A los niños de 4º de Primaria (10 años) les cuesta entender lo que leen. Su comprensión lectora cayó siete puntos entre 2016 y 2021, según se desprende del Estudio Internacional de Progreso en Comprensión Lectora (PIRLS, en sus siglas en inglés), elaborado con información de 57 países.
Los escolares españoles se sitúan por debajo de la media de la UE y de la OCDE. La ministra alegre se negó a publicar los datos regionales para no dañar las expectativas electorales de su jefe. De haberlo hecho, se habría visto que en educación también hay dos Españas: la mitad norte funciona mejor que la mitad sur en la que vivimos.
Sorprende un dato del estudio: el 81% de los profesores se sienten “muy satisfechos” con lo que hacen. El Titanic de la educación hace aguas por todas partes; la enseñanza es un campo de minas, y mis compañeros se deleitan escuchando a la orquesta. En fin, no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Pero vayamos al asunto que nos concierne. El estudio PIRLS achaca el descenso en comprensión lectora de los niños a la pandemia. La culpa es del cha-cha-cha, de la socorrida pandemia, cuando España fue de los primeros países en reabrir las aulas, frente al Reino Unido, por ejemplo, que decidió hacerlo seis meses después. Es curioso: los niños británicos entienden mejor lo que leen que los españoles.
El abuso de las pantallas
La culpa, evidentemente, no es sólo de la pandemia. Algunos expertos apuntan a que el abuso de las pantallas (cuatro horas de media expuestos a ellas cada día) puede explicar el retroceso en comprensión lectora. Compro este argumento porque lo vivo en las aulas. Es creciente el número de alumnos que, aunque quieran, ya no puede leer porque carecen de la concentración para ello. Su pobreza de vocabulario es alarmante y, por consiguiente, su capacidad para elaborar una argumentación básica.
La adicción a los dispositivos digitales puede ser peor que la de cualquier droga conocida. Lo puede ser por la intensidad y la expansión de su consumo. Peor que aquella heroína que arrasó barrios populares en los años ochenta. Raro es hoy el niño de 12 años que no tiene un móvil. Esto es así porque lo permiten los padres, algunos de los cuales son unos perfectos idiotas.
Cuando en el Mercadona veo a parejas de jóvenes, por lo general de apariencia muy humilde, tirar de un carrito con un crío de dos años enganchado a una pantalla, consumiendo miles de imágenes diarias, les daría de hostias a los dos. Están haciendo desgraciada a su criatura. Quizá con la mejor voluntad, vosotros, padres que me leéis, también estáis malogrando el futuro de vuestros hijos al autorizar que ya no vean la realidad con sus ojos sino con los de una diabólica pantalla. Son mis adolescentes que se duermen en clase porque estuvieron en las redes fecales hasta las tantas. Vosotros lo habéis permitido; luego no os quejéis de que los acosen por el insta.
La dictadura tecnológica, culpable por contribuir al acoso escolar y al número creciente de suicidios entre niños y adolescentes, es una amenaza para la humanidad, mucho más que el dictador Putin, el malote de todos los cómics. Putin pasará; su suerte será la de Hitler o Stalin, pero el pelirrojo siniestro (hablo de Zuckerberg, de quién si no) es aún joven. Su plan de dominio del mundo, compartido por el sonrosado Elon Musk, el dueño chino de TikTok, el calvo de Amazon y demás canallas billonarios, es colonizar la mente de todos. Los líderes de la tiranía digital aspiran a implantar un régimen de servidumbre global en el que ellos serán los nuevos señores feudales.
El final de la civilización
Son representantes de Satanás en la Tierra. Bajo una apariencia guay, de camiseta raída, zapatillas y barba de tres días, con un discurso falsamente solidario, introducen un virus maligno que echa a perder el mundo. No exagero, no soy apocalíptico. Están acelerando el final de la civilización. Me pregunto: dentro de treinta años, ¿algún niño sabrá leer? Me temo, más bien, que el saber estará en manos de una élite, como aquellos monjes benedictinos que preservaron la cultura clásica en los monasterios y abadías durante la Edad Media.
A la dictadura tecnológica habría que responderles con la misma moneda: con medidas autoritarias —prohibición de operar en nuestro país, censura, multas millonarias, etc.—. Soy un ingenuo, bien lo sé, porque no será así, pero si viviera Pasolini, aquel visionario que profetizó todo lo que está sucediendo, me daría la razón.
Como la UE es una colonia de Estados Unidos y pronto lo será de China cuando el imperio yanqui se desmorone, no cabe esperar ninguna reacción de los gobiernos europeos a la dictadura tecnológica de Zuckerberg y sus ángeles negros. Seguirá el acoso y seguirán los suicidios de niños y adolescentes, cada vez más incomprensibles.
“Imitad a los ejecutivos de Meta, Google y Microsoft, que prohíben o restringen a sus hijos el uso de las pantallas en casa y en la escuela”
¿Qué hacer, entonces? La solución está en vuestras manos, padres. Imitad a los ejecutivos de Meta, Google y Microsoft, que prohíben o restringen a sus hijos el uso de las pantallas en casa y en la escuela. Ellos han creado un monstruo y no van a permitir que devore a sus niños. Haced como ellos. Impedid que Satanás entre en vuestras casas. Limitarles el móvil y prohibirles el acceso a las redes fecales. Y si se enfurruñan, aguantad el pulso. No seáis blandos. Cuando sean adultos, os lo agradecerán.