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con perspectiva / OPINIÓN

Trabajar más o trabajar menos horas

18/07/2022 - 

Transcurrido poco más de un mes desde que la Conselleria de Economía clausurara la que pomposamente denominó Cumbre internacional de la Semana de cuatro Días (Four day Week International Summit, 27 y 28 de mayo pasados) se han dado varios casos de rechazo de la semana laboral reducida, tal vez el más significativo es el de los empleados de Telefónica.

La propuesta proveniente de Enric Nomdedéu i Biosca (Castelló Primer) no se limitaba a comprimir la semana en cuatro días sino también a reducirla a 32 horas efectivas de trabajo sin disminuir el salario y para cuyo establecimiento se prometía una cuantiosa subvención a las empresas que la establecieran.

La idea da para amplios comentarios. Tal vez el anecdótico se ciña al del propio secretario autonómico, quien hizo suyas las siguientes palabras: "Hacemos 40 horas semanales como hace 100 años". No vale la pena enmendarle la plana a Enric para recordarle que en todo caso serían 39 años. Los que van desde 1983 en que se promulgó la primera ley socialista (época Felipe) de limitación de jornada y ampliación de vacaciones. Un giro a la izquierda, como se dice ahora, previsto en la simple aplicación del Programa Electoral de 1982 aceptado por diez millones de ciudadanos.

Enric Nomdedeu, en el 'Four day Week International Summit. (Foto: Eduardo Manzana)

La cuestión de las horas de trabajo junto con las de descanso y el salario a percibir por el trabajo por cuenta ajena son y han sido las claves más importantes de discusión desde, ahora sí, hace más de cien años.

Además, es lógico que el debate se iniciara y desarrollara en el nivel internacional y en particular en las reuniones tripartitas de Ginebra. Y debiera seguir siendo así en tiempos en los que la interconectividad de las economías y las transacciones internacionales se superponen a toda visión localista, antes llamada de campanario, por mucho que en uso de nuestra idiosincrasia ansiemos recurrir al eufemismo de Cumbre o Cimera. Los derechos laborales se postulan ya universales y van de la mano de las cadenas de suministro, de las inversiones deslocalizadas incluso de muchos de los aspectos de la propiedad intelectual.

La palabra globalización significa la integración gradual de las economías y las sociedades impulsada por las últimas tecnologías, las nuevas relaciones económicas y las líneas de actuación nacionales e internacionales de un amplio abanico de agentes formado, entre otros, por los gobiernos y los organismos internacionales, las empresas, los trabajadores y la sociedad civil (Gunter y Van Der Hoeven, OIT). El aumento del comercio internacional y los progresos tecnológicos constituyen procesos indisociables que conducen a la homogeneización de políticas no siempre con efectos beneficiosos como sucede con el evidente desmantelamiento del estado de bienestar no siempre percibido como tal por la mayoría de responsables políticos ajenos a toda realidad alejada de sus propias narices locales.

¿Es posible hoy trazar programas de dedicación horaria laboral comprimida, o sin comprimir, ajenos a la velocidad de integración de la economía en general o de los concretos sectores productivos? Simplemente hay que preguntarse. La producción de automóviles, por ejemplo, se divide en procesos desarrollados en diferentes países e integrados. ¿Es posible desmembrar el proceso de producción sin tener en cuenta la dedicación horaria en cada unidad de ensamblaje?

Hace unos años el conocido International Herald Tribune publicaba un artículo de Thomas Friedman que titulaba ¿35 horas semanales? 35 horas diarias! (35- hour week? 35-hour day!) Aludía a la ilusión de los votantes franceses de preservar sus 35 horas mientras los ingenieros indios de Bangalore se mostraban dispuestos a trabajar 35 horas, es un decir, diarias, deseándoles buena suerte.

No se trata solo de comprobar objetivamente si una reducción de horas conduce a un aumento de productividad, parámetro que parece ineludible sino, a la vez, de examinar cuánto de productivos hay que ser a la vista de cuánto lo son los otros.

Tampoco habría que seguir el paso a quienes, abundantes, nos exigen quedar expuestos y sin protección al dictado de la economía (Günter Grass). ¿Cómo logralo? A los puestos políticos de responsabilidad se debería llegar "estudiados" y sabiendo idiomas.

El autor, Paco Arnau, fue diputado socialista por Castellón durante cinco legislaturas.

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