A PROPÓSITO DE…  / OPINIÓN

Una grieta en la casita de azúcar

27/12/2024 - 


—Acababa de despertarme. Pensé que era un sueño, aunque recuerdo la claridad, tamizada por las persianas, dibujando franjas en la pared que se interrumpían al llegar a ella. Después la vi sentada a mi ordenador. Desvió la mirada levantándola por encima de la horizontal de sus ojos hacia el lado izquierdo, como buscando algo vivido. Bueno, más bien posada en el asiento —siguió diciendo— porque no tenía piernas.

—¿Cómo es eso?

—Solo aparece de cintura para arriba como flotando, sin compromiso con la gravedad…

—¿Has vuelto a verla?

—¡Claro! A menudo la veo por todas partes; sin embargo, ella no parece verme a mí…

La paciente había venido al gabinete buscando explicación a sus visiones, como ella las llamaba. El sol, que entraba por la ventana, encendía los muebles de la sala y mechaba de reflejos rojizos su cabello.

Al salir del trabajo fui a unos grandes almacenes. Estaba anocheciendo. Unos y otros iban y venían con bolsas, a toda prisa. Las caras eran de contento y las miradas despedían un brillo especial. Rompiendo entre la muchedumbre, alcancé el local. En la cuarta planta, abarrotada, el ambiente vibraba como un elástico de luz y sonido, a mi paso salían renos, Santas Claus... Al fondo una empalizada de abetos plateados, y los clásicos verdes barrigudos, desde rascacielos hasta tamaño miniatura, chorreaban brillo y color. Canastas de yute, con camadas de ratones vistiendo encantadoras faldas de tul rosado, hadas, duendes, elfos… A derecha e izquierda estantes repletos de complementos navideños: guirnaldas, bolas, coronas, soldaditos… Ceras con fragancia a canela y manzana que lo embriagaban todo.

"Oscar Wilde decía que la primera impresión es la que cuenta, pero yo no estaba de acuerdo"

Atravesé una fila de muñecos de nieve con nariz de zanahoria, mientras recordaba el consenso de la comunidad científica sobre la inexistencia de los fantasmas. Siglos de investigación relegaban a las pseudociencias estos eventos, explicados por alteración de la corteza cerebral, como los trastornos neurológicos. ¡Claro! También podían justificarse en desordenes químicos, por estrés, variaciones hormonales y otros. Nacimientos, ángeles de alas grandes y pequeñas, y porcelanas imitando "tiovivos" en funcionamiento, llenaban los expositores. Con ornamentado atuendo Melchor, Gaspar y Baltasar se repetían alrededor. Pero nada llamó más mi atención que una casita compacta, un conjunto arquitectónico de galletas ensambladas con tejado de gominolas. Las repisas de las ventanas eran palitos de menta y los cristales azúcar glaseada. El zócalo turrón almendrado, que semejaba piedra loca. Puertas y ventanas de chocolate y mazapán; por chimenea un bastoncillo de regaliz y sus relieves desbordados de merengue. Mis papilas gustativas empezaban a estimularse, y si no fuera porque al tacto se adivinaba el juguete la habría pellizcado.

Mi mente seguía pensando que podía estar ante un caso de pareidolia, patrón visual erróneo que interpreta sombras o luces como entidades, o ante un proceso psicológico por una situación excepcional. Había todo un manual de casuísticas patológicas y sociológicas. Es sabido que las personas que profesan algún tipo de fe o creencia están más predispuestas a ver u oír cosas que no suceden, llenando lo deshabitado con realidades extrañas a nuestro mundo lógico: evidencia científica de que la "naturaleza repele el vacío".

Oscar Wilde decía que la primera impresión es la que cuenta, pero yo no estaba de acuerdo. En terapia trato de transmitir cercanía y calidez para que el paciente se sienta cómodo. De crear un clima de confianza en el que se abandone sin reservas. Mi intención es profundizar en su mente y tengo en cuenta todo tipo de variables, no solo el discurso del sujeto, sino otros elementos no verbales y paraverbales. Y para esto, se necesitan sucesivas impresiones.

"¿y si nuestros sentidos fueran dimensiones, a modo de límites?"

En las entrevistas que siguieron, Laura exhibía un lenguaje corporal positivo. Postura firme y distendida. Derecha, pegada al respaldo de la silla, sus rodillas se doblaban en perfecto ángulo recto, descansando los pies firmes en el piso. Los movimientos y ademanes de las manos acompañaban su relato. Sostenía fija la mirada, convirtiéndose el contacto visual con ella en una experiencia compartida. No mostraba nada que distrajera la atención de su mensaje, salvo el verde mar de sus ojos, por el que, a veces, me sorprendía navegandoAl marcharse, de costado en el umbral de la puerta con los hombros hacia atrás y la cabeza erguida, podía dibujar una línea recta imaginaria desde la nuca hasta su tobillo.

No, no encajaba en los arquetipos patológicos ni cumplía con cualesquiera otros patrones, no era creyente, ni fantasiosa… Definitivamente, se trataba de una mujer equilibrada y estable. Su discurso racional la alejaba de toda sospecha.

La otra tarde volví a los Grandes Almacenes, con la huella de su mano fresca y suave al despedirse. Flotando de nuevo en aquel mundo de magia y ensueño, circulé entre baldas y anaqueles repletos de fantasía, entretenido aquí y allá. Mi mente errante me guio por el circuito alfombrado de pinocha verde hasta la "casita". La cogí y observé que tenía un defecto, una grieta en su pared trasera.

Según Einstein, profundidad, altura y anchura son dimensiones espaciales que determinan la posición del objeto. Tal vez la experiencia de Laura tenía otra explicación… Allí estaba yo, "psicólogo en frustración". Toda mi ciencia venida encima a través del mundo, que contemplaba aquella mirada esmeralda. ¿Qué son las dimensiones sino límites? ¿qué son los límites sino muros? ¿y si nuestros sentidos fueran dimensiones, a modo de límites?... Enfrente de mí, un cascanueces reía sin parar, como si adivinara mis cavilaciones. Los sentidos transmiten información a la médula espinal, que a su vez la transfiere, en señales nerviosas, al encéfalo, que las interpreta como imágenes, sonidos, sensaciones táctiles, sabores y olores; luego, el cerebro es un preso de las percepciones.

Sabemos que la vista no puede percibir la luz ultravioleta o infrarroja, y la audición está restringida a un cierto rango de frecuencias. Si fuésemos sordos de nacimiento, el concepto de sonido no existiría. Las cosas son obviedades en nuestra realidad cuando lo son a la luz. En la oscuridad no existen, aunque estén ahí. Tal vez vivíamos encerrados en una estructura hermética con cuatro muros y un techo, que se correspondían con cada uno de nuestros sentidos: vista, oído, tacto, gusto y olfato, a través de los que percibíamos la realidad filtrada. Y tal vez sucediera que, en algunas personas, por error de fabricación, alguna de esas paredes tuviera fisuras, como la "casita" de golosinas, por donde asomar a otras sustantividades.

Esta mañana, durante la visita, el paladar me sabía a fruta confitada. No tenía las respuestas que Laura había ido buscando. Me he dado cuenta de que mi interés con ella va más allá del objetivo profesional. Y he comprendido que las entrevistas continuarán, pero fuera de la consulta.

Inconscientemente, me encuentro de nuevo aquí rodeado de marionetas, festones y estrellas que centellean... La "casita" ya no está, ahora cuelga en el árbol del salón de mi casa porque: "Nada es verdad ni mentira sino del color del cristal con el que se mira" (Ramón de Campoamor).

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