La ciudad es siempre es un escenario en movimiento y por eso es un lugar de fricción entre dinámicas que, muchas veces, son incompatibles. Es a la vez el espacio más atractivo para los jóvenes y clases creativas y, también, el lugar donde hoy tienen más difícil vivir. Y eso, es un enorme problema.
Porque cuando pensamos en las virtudes que tiene una ciudad respecto a otros espacios donde residir, otras opciones igual de respetables, se nos vienen a la cabeza todos los efectos positivos que tiene la aglomeración. Mucho talento junto, atreviéndose a hacer muchas cosas a la vez. Un lugar en el que experimentar la vida. O como decía el alcalde Pérez Casado el lugar donde pasa todo, también donde pasa antes. Un territorio que necesita que esa gente que provoca que las cosas ocurran pueda habitarla. Lo contrario supone que las ciudades se conviertan en espacios envejecidos, sólo habitados por quienes pudieron acceder a una vivienda en el pasado, de nómadas laborales que pueden permitirse altos precios y turistas que la visitan. Es decir, que se conviertan en anticiudades. No sólo porque se despersonalicen, que también, si no porque pierden su principal argumento de futuro. Esa gente que ya no estará. Y evitarlo es una cuestión de inteligencia estratégica, pero fundamentalmente me permitirán apuntar que es una cuestión de derechos.
Cuando alguien nace en un sitio puede lícitamente querer cambiar de aires, buscar nuevos horizontes o establecer su proyecto de vida tan lejos como quiera, pero lo que no es razonable es que deba hacerlo por obligación. Esto no implica que otra persona no tenga el mismo derecho que tú a vivir en ese sitio, pero, no nos engañemos, ese no es el problema. No es la razón por el que muchas personas han de irse lejos de los lugares donde les gustaría vivir, simplemente porque son los suyos.
De hecho, hay una pregunta típica que toda persona que nos dedicamos, por el tiempo que sea, a la política respondemos en algún momento; ¿qué es para ti tu ciudad? Ese qué significa para ti València en mi caso. No es una pregunta sencilla, salvo que recurras al tópico como respuesta de seguridad. Pero si nos paramos a pensarlo València es tu casa. La casa que es algo más que un espacio físico, es el lugar que te arraiga. Y alrededor de él te construyes. Para mi es el camino que había de la Calle Emilio Lluch al colegio La Purísima, pasando por delante de un edificio institucional que ahora va a ser el centro de salud del barrio, pero para mi era el sitio donde vivían unos gatos a los que de muy pequeño llevaba galletas como condición para querer ir a clase de la mano de mis abuelos. Es el horno El Garbi, el campo de fútbol del C.D Rumbo. Es tarongers, es la calle Pelayo. Y sí, todos tenemos esos sitios, cada cual los suyos, y continuar viviéndolos de cerca nos hace más felices.
Pero si uno hace una búsqueda en estos momentos en un portal de alquileres en nuestra ciudad se alquilan 1.075 viviendas de más de 60 metros cuadrados y entre estas sólo 20 que cuesten menos de 700 euros al mes. Es decir, que hay que tener mucha suerte y quienes lean esto y busquen piso lo saben bien, para poder vivir de alquiler por esa cantidad en nuestra ciudad. Y esto ocurre mientras que el sueldo más común está en el entorno de los 19.000 euros anuales o lo que es lo mismo 1.300 euros al mes, un 20% menos para las personas que tienen entre 25 y 34 años. Y todas estas cifras para llegar a la conclusión de que, en el mejor de los casos, una persona joven en València sólo puede vivir dedicando en torno más del 60% de su salario exclusivamente al alquiler. Aunque lo normal es que ese porcentaje sea, incluso, superior. El simple hecho de quedarse se convierte, en muchos casos, en un privilegio.
Y hay muchos factores que influyen sobre esto, pero fundamentalmente hay uno determinante. Hay pocas viviendas en alquiler disponible. Al menos para vivir en ellas. Y se ha insistido mucho sobre que esto es debido a que las personas no se atreven a poner sus viviendas en alquiler o no les compensa hacerlo. Y aunque, sinceramente, con estos precios la compensación no es baja precisamente, el grueso del problema no está ahí. La razón, por mucho que se repita, no es que una familia que hereda entre todos los hermanos el piso de sus padres no lo ponga en alquiler. Eso representa un porcentaje pequeño de la cuestión. Lo determinante es que una gran cantidad de pisos están dedicados a algo distinto a una vivienda. Fundamentalmente a dos cosas; activo de inversión o negocio turístico.
Es decir, o se compran para especular con ellos como una materia prima, un bono o una reserva. Y daría igual que fuera una vivienda o un título de cualquier otra propiedad. O se transforman viviendas en las que antes residía una familia en alojamientos para explotarlos turísticamente. Y los dos tienen en común que obtienen un beneficio extraordinario generando un perjuicio colectivo y que además se concentra en pocas manos.
Por eso, la pregunta es si casi todos vemos correcto que se ponga un impuesto extraordinario a las grandes compañías eléctricas que se están lucrando del sufrimiento que causa el aumento de precios de la energía, ¿por qué no hacemos lo mismo con aquellos que ganan más cuando la vivienda es más escasa o provocando que lo sea?
Y si la respuesta es que lo inmobiliario es un mercado y ahí actúan sus normas, la vivienda es un derecho y ahí deberían actuar las nuestras. Las colectivas, las que nos damos entre todos para decidir como organizamos la convivencia y en que ciudad vivimos. En este caso quienes pueden vivir en nuestra ciudad. Porque de eso va este debate.
Hay que ponerle las cosas menos rentables y más difíciles a quienes hacen casi imposible que muchas personas, una gran mayoría, puedan vivir en nuestra ciudad. O al menos hacerlo sin tener que dedicar su vida a pagar su vivienda.
Si esta semana se ha propuesto que quienes acumulen viviendas vacías paguen más impuestos que una familia corriente por esa casa o que los apartamentos turísticos tengan un impuesto especial mi respuesta es sí y cuanto antes. Con ese dinero se pueden hacer políticas públicas de vivienda, pero sobre todo se puede hacer menos atractivo bloquear viviendas para hacer subir los precios o elegir alquilarlas a turistas por días antes que a familias por años.
La alternativa a ese impuesto pagado por unos pocos que están ganando mucho es el que estamos pagando todos y todas en el coste de tener una casa. Así que sí, tax airbnb.
El Banco de España presenta en la UJI su informe anual y alerta sobre cómo la dificultad de acceso a la vivienda agrava los problemas de productividad del país, marcando como prioridad aumentar la oferta y ampliar el parque de alquiler social