Castelló está espléndida, conteniendo emociones ante el inminente comienzo, el día 19 de marzo, de las fiestas de la Magdalena tras dos años de suspensión por la pandemia de coronavirus. Este domingo amaneció un día gris, silencioso, pero el sol se debatió entre las densas nubes y se dejó ver, con toda la potencia del astro que anuncia la llegada de tormentas. Unas horas de luces y de calor que se fueron extinguiendo. València, sin embargo, ya está inmersa en las fiestas falleras, como Benicarló, Borriana y La Vall d'Uixó. Se trata de estallidos ciudadanos espontáneos, alegres, una tregua de esperanza para tanta oscuridad.
Mi escalera vuelve a vibrar en aromas, de paellas dominicales, de esos sofritos que enloquecen la memoria y las cocinas de los patios interiores. Una chispa de vida dominical, con el ruido de las familias reunidas, los grupos de amigos que comienzan a planificar la semana magdalenera, las collas que ultiman detalles, las gaiatas que instalan nuevas luces de colores infinitos. Hay alegría en el aire.
Pero esto es tan solo el paréntesis de unos días. Muy necesario, sí, pero solo un tiempo para apartar una realidad asfixiante. Porque el sentimiento común está cargado de tristeza, rabia y miedo. Las falsas informaciones, los bulos, han corrido de boca en boca, a través de las redes sociales, instalando, -una vez más- la irracionalidad entre la gente. Supermercados y ultramarinos desabastecidos de ciertos productos. A pesar de que lo verdaderamente preocupante está siendo la disparada y temeraria subida de precios en todos los sectores, de todos los productos y de todos los servicios.
Cuando baje el telón de las Fallas y de la Magdalena nos volveremos a sumir en el silencio y en ese bucle de inseguridades e incertidumbres, en esos momentos angustiosos que comenzamos a vivir hace dos años, justamente un 14 de marzo. Va a ser una primavera compleja e incierta.
Las noticias son cada vez más alarmantes. La maldad constante del señor ruso de la guerra y sus letales provocaciones con ataques en objetivos militares muy cercanos a ciudades polacas, rumanas… al territorio de la OTAN, la maldad de otras potencias emitiendo propaganda, lanzando misiles por error, bombardeando ciudades árabes, Israel con nuevos ataques al pueblo palestino y otros estados vecinos, incrementando su poderío sin piedad. Y, entre todos, generando una escalada del miedo mundial, jugando con declaraciones que dejan entrever posibilidades de una III Guerra Mundial. Es terrorífico el momento que vivimos.
Frente a la geopolítica, a sus grandes estrategas y a su actual y maléfica trayectoria, -que se repite de siglo en siglo-, las víctimas inocentes siempre son las mismas. Las decenas de miles de personas que se han visto obligadas a escapar de Ucrania, a abandonarlo todo, sus hogares, su vida, su país. Decenas y miles de mujeres, de niñas y de niños, de madres, de abuelas. Como sucede con otras guerras, y otros horrores, se han convertido en refugiados, como desde 1948 viene sufriendo el pueblo palestino, obligado a abandonar su tierra y sus hogares, como las miles y miles de personas migrantes sirias, como los miles y miles de refugiados africanos, como los miles y miles de saharauis en Argelia. En todos los casos son las mismas víctimas, las mismas familias rotas, los mismos muertos, los mismos huérfanos y viudas.
La solidaridad europea se ha volcado para ayudar al pueblo ucraniano. Es esperanzadora esta ola humanitaria y comprometida. Pero este mundo también ha expulsado de sus países a otras personas, diversas, diferentes, seres humanos que siguen luchando por sobrevivir, dejándose la vida en el mar Mediterráneo, huyendo del horror de la extrema violencia, de las nuevas formas de esclavitud. Son los mismos seres humanos. Son las mismas guerras, los mismos horrores.
