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El joven turco / OPINIÓN

Tax the rich

Foto: EFE/EPA/JUSTIN LANE
27/09/2021 - 

Para tranquilizar al lector, empiezo diciendo que esta columna no va de impuestos. Y sigo haciendo una confesión; soy de izquierdas y no soy monje. Tengo aficiones, me gusta viajar y si puedo lo hago. Intento disfrutar de la vida, salgo a cenar y tomar algo con mis amigos. Y no me siento culpable, ni incoherente. Vivo con mis contradicciones que, como todo hijo de vecino, las tengo. Pero no creo que sean estas.

Me rebelo profundamente contra la exigencia de rectitud espartana a quienes creemos o dedicamos nuestro tiempo a que la sociedad sea más igualitaria. A que las personas tengan la oportunidad de ser felices. Estoy en contra de quienes quieren imponer una tristeza vital a los progresistas, mientras disculpan no la normalidad, sino los excesos de a quienes por conservadores se les presupone una actitud individualista. Tener empatía no significa renunciar a lo que te haga feliz, sino no desentenderse de los problemas que tenemos como sociedad para que todos y todas tengan la oportunidad de serlo.

Me reafirmo en esto cuando el tiempo ha querido hacer coincidir dos hechos. El primero, la publicación de prestigiosos estudios económicos que desmontan el mandamiento neoliberal. Demuestran que bajarles impuestos a los que más tienen no beneficia a todos. Ojalá los leyeran algunos políticos de la derecha valenciana. Y, en segundo lugar, la presencia de la congresista Ocasio-Cortez en la gala Met llevando un vestido blanco en el que se podía leer "tax the rich".

Es cierto que lo primero aporta evidencia científica, el revolcón a muchos evangelistas de la reducción de lo público ha sido de época. Pero no nos pongamos excesivamente sesudos pensando que mientras esta aportación es fundamento, lo del vestido es sólo una frivolidad irrelevante o una salida de tono.

Yo quiero romper una lanza por lo que ha hecho en esa alfombra roja la política americana. No es la primera, ni espero la última vez que se utiliza estos espacios como escaparate de reivindicaciones. Tampoco es la primera persona criticada por ello. En España hemos tenido hasta un ministro de Hacienda amenazando con hacer públicos datos fiscales de actores. No por defraudadores, que si lo fueran deberían ser perseguidos como cualquiera, sino por cometer la osadía de ser referentes de mensajes que incomodan. La derecha española no les ha perdonado aún el 'No a la guerra'.

Lady Gaga en la gala Met de 2019. Foto: JENNIFER GRAYLOCK/PA Wire/Dpa

Me indigna ver la doble vara de medir cuando es una persona de izquierdas quien utiliza los espacios VIP para acceder al público de masas. Mientras si estas galas sirven como círculos de influencia de vetado acceso o escaparate aspiracional, todo correcto. Sin embargo, si se utilizan para denunciar precisamente que las diferencias entre quienes acceden a esos círculos y la mayoría deben reducirse, se realiza un ataque. No a la idea, sino a la persona. Y sólo por el hecho de estar. Cualquier persona asistente que haya pagado su cubierto de 35.000 dólares no es criticable, salvo que su presencia, incluso como invitada, sirva para algo más.

No nos engañemos, detrás de la demonización de este tipo de acciones hay cierto clasismo consciente o inconsciente. Está el pensamiento de que la alfombra debería servir sólo para que todos queramos ser lo suficientemente ricos como para estar en ella. No importa que la realidad diga que es prácticamente imposible que eso ocurra, si no naces en una familia que ya cuenta con un nivel económico alto.

Claro que es una afrenta que la congresista haya asistido esta gala. Pero no para la izquierda. Que alguien de origen humilde haya llegado a ser relevante por la vía de las urnas y utilice su posición para defender a la mayoría es toda una afrenta, pero para el statu quo. No es falta de decoro o de educación como invitada. Ni que decir tiene que ese concepto de decoro o buena educación, donde lo mejor es estar callada y no desentonar, es profundamente reaccionario.  Lo que de verdad molesta es que haya lanzado su mensaje en medio de quienes deberían asumir el coste de ponerlo en práctica.

Podría haber dicho lo mismo en la tribuna o una manifestación, probablemente habría sido hasta más cómodo para ella, pero sobre todo lo habría sido para los ofendidos porque se ha perturbado su ecosistema privilegiado. Para quienes defienden su derecho exclusivo a la frivolidad.

Winnie Harlow y Kristen Stewart. Foto: JENNIFER GRAYLOCK/PA Wire/Dpa

En un mundo en el que asistimos en directo vía Instagram a las reformas, viajes, moda de influencers no podemos dejar escapar el valor de lo frívolo, si es que alguien considera así este gesto. Ni en ningún caso regalar ese espacio a los privilegiados.

Dejemos de aceptar los marcos que nos imponen y que exigen la ausencia completa de mácula y controversia a una persona progresista. Porque eso es tanto como asumir que la inmensa mayoría no es válida para ser de izquierdas. Si no eres perfecto sólo te queda la derecha. Pues oye no. Un imperfecto que hace algo por ayudar al resto, siempre es mejor que quien no hace nada o actúa contra el resto. Y en todo caso dejemos de empañar mensajes y acciones positivas por ello.

Porque puede gustar más o menos el estilo político de Ocasio, pero si poniéndose un vestido ha conseguido que millones de personas hayan compartido su idea, bendita frivolidad. Y confieso que, además, espero que lo pasara bien en la gala.

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