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tribuna libre / OPINIÓN

Una de piratas

Foto: MATI MANGO/EP
9/09/2022 - 

Los amantes de las aventuras gráficas estamos de enhorabuena, porque Ron Gilbert ha anunciado que el 19 de septiembre se lanzará Return to Monkey Island, la continuación de la mítica saga que en los años 90 cambió para siempre la forma de entender los videojuegos. En The Monkey Island, el aprendiz de pirata Guybrush Threepwood trata de derrotar al fantasma pirata LeChuck y de conquistar el amor de Elaine. Para ello, tiene que alcanzar destreza en el combate, reunir una tripulación, conseguir un barco y descifrar un mapa, claro1.

En realidad, muchos jovenzuelos éramos en los 90, como Guybrush Threepwood, aprendices de pirata. Imagino que todo empezaría con la radio. Para conseguir tu canción favorita en una cinta de cassette, solo hacía falta sintonizar el programa musical adecuado, una grabadora y mucha paciencia. Había que esperar a que sonara el tema deseado y… REC. Más adelante, con las VHS la cosa se fue perfeccionando. Cuando anunciaban que el domingo en el Peliculón estaba programada Robocop, hordas de adolescentes en España esperábamos furtivamente al instante preciso para capturar el ansiado botín. Si lo hacías bien, era un trabajo meticuloso: convenía detener la grabación cuando venía el corte publicitario, eterno en aquellos años, y continuar con la tarea al advertir la cortinilla que precedía al filme. Un segundo de distracción y te quedabas sin un trozo de película. En mi caso, hay una escena de Regreso al Futuro que no conocí hasta hace bien poco. También convenía elegir bien el soporte y, a veces, tomar decisiones trascendentales: ¿se enfadarán mucho si grabo Howard el Pato sobre la boda de Lady Di? 

Había incluso gente que, tras agenciarse dos reproductores VHS, podía pasar una película original a una cinta virgen. Estos ya eran profesionales y el terror de los videoclubs. 

Foto: LUCAS PEZETA/PEXELS

Con la llegada de Canal+ la cosa ya se fue de madre y no era raro ver marañas de cables malamente instalados por las fachadas de las fincas o los patios interiores. El plan no tenía fisuras: un vecino altruista contrataba el decodificador y los demás empalmaban la conexión desde el aparato, por la ventana, hasta sus televisores. Tan sólo había un inconveniente, se trataba de un sistema de poder absoluto porque el mando2 y, por tanto, el control residía únicamente en el cliente acreditado. Así que, bueno, si al sujeto propietario del decodificador le apetecía ver un documental de La 2, nadie podía ver el partido del domingo. Imagino acaloradas trifulcas en las reuniones de escalera para decidir si el sábado se veía El Juego de la Oca o la película de estreno. Unos años más adelante aparecieron unos cachivaches que, por lo visto, permitían ver todo el fútbol. Había que actualizarlos todas las semanas con unos códigos raros y, según tengo entendido, tuvieron una vida más bien corta.

Mientras, los chavales íbamos a lo nuestro. Los disquetes de 3 ½ tenían una capacidad de almacenamiento de 1,44 MB, por lo que, si el objetivo era piratear, pongamos, el último PC Fútbol, había que comprimir el juego, grabarlo en unos 12 disquetes, descomprimir los discos uno a uno, instalarlos y encomendarse a alguna divinidad para que el equipo cumpliera con las especificaciones de audio, gráficas, etc. Todo esto en MS-DOS, ejecutando desde el teclado las distintas órdenes. Así que, echábamos la tarde y, sin darnos cuenta, muchos aprendimos informática. Recuerdo hacer un agujero extra a los disquetes con un destornillador al rojo vivo para que tuvieran más capacidad. Era un poco escéptico ya entonces, pero ha resultado ser verdad.

Cuando llegaron las grabadoras de CD-ROM, la piratería pasó a otro nivel. La primera grabadora de mi pueblo llegó, que yo sepa, de mano de un chaval que era un poco más mayor y que estudiaba primero o segundo de informática. Aquel granuja se montó ya un negocio en toda regla. Si le dábamos 1.000 ptas. nos conseguía prácticamente cualquier juego. Como es lógico, esto abrió un mundo de posibilidades. Creo que recurrí a estos servicios de dudosa compatibilidad legal un par de veces.

Foto: COTTONBRO/PEXELS

Por lo visto, este KimDotCom de l’Horta Sud no fue el único que se montó en el dólar con las grabaciones de CD y, como todos saben, la piratería en la música y el cine, así como la búsqueda de soluciones (a cada cual más variopinta) ha sido, durante los últimos 20 años, un debate recurrente en nuestro país. Quién no recuerda el canon preventivo que se le ocurrió a la SGAE sobre los formatos físicos. El disparate fue tal que, al comprar un CD, se había de pagar, por adelantado, un impuesto para abonar los derechos de autor. Una regalía preventiva, por si acaso se le ocurría al incauto comprador utilizar el disco en cuestión para grabar canciones de Internet.

Porque, casi sin darnos cuenta y, con la llegada del nuevo milenio, la red de redes llegó a todas las casas y, luego, a todas las manos. Y con las autopistas de la información llegaron los americanos y la libertad. Y el descontrol, que luego fue control. Con el formato MP3 y Napster, Soulseek y luego los Kazaa, eMule, eDonkey, BitTorrent y demás, se abrió la caja de pandora. Luego llegó el streaming y Megavideo y los patrios SeriesYonkis, SeriesPepito, Pordede… ya saben de lo que hablo.

