En Teoría del Derecho, a la hora de abordar la prevalencia del derecho natural casi siempre se tiende a utilizar circunstancias catastróficas; el ejemplo más socorrido suele ser ese en el que pese a que un grupo naufrage a una isla desierta sin ningún tipo de legislación, si uno comete un crimen asesinando a uno de sus compañeros, será reo de culpa. Pese a no existir en ese inhóspito rincón ningún tipo de ordenamiento que penalice el asesinato, los principios naturales condenan al que “matare a otro”. Son esos valores fundamentales los que trazan el camino a la virtud. Desgraciadamente, en éste mundo relativista en el que caminamos, nuestros políticos han abdicado de la conquista de la verdad a la que aspiraba Aristóteles. La partitocracia y la ideologización son los culpables; esa ideología que en ocasiones se solapa con tener unos principios firmes.
Pero en realidad, ¿tienen convicciones nuestros dirigentes o le deben pleitesía al poder y a esas ideologías? En los últimos tiempos estamos asistiendo a aberraciones legislativas maquinadas por unos gobernantes que deberían velar por el bien común. En lugar de eso, hay quienes a los que parece seducirles un especial fetichismo por lo prohibido; no hay más que ver el esperpento normativo que ha generado Irene Montero con la ley de ´solo sí es sí´. Norma que está provocando la reducción de condenas a violadores como consecuencia de la equiparación del delito de abuso con el de violación. Cegada por su embotamiento ideológico está normalizando la barbarie y creando una indefensión a las víctimas; las que de verdad están sufriendo con todo esto. Lo triste es que ella, con su alarde de superioridad, en lugar de rectificar o hacer amago de reparación, dice que los culpables son los jueces porque no saben aplicar la legislación. Se regodea en sus propios vicios. Uno sabe que ha perdido el norte cuando a sabiendas de su error continúa su paso hacia el precipicio; ellos se salvan el cuello, lo que se despeña es su integridad.
Representan a la perfección el gobernar por gobernar, carecen de una hoja de ruta cimentada en ideas trascendentales. Están dispuestos a pasar por todos los aros sean del tipo que sean. Deconstruyen el Código Penal no sólo con las trasnochadas ideas de Montero sino también pagando las deudas a sus socios independentistas en forma de bonificación del delito de sedición. Eso sumado a la reducción de la malversación, van a hacer de España un Estado fallido como Bélgica; país al que Charles Baudelaire calificaba como refugio de delincuentes. Saben que lo están haciendo mal, pero les da igual, atrás quedó esa superioridad moral de la que alardeaban hace no tanto tiempo; están siendo con regodeo cómplices de la impunidad del delito.
Si ya no hay hombres y mujeres de estado es por la pérdida de conciencia de la virtud. Se han saltado el código deontológico del servicio público. Solo unos dirigentes desorientados pueden ser capaces, por ejemplo, de discriminar a los médicos de la sanidad privada cómo hizo la Conselleria de Sanidad de la Comunidad Valenciana; deberían haber dimitido los responsables tras la sentencia en firme. En Holanda, el gobierno de Mark Rutte renunció en bloque en el 2021 por la nefasta gestión del Ejecutivo de unos subsidios al cuidado de los niños que llevó a miles de familias a la ruina. En España nuestros dirigentes carecen de todo tipo de autocrítica, se creen que Dimitir es un amigo de Vladimir Putin.
Estamos gobernados por gente sin principios; se deben al partido y al poder. El otro día, un dirigente de una formación, me felicitó por un artículo pero me dijo que no podía compartirlo en redes sociales porque mis argumentos atentaban contra la línea de sus siglas en ese tema. Menos mal que mi texto no versaba, en mi opinión, sobre un asunto trascendental para la sociedad; se deben al partido, al que le entregan todos sus ideales. A partir de ahí todo lo que éste haga es lícito porque sus valores se han fusionado con él.
Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, una de la que se han desentendido los que gobiernan, porque incluso creando desolación a su paso, en ocasiones, en lugar de enviarles al purgatorio de la oposición, vuelven a asaltar los cielos con nuestros votos.
Disfruten de lo votado.