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LA ENCRUCIJADA / OPINIÓN

Un día en la vida de un pequeño empresario

15/02/2022 - 

Suena el despertador de Toni. Son las seis de la mañana. Ducha y café. Ya habrá tiempo de mordisquear algo a lo largo de la mañana. Directo al polígono industrial donde se encuentra su empresa. Todavía no son las siete, pero ya se observa la llegada de los primeros vehículos a las firmas cercanas. Siente un ramalazo de orgullo cuando contempla el nombre de la empresa en lo alto del inmueble: Manufacturas Alba. Alba: el nombre de su hija. La que ahora estudia Empresariales en la universidad. La primera titulada superior de la familia. La persona que le ayudará a que crezca la empresa, porque el hijo, Ausiàs, no muestra, de momento, ningún entusiasmo. El deseo de que la empresa tenga continuidad sigue abriéndose paso entre sus emociones y pensamientos, aunque en ocasiones sienta el ataque de la duda: ¿vale la pena tanto esfuerzo y sacrificio para conseguir un sueldo decente y, en el mejor de los casos, ahorrar para acceder a un piso propio y, con el tiempo, adquirir un apartamento en la playa?

Toni aparta estas ideas de la mente y, como todos los días, es el primero en llegar. Le gusta disponer de un tiempo de tranquilidad y emplea la hora que media hasta la entrada del resto del personal para organizarse y poner en orden las tareas que intentará ejecutar en el transcurso del día. Un tiempo de reflexión que aprovecha, en ocasiones, para meditar con mayor tranquilidad sobre el futuro de la empresa. Le preocupa su capacidad financiera. Como otras muchas pymes, Manufacturas Alba nació con el capital mínimo exigible y, en sus primeros tiempos, precisó de avales y garantías reales para conseguir líneas de crédito. Fue preciso apretarse el cinturón y pasar por momentos ingratos: pedir ayuda a la familia y a algún amigo, superar la mirada de desconfianza de los interlocutores bancarios sobre la viabilidad de la nueva empresa o la de los primeros clientes sobre su capacidad de cumplir con los criterios de calidad y plazo de entrega que le exigían.

Todo aquello quedó atrás mientras la familia crecía. Ya es memoria, por más que los recuerdos ingratos se liberen con facilidad, rememorando los muchos días en que sus hijos crecieron sin la presencia de su padre. Un padre absorbido por la marcha de la empresa: como si ésta tuviera vida propia y gozara del poder de marcarle la agenda, de neutralizar sus deseos de una vida familiar más intensa, de apoyo a su mujer, de respirar el calor de los cambios infantiles y adolescentes que moldeaban el carácter de los hijos. Una vez le hablaron de los costes hundidos de las empresas, pero él los entendió aplicados a su vida personal: sí, las horas regateadas a la familia ya no resultaría posible recuperarlas nunca y constituirían una carga que, aun perdiendo intensidad con el paso del tiempo, permanecería en la despensa de sus remordimientos.

Se fijó en el correo electrónico. Algunos mensajes de clientes le recordaban trabajos pendientes o le reclamaban una atención prioritaria. Contestó los que pudo, reservando el resto para la reunión que, a las ocho, mantendría con los mandos intermedios de la empresa. Eliminó los correos publicitarios y leyó con detenimiento el remitido por su asociación empresarial. Le convocaban a la asamblea anual que se celebraría una semana después. El Orden del Día respondía a cuestiones recurrentes: nombramientos y ceses, estado de las cuentas, elecciones de la Cámara de Comercio, futuras actividades de formación y poco más. Toni nunca había acudido a aquellas reuniones. En ocasiones le carcomía ese auto-aislamiento que le alejaba de sus colegas. De otra parte, sabía que sus obligaciones no le permitían abandonar la empresa cuando se le antojaba; podía delegar y marcharse, pero entre sus dos inmediatos colaboradores existía un pique continuo sobre quién era más importante para la empresa. Una rivalidad que prefería no ahondar, otorgando a uno u otro un plus, por pequeño que fuera, de predominio. En todo caso, tampoco le animaba asistir a asambleas en las que lo importante y urgente sólo surgía, según le habían contado, en el apartado de ruegos y preguntas. Un espacio residual que se liquidaba con prontitud porque llegaba la hora de cenar y los ánimos se desinflaban. Si se hablara del precio de la luz, de la calidad de Internet en su polígono industrial, de la simplificación de aquellas ayudas públicas cuyo enunciado de requisitos prácticamente agotaba el abecedario (a), b), c)…) con el absurdo añadido de convocarse en julio para justificarse en noviembre…

