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Y así, sin más

Un fotomatón, retener los besos y Tina Turner

3/06/2023 - 

ALICANTE. Me niego a pensar que el único lugar seguro en el que podemos besarnos sin miedo sea un fotomatón. Hace unas semanas, en un país que se descontrola mientras la ignorancia de algunos crece ante discursos vacíos y chabacanos, me encontré con una foto que me conmovió –no se me revuelve fácilmente, me he vuelto impasible, ya lo he dicho más de una vez–. Databa del año 1952, en Vancouver, para ser exactos en un fotomatón de Circa. El de la derecha se llamaba Joseph John Bertrund Berlanger. El de la izquierda quedó en el anonimato. Una cabina de fotomatón era uno de los pocos sitios seguros en los que besarse una pareja que se salía de lo estipulado en una sociedad castiza y retrógrada. Cuando el revelado de las instantáneas cayó en las manos del editor de la revista TIME, muchos años después, este dijo al respecto: “Lo que hace tan conmovedora y reseñable esta imagen es lo silenciosamente radical que resulta después de tantos años”. A la mente me vino aquella mítica foto de El País Semanal en la que en julio de 2021 se celebró el amor con uno de los besos más sensuales de la historia. Fuera de fotomatones. Para el mundo. Muchos años después.

Me he besado en muchos sitios y nunca en un fotomatón. Me encantaría saber quién se ha besado en un fotomatón. Retuve los besos, como dice el escritor italiano Massimo Recalcati en su manuscrito Retén el Beso (Anagrama, 2023). “Cuando te beso, ya lo sabes, tú que no fuiste el primer beso de menta […] Sabes convertir todos nuestros besos en primeros besos. Cuando te beso, aún, ya lo sabes, siento aún el corazón en la lengua como el primer beso. De modo que retengo nuestro beso apretando mis rodillas con fuerza; retengo aún tu corazón en mi lengua. Y mi corazón en tu lengua, aún”.

Mientras Recalcati me absorbía, escuché por la calle decir a alguien que “un matrimonio eran una mujer y un hombre para toda la vida”. Uno escucha muchas tonterías a lo largo del día. Si algo me ha enseñado la vida es que existen pasiones de la carne que admiten muchas más combinaciones que las de un hombre y una mujer en la cama. Que el amor no entiende de razas ni de sexos por mucho que algunos se empeñen en ello. Y lo de para toda la vida, si lo encuentras. Y si veis que no, señoras y señores, seguid probando hasta que llegue.

Paralelamente, mayo nos sorprendía con la muerte de Tina Turner. La reina del rock, construida por ella misma y con la ayuda del maestro de la aguja Azzedine Alaïa, fallecía en su casa de Suiza a los 83 años dejando a sus espaldas una historia de amor traumática. Fueron el fotógrafo Peter Lindbergh y el propio Alaïa quienes ayudaron a la cantante a crear una de las imágenes más potentes de la historia de la música contemporánea. Tina, no hacía falta apellido para identificarla. Con sus vestidos brillantes y su pelo un poco cardado y desmontado. Y su piel, que brillaba como coraza de una de las voces más destacadas del mundo.

Revolucionó con su voz la historia del rock y la del feminismo, cuando se atrevió a hablar alto y claro sobre los tremendos abusos que había sufrido durante su matrimonio con Ike Turner. Su madre veía en ella a una futura enfermera o profesora, pero su hija pequeña quería otros retos. Tras trabajar como auxiliar de enfermería, a los 17 años conoció en un local de Saint Louis a Ike Turner, que no tardó en contratarla como vocalista para su banda Kings of Rhythm. Le compró ropa, le arregló los dientes, le cambió el pelo y la bautizó como Tina Turner. Después llegó Alaïa y nos dio el icono que todos conocemos.

Fue en el año 1981, en la época en la que Tina Turner intentaba establecerse como artista en solitario, cuando la cantante reveló la verdad de su abusivo matrimonio con Ike. La artista se separó en 1976 tras vivir un auténtico infierno de drogas y malos tratos. "Me arrojó en una ocasión café caliente a la cara, provocándome quemaduras de tercer grado. Usó mi nariz como un saco de boxeo tantas veces que podía sentir el sabor de la sangre corriendo por mi garganta cuando cantaba. Me rompió la mandíbula. Y no podía recordar lo que era no tener un ojo morado", escribió Tina en sus memorias de 2018, My Love Story. “Me convencí a mí misma de que era feliz, y fui feliz por un breve tiempo, porque la idea de que estaba casada en realidad tenía un significado para mí.”


Esta historia me conmovió mientras me absorbía la lectura de los besos. Tina es una de las muchas historias en las que los besos no se retienen, sino se obligan a darse. Los mejores vestidos, una carrera en la moda y la música no importan si cuando llegas a casa una bestia te espera. Lo que une la historia, la del fotomatón y la de Tina, es el contexto social en el que se desarrolla y la fuerte actualidad que desprenden ambas –a pesar de haber ocurrido mucho antes de que yo naciera–. Unos, no podían quererse fuera de un metro cuadrado. Tina, redujo su vida a un metro cuadrado de infelicidad durante mucho tiempo.

Yo no quiero dar besos vacíos, solo retener aquellos que importen de verdad. Y no hablo de los que nos dejan cerco de babas en la mejilla. Esos hacen ruido en el espacio de tiempo que pasa hasta que giras la esquina y puedes limpiarte. Hablo de besos de amor. Besos sanos y cariñosos, pasionales quizá. Quizá, solo quizá, debamos de creer en un octavo mandamiento: solo retendré los besos –y las historias– que de verdad importen. Porque como Tina, nunca es tarde para mandar a la mierda lo que te hiere. Y para los que siguen escondiendo los besos, como dijo Sebastián Yatra a Vanity Fair, “Es bonito vivir las cosas sin exponerlas, pero tampoco escondiéndolas. Vivir escondido sería vivir dentro del chisme”.

Y así, sin más, descubrí que el amor cabía en una cabina de fotos, pero que eso no era vivirlo.

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