Los ecos de las bombas en Ucrania resuenan en toda Europa. Hasta nuestras casas han llegado los efectos de una invasión que, cada día que pasa, demuestra más su sinrazón y barbarie. No lo han hecho ni los misiles ni los soldados, pero las consecuencias las notamos todos los españoles en nuestros bolsillos con subidas desproporcionadas en los precios de la energía, combustible y alimentos. ¿Quién no lo ha notado cuando hemos ido al súper o al mercado? Lo que antes era veinte euros ahora son 25 o 28. No les digo nada quienes tenemos que rellenar depósitos y depósitos en los coches para ir a trabajar.
Por eso entiendo perfectamente por qué los transportistas se han detenido, ya que no les sale rentable salir a trabajar con los precios actuales del gasoil. Lo mismo que les ocurre a los barcos, amarrados al muelle porque las flotas no alcanzan para llenar los tanques y salir a faenar. La solución aquí no es que salgan a pescar en bicicleta ni lleven los paquetes en transporte público, sino reducir de manera inmediata el coste del combustible hasta conseguir que estas personas puedan vivir de su trabajo, que es lo único que quieren.
Decir que tener un 7,4% de inflación en febrero es culpa de Vladimir Putin, como ha hecho Pedro Sánchez, es tomarle el pelo a los ciudadanos. Las facturas ya estaban desbocadas desde hacía meses y el conflicto ucraniano lo único que ha hecho es agudizar una situación ya dramática, que se ha tapado con todo tipo de artificios retóricos y propagandísticos.
Los camioneros, los pescadores, los repartidores nos pagan a los políticos para resolver sus problemas. No para llamarles violadores, ni súbditos ni oprimidos, como ha hecho la izquierda durante años, creando líos donde no los había y culpando a Franco, el Rey, España o Manolete de los verdaderos problemas que tenían que resolver. “¡La República no existe, idiota!”, le dijo un valiente mosso a un manifestante en la Cataluña de los 17 segundos. Pues, como ese embolao guapo, otros tantos.
Dicen que la primera víctima de la guerra es la inocencia. Siento que. tras la invasión de Ucrania, algo está cambiando en España. Para mal, porque la situación económica de miles de personas es insostenible, pero también nos está sirviendo para madurar como país.
Se ha acabado el recreo. Es la hora de hincar los codos, arremangarse la camisa, y ponerse todos a trabajar por España y los españoles. Basta ya de demagogias infundadas, es tiempo de la política de verdad, la que se enfrenta a los problemas con soluciones reales y no con proclamas de instituto. Todos queremos la paz en el mundo, pero un gobierno no es un concurso de misses, sino el responsable de dirigir un país y procurar el bienestar de sus ciudadanos.
En el Partido Popular llevamos años reclamando una bajada de impuestos ante el infierno fiscal que vivimos en la Comunitat Valenciana, primero, y en la España de Sánchez después, que se toma los presupuestos no como redistribución de riqueza, sino como medio supervivencia política.
Sánchez, con esa impostura de gravedad con la que lo dice todo, acepta ahora rebajar los tipos impositivos de los combustibles ante el levantamiento de la calle. No es suficiente. También es necesaria una reducción profunda y permanente de impuestos y tasas en todos los órdenes de la Administración, también en la Generalitat Valenciana. Vivimos tiempos de guerra que requieren economía de guerra.
La izquierda saltará airada porque la realidad desmontar sus mantras, pero sus aspavientos no pueden hacernos callar. Sobra gobierno y falta gestión; nos sobran como mínimo cuatro ministerios metidos con calzador por Sánchez para incluir a Podemos. Díganme, ¿qué ha hecho de bueno Alberto Garzón estos años? ¿O Manuel Castells? ¿O su sucesor? ¿Alguien sabe cómo se llama?
Con la que estamos y la ministra Irene Montero anunciando 20.000 millones de euros (¡¡¡¡20.000 millones!!!!) para política de igualdad. ¿Es que nos hemos vueltos locos o qué? No se trata de dejar a las mujeres víctimas de violencia de género sin recursos, sí de disponer de técnicos sociales que no tapen escándalos en los centros de menores. Tampoco de despedir médicos como ha hecho la Conselleria de Sanitat, sino de mejorar la atención al paciente. No de reducir profesores en la escuela pública, sino de eliminar las subvenciones para el valenciano a los medios de comunicación, que tan bien conoce la familia de Ximo Puig.
Es imprescindible tener una Administración moderna y eficaz, dimensionada en su justa medida, cuyo coste no ahogue a autónomos y trabajadores. No es demagogia, es necesidad. Es hora de que hayan auténticos políticos de altura que sepan afrontarlos y, de verdad, salir mejores. El Partido Popular lo ha hecho ya, no una vez, sino dos con Aznar y Rajoy. No hay dos sin tres, por eso contamos con un Alberto Núñez Feijóo preparado, adulto y con experiencia. Es la hora de los mayores. Lo haremos bien.