siquiera eso sucede explícitamente en el libro! ¿Era el punto de partida? ¿Anticipa esa sinopsis el fracaso confesado por el narrador de no acabar escribiendo 'sobre nada'?
-Mientras escribía me mudé a Madrid, pero esto es algo que ocurrió mientras escribía. Me fui a Madrid ya escribiendo el libro. El libro va de todo, que es un sinfín. El punto de partida siempre es el mero hecho de sentarse a escribir, que supongo que es algo parecido a rezar o a comerse un yogur.
-Hay poco amor y mucho sexo; se rechaza constantemente el elitismo cultural, pero se ensalza en cine y el lectura. ¿Desde qué sentimientos escribe el narrador?
-Yo creo que es un libro colmado de amor y en cierta manera pornográfico. Lo primero me pareció intuirlo mientras lo escribía; lo segundo es algo que me ha hecho notar la gente. El erotismo siempre ha sido algo natural en mí, un género cinematográfico o literario más. El caso es que a veces olvido que no es así para todo el mundo y cuando creo estar escribiendo costumbrismo, resulta que estoy escribiendo pornografía… Me parece bien, me alegra que sea así. Tengo la convicción, además, de que un mal escritor se va a ver desenmascarado inmediatamente en los pasajes eróticos.
Hay dos maneras de escribir, de estar en el mundo, de hecho. Una es en complicidad con el mundo, a favor del mundo, que es en realidad ir en contra de la vida, ser cómplice, orientarse hacia las cosas como son; y otra es instalarse en la corrección, en la idea de hacer esto mejor, de revelarlo y arrojar luz, y para eso hay que estar contra el mundo, que es mayormente infame porque el mundo, al fin y al cabo, somos nosotros. Las ocasiones está escrito tal vez contra el mundo, pero a favor de la vida. Es un libro escrito en todo momento desde el gozo y el amor por mil mierdas, por los libros, por las películas, por el ardor de vivir.
-También se habla de la tauromaquia, desde una posición que busca explicarla y disculparla, o resignificarla. Descríbeme desde dónde viene y cómo se desarrolla ese esfuerzo del narrador.
-Solo trato de explicarme una alegría que es nueva para mí, un interés más o menos reciente al que llegué por los libros, sin ningún antecedente familiar. La tauromaquia es algo extraño e incomunicable, carente de sentido y por tanto indefendible, pero que por alguna razón he acabado amando. Es una de esas cosas de verdad, una de esas cosas puras que no sirven para nada. Desde los toros se puede explicar casi todo. El mundo entero.
-El libro lo construyen diferentes derivas que acaban reflexionando sobre algunos de los grandes temas de la vida. A la hora de escribir estas derivas, ¿el tema en cuestión ya formaba parte del punto de partida o se escriben 'a pelo'?
-Los temas aparecen se quiera o no, son mis obsesiones y no puedo desembarazarme de ellas. Unas veces son manantial y otras desembocadura. Esto será un tópico, pero yo creo que escribo siempre el mismo libro, en todos los libros, un libro que en muchos momentos me abochorna y en otros me hace reír, me pone contento.
-Es una novela de un 'yo' absoluto, donde los personajes secundarios ni siquiera tienen voz. Háblame del papel de ellos.
-El yo, finalmente, es el tú. Escribir el yo es la manera más directa de dar el tú. Hablar desde el yo es aniquilar el demiurgo y permite que el lector se encuentre, se lea, porque al final somos todos el mismo infeliz, todos la misma historia. Es el mecanismo de las canciones de amor: todas hablan de uno.
Annie Ernaux, que no entiende la literatura sin riesgo, dice que con el yo, escribiendo la palabra yo, se convoca el peligro. Que el yo activa la complejidad, el riesgo y la oscuridad en que consiste no ya la literatura sino el mero ejercicio de la escritura.
-Cuando un libro se supone que no va 'sobre nada', en principio no tiene ni inicio ni final. ¿Cómo estableciste estos momentos cruciales para el proceso de escritura?
-Creo que el libro funciona abiertamente, itinerante y disfrutón, hasta extinguirse en sí mismo. La propia escritura opera como exploración, con los altibajos de interés y de atractivo que eso pueda conllevar, pero siempre a favor de obra.
-A lo largo del libro hay frases geniales, a modo de aforismos escondidos en las derivas. ¿Cómo se llega a la genialidad concreta precisamente en medio de un ejercicio de rodear la ideas absolutas para evitar lugares comunes?
-Si se da alguna epifanía es siempre poética, se da en los conflictos y en los enigmas del lenguaje y en los procesos interiores que nadie ve, que como decía Bernhard son lo más interesante de la literatura.
Creo que el libro tiene páginas hermosas, al menos eso espero, y tiene también debilidades de estilo de las que soy muy consciente y que para mí son parte de su naturaleza. Sé verlas y sé que me pongo en evidencia en ellas, pero tengo que obedecerlas, tengo que respetar la naturaleza de la escritura. Aunque eso pueda hacer más frágil el libro, creo que lo hace más cierto.