'Terreta' Mítica
Ha pasado el 9 d'Octubre, otra fecha más en la que la distancia entre alicantinos, castellonenses y valencianos se agranda
VALÈNCIA.- A estas alturas del año en el que se homenajea a Luis García Berlanga es sabido que el cineasta era irreverente, descarado y burlón. Sus rodajes eran tan accidentados como brillantes. O lo que es lo mismo, había método en su caos. Podía detestar la dirección de actrices y actores porque prefería dejarla a la espontaneidad. En cambio, no dejaba ni un cabo suelto en sus planos secuencia, pues era consciente de que se jugaba mucho en ellos y que, para que resultasen armonizados, requerían de rigor en la dirección.
También era «un poco fallero, y un poco valenciano, y un poco puñetero», como aseguraba José Sacristán en una entrevista sobre el rodaje de La vaquilla (1985) para la revista El Cultural. Y un poco fetichista. El cineasta obsesiones tenía varias. Desde el pavor a la muerte pasando por los travellings o la pólvora.
Ese gran arraigo y valencianismo se tradujo en que intentase hacer estallar su propia mascletà a la mínima que el guion lo permitiese. Ejemplo de ello, la escena final de Esa pareja feliz (1953), cargada de simbolismo y de traca; o Calabuch (1956), ese viejecito científico americano amante de la pirotécnia que aparece en un pueblo del Mediterráneo. Los fuegos artificiales quizás puedan pasar desapercibidos para quien ni por cinéfilo ni por valenciano cae en esos detalles de ambiente. Son, al fin y al cabo, una manía más camuflable y festiva.
Menos discreta era, en cambio, su obsesión con el Imperio Austrohúngaro. Aquella inestable potencia europea fue el mayor fetiche de los diálogos de sus películas. Berlanga logró incluir en todos sus largometrajes la mención a dicho imperio. En todos excepto en uno, en el primero, Esa pareja feliz (1953), que dirigió junto a Juan Antonio Bardem. Quizás porque aún no había despertado en el cineasta bizarra obsesión o quizás porque a Fernando Fernán Gómez y Elvira Quintillá no les hacía falta lidiar con el territorio centroeuropeo; ya tenían suficiente con la electrónica.
* Lea el artículo íntegramente en el número 84 (octubre 2021) de la revista Plaza
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