Se esfumó, como de un plumazo, la necesidad, si quieren fetichista, de almacenar películas, discos y videojuegos y, con ella, empezaron a estorbar las estanterías para almacenar CDs y ese maravilloso reproductor Bluetooth y también los pendrive, al tiempo que los manteros cambiaron a Alejandro Sanz por bolsos de Gucci. Y cada uno tuvo su nube y vivió en su nube.

¿Quién es usted en Netflix?

Y así estaban las cosas y, en éstas, podríamos pensar que la piratería pasó a mejor vida y que los Spotify, Steam y Netflix acabaron con las páginas de enlaces y las descargas ilegales. Sin embargo, sigue habiendo excepciones y algunas, no menores:

España es el segundo país de Europa que más artículos científicos descarga de manera ilegal, solo después de Francia. La web, que algunos ya conocerán, se llama Sci-Hub y permite a los usuarios guardar versiones en PDF de artículos académicos, incluyendo muchos documentos de acceso restringido y de pago. Sci-Hub cuenta en la actualidad con un corpus estimado de 64 millones de artículos científicos. En otras palabras, permite el acceso a casi toda la literatura académica internacional. Y todo esto gratis.

Sci-Hub fue fundada en 2011 por la hacktivista Alexandra Elbakyan como respuesta a los elevados costes para acceder a los artículos de investigación. En su opinión, los artículos científicos deberían ser libres y cualquier persona en cualquier lugar del mundo debería de poder tener acceso a la ciencia.  

Los españoles descargamos cerca de 10.000 artículos científicos al día de manera ilegal, desde esta página. Los artículos más descargados son de ingeniería, de física y de ciencias de la salud.

La editorial con más publicaciones descargadas en España desde Sci-Hub es Springer Nature. Wiley, ocupa el segundo lugar, seguida por ElSevier, American Chemical Society y Taylor & Francis.

Foto: EP/ARCHIVO

No parece descabellado pensar que la ciencia debiera ser abierta, no solo a especialistas, sino a toda la sociedad. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: las editoriales más prestigiosas, algunas de ellas ya acusadas de prácticas depredadoras, han construido un oligopolio, con el beneplácito de las instituciones académicas. En realidad, hay pocos negocios tan lucrativos: el científico paga por publicar y el lector (normalmente también científico) paga por acceder al artículo. Muchas veces con dinero de todos, en las dos caras de la moneda. El absurdo es tal que, es bastante habitual publicar un artículo científico y luego no poder leerlo, a menos que uno pase por caja.

Es por esto que Sci-Hub se ha convertido en una herramienta cotidiana entre los investigadores. ¿Por qué pagar por decenas de suscripciones si puedes tener acceso a toda la literatura académica con un par de clics?

Aunque se demoniza a la plataforma, criminalizando a sus usuarios, me parece que Sci-Hub es el punto intermedio necesario para encontrar una solución a la piratería académica. Sin Napster no hubiera habido Spotify y sin Megavideo no hubiera sido tan sencillo que nos acostumbráramos a Netflix o HBO. Imagino que no sería fácil poner de acuerdo a las productoras musicales para entrar en la popular plataforma de audio, pero finalmente se vieron obligadas a pasar por el aro. Hasta los Beatles entraron. Entiendo que el acceso a la ciencia acabará siendo en el corto plazo por suscripción mensual, como intenta hacer Academia.edu. No es la mejor solución, pero es mejor que ahora.

Y es que, en una sociedad donde todos son delincuentes, lo que falla es la Ley.

Mientras tanto, miles de científicos en todo el mundo seguirán descargando artículos de Sci-Hub para continuar con sus investigaciones y mejorar nuestras vidas. Sin parche en el ojo ni pata de palo.

Porque Richard Stallman nos enseñó que un pirata es aquel que asalta barcos, no el que comparte conocimiento. Que esta culpabilidad actúa, como siempre, de mecanismo de control y es parte del juego. Y porque hasta Ron Gilbert nos redimió por copiarnos, en los 90, el Maniac Mansion y el Monkey Island a aquellos que pusimos nuestro granito de arena en el crowdfunding  de Thimbleweed Park. Espero que algún día me perdonen McCartney, Ramoncín y ahora Springer-Nature. Bueno Ramoncín no, de él nunca he pirateado nada.

Certificado de absolución de culpabilidad por piratear Maniac Mansion y The Secret of Monkey Island.

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[1] Ron Gilbert ya había sorprendido al mundo en 1987 con Maniac Mansion, pero sería en los Monkey Island 1 y 2 cuando el motor SCUMM (Script Creation Utility for Maniac Mansion), desarrollaría todo su potencial, que más tarde se seguiría utilizando en Indiana Jones and the Fate of Atlantis, Day of the Tentacle o Sam & Max. En aquella época, los videojuegos de LucasFilm Games (fundada por George Lucas) y Sierra (serie Leisure Suit Larry), planteaban rompecabezas que los chavales teníamos que resolver de las maneras más imaginativas y siempre con un tono de humor que aseguraba horas y horas de diversión.

[2] Lázaro Carreter en El dardo en la palabra explica con maestría esta relación entre el mando de la tele y el mando de la casa.

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Francisco José García Ull es profesor en la Universidad Europea de Valencia e integrante del Grupo Mediaflows

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