Se acercaban las ocho y Toni ya disponía de un esquema mental que organizaba su trabajo del día. Durante la primera hora discutiría con sus empleados el calendario de la producción, a tenor de los últimos cambios y demandas provenientes de los clientes. Se hablaría, asimismo, de reorganizar y actualizar los stocks para que existiera la necesaria sincronía con la producción. El punto caliente llegaría cuando se discutiese la distribución de los trabajadores de talleres: ahí, los responsables de las dos líneas de producción mostrarían, como de costumbre, los dientes. De nuevo, aplicaría paños calientes o, en última instancia, ejercería su autoridad y, durante un tiempo, tendría de morros a los encargados.

Esa misma mañana debía acercarse al banco. Se disponía a presentar la documentación contable y financiera que se requería para renovar la línea de crédito circulante. Precisaba ampliarla y sabía que, junto a la discusión sobre intereses y comisiones, surgiría, por parte del banco, el reclamo de que cambiara los vehículos de la empresa a la aseguradora de la entidad y una nueva presión para que desviara hacia el banco las operaciones de exportación que le gestionaba otra firma bancaria.

Salir de la reunión lo más íntegro posible quizás le permitiera reunirse con su asesor fiscal y laboral. Le preocupaba el encadenamiento de bajas de enfermedad de uno de los trabajadores que, a causa de diferentes secuelas de la Covid, llevaba meses en casa. Quería conocer también el alcance de la nueva reforma laboral y de las cuotas de la Seguridad Social. Le quedaría algo de tiempo para un tentempié, pero sería escaso porque deseaba visitar a uno de sus mejores clientes, cuya sede empresarial se encontraba a una hora de distancia. La frecuencia de sus pedidos había disminuido en los últimos meses y resultaba importante sondear las causas que lo provocaban. No en vano, aquel cliente representaba, por sí solo, el 20% de la facturación anual de Manufacturas Alba.

Tras cumplimentar las anteriores previsiones, regresaría al despacho. Le rondaba por la cabeza el diseño de un nuevo producto que podría abaratar los costes de sus clientes y aportarles avances significativos en el control de calidad y la minoración de la huella de carbono. En contrapartida, necesitaría introducir un mayor contenido electrónico y un software distinto. Se trataba de una operación compleja para la empresa que le obligaría a contratar nuevo personal con habilidades distintas a las existentes. En conjunto, una iniciativa arriesgada que aconsejaba pensarla en detalle y discutirla con personas de la mayor confianza profesional. ¿Podría alguien orientarle acerca de dónde hallar un asesor técnico con la especialización requerida? En ocasiones como ésta, los apoyos más necesarios eran los más elementales. Al fin y al cabo, todos los empresarios no eran ingenieros y muchísimas empresas se ubicaban en lugares alejados de las principales ciudades.

La vibración del teléfono le advirtió de una llamada entrante. Lo había dejado en silencio durante las reuniones y ahora, una vez operativo, observó que se habían acumulado más de veinte llamadas. Intuitivamente estableció las prioridades e inició las respuestas. Seguir pensando en innovaciones quedaba de nuevo relegado para otra ocasión. Ahora, sus interlocutores telefónicos le informaban de que tenía que firmar documentos de exportación y transferencias, interesarse por la causa y consecuencias de un importante impago, resolver la discusión habida entre sus segundos cuando había salido, atender a algunos proveedores con problemas logísticos y calmar las aguas de aquel cliente que exigía una respuesta inmediata a la avería de uno de los productos suministrados por la empresa.

Definitivamente, aquel día también llegaría a cenar con su hijo acostado y su mujer dormitando en el sofá. Un día más, el Almax y el ansiolítico tomarían las riendas del sueño.

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