El nuevo orden mundial viene marcando un peligroso destino. Y recuerdas aquel libro que el Papa Francisco recomendó a Pedro Sánchez en un encuentro en El Vaticano, celebrado en 2020. Síndrome 1933, escrito por el filósofo y periodista italiano Siegmund Ginzberg, colaborador del periódico del partido comunista L’Unitá. En un excelente artículo de Juan Gastón, publicado en nuevatribuna.es hace unos días.
El libro de Ginzberg describe la Alemania de 1933, marcado por la ideología nacional socialista y el proceso violento que desarrolló Hitler hasta lograr el apoyo mayoritario de la ciudadanía alemana. Y comenzó a dirigir el país, con mano férrea y sin escrúpulos, eliminando toda la oposición, la prensa crítica y cualquier expresión cultural contraria a los principios nazis, racistas y xenófobos.
Gastón detalla con precisión el momento político en el que se enmarca este este libro y cómo Hitler fue desplegando una paulatina estrategia de manipulación, desinformación, acercando y convirtiendo al pueblo alemán en aquel sueño imposible de una patria perfecta, única, magnífica, en aquel estado populista que desataría el horror antes de la Segunda Guerra Mundial.
La población judía ya era víctima, en aquella época de 1933, de un progresivo proceso de degradación, acoso y marginación. Leyes contra la inmigración y acusaciones a los judíos de ladrones, violadores o asesinos. Una terrible hoja de ruta que logró manipular y convencer a buena parte de la sociedad alemana. Una ignominia que se fue construyendo con una precisión macabra, con el delirio de una ideología que sigue produciendo escalofríos. Y, tras varias elecciones, en marzo, justo en marzo, de 1933, el partido nazi accedió al poder con más del 43% de los votos.
Este libro estremece, además de enseñar a no repetir la historia. Describe momentos similares a los que venimos viviendo desde hace unos años en Europa. El ascenso de los populismos y de los partidos de la ultraderecha, el fascismo en toda su extensión. Esas estrategias nacionalsocialistas que confundieron a la población alemana, a extremos tan desoladores como fue, entre otros, el apoyo de las personas homosexuales, los mismos seguidores que, después, fueron deportados a los campos de exterminio. Hitler mintió constantemente a su pueblo y a los principales dirigentes europeos. Como ahora está mintiendo la extrema derecha.
Es la mentira como ideología y estrategia política. Mentir y volver a mentir. Las recientes declaraciones de Alfonso Fernández Mañueco sobre el pacto de gobierno con Vox en Castilla y León auguran unas graves consecuencias. Mañueco decía este domingo en El Mundo que el pacto “no es machista, ni homófobo, ni racista. Ambos nos sentimos cómodos. Estoy orgulloso del programa que pacté con Vox, no hay nada radical”.
La extrema derecha está penetrando progresivamente en las entrañas sociales, en las instituciones, y ya tienen al PP como el gran aliado y puente de acceso. Las ideologías fascistas habitan entre nosotros, desde hace años, confundiendo, manipulando, hasta disimulando, en Madrid, en València, en Castelló. En toda Europa. Aquí, hablan de gobiernos comunistas inexistentes, de caos y desorden, de inseguridad ciudadana. Siembran el miedo y la confrontación. Y mienten.
Las graves crisis que nos están azotando son el caldo de cultivo perfecto para estos dirigentes despóticos y totalitarios que ven en el hitleriano Putin a un líder nato, a pesar de los actuales desmarques y graves silencios de Vox. La ultraderecha está muy bien financiada y adoctrinada, en España, Suecia, Noruega, Francia o Alemania. Hay grandes poderes que no van a permitir que triunfe una Europa hermanada, solidaria e inclusiva. Llevan tiempo tejiendo un nuevo orden mundial.
Juan Gastón incluye en su artículo la preocupación y parte del mensaje del Papa Francisco a la delegación que encabezó Pedro Sánchez, por el avance y ascenso de la ultra derecha. "Las ideologías sectarizan, las ideologías deconstruyen la patria, no construyen. Hay que aprender de la historia eso. En este libro el autor, con mucha delicadeza, hace un parangón con lo que está ocurriendo en Europa: ‘cuidado que estamos haciendo un camino parecido’. Vale la pena leerlo".