La realidad “atropella” a Sánchez. Hemos visto esta semana una sarta de despropósitos que precipitan el colapso en este país.
En primer lugar, hay una “huelga general” que, aunque no lo es de iure (porque no la apoyan los sindicatos mayoritarios), lo es de facto. En segundo lugar, la mayoría parlamentaria rechaza el talante autocrático del Presidente. Así que asistimos a una “moción de censura” de facto, que no lo será de iure a menos que Podemos cambie poder por dignidad.
Pero la realidad no atropella a Sánchez como lo haría con cualquiera: con él lo hace con las contradicciones maquiavélicas que el Presidente ha ido propiciando. Me explico. Las dinámicas para “crear un espejismo de metamorfosis” con una retórica (lo que se dice) que sustituye a “lo que se hace,” son inauditas.
Todo empezó hace quince días cuando, después de subrayar que “había luchado mucho por la libertad”, el ministro Planas expresa "pleno y absoluto respeto” a la manifestación de los agricultores. Con 400.000 individuos recorriendo Madrid con tractores y animales, el Gobierno se digna a "estar dispuesto a trabajar" con el sector agrario. Pero ¡atentos!: los del “respeto” piden a los agricultores y ganaderos que “arrimen el hombro”. Es decir, hacen una inversión de la carga de la prueba, que pone sobre ciudadanos – asfixiados por la reforma laboral y el coste de la energía que el Gobierno no frena- la posibilidad de solución. Alucinante.
Menos “respeto” se tiene, después, con la huelga del transporte, esa que el Ejecutivo califica inicialmente “de boicot de la ultraderecha". Con soberbia, Sánchez infravalora el poder de los convocantes y las consecuencias de la protesta. Se limita a “mostrar su empatía”, a ofrecer “diálogo” y a dar aviso a navegantes de que garantizará “el orden público”. Nueve días más tarde, ante la amenaza de un país parado, el “diálogo” se cambia por una especie de soborno a “golpe de subvención”. Pero el incendio no se aplaca y los manifestantes, que cada vez son más, piden solución real al incremento asfixiante del coste de la energía.
Resultado: un país paralizado. Eso sí, para alegría y tranquilidad de nuestro Presidente, el colapso no cuenta como “huelga general”. Ya sabemos que las huelgas generales las convocan los grandes sindicatos, esos que, hasta ahora, se han movilizado por motivos feministas o de inmersión lingüística, pero no por la inflación o la subida de la luz. Vemos que, en unas circunstancias insostenibles para gran parte de la población, algunas centrales sindicales no es que callen: es que piden que “se permita a los transportistas que lo deseen ponerse a trabajar”. ¡Toma ya!
En medio de este lío, Sánchez incendia el país con su política exterior. Recordemos, una política de Estado, no de Gobierno, que debe consensuarse.
Con una guerra peligrosa y en una crisis energética sin precedentes, a espaldas de españoles (que muchos no pueden poner la calefacción y no llegan a fin de mes), el Presidente decide modificar unilateralmente la postura de España respecto al Sáhara. Con un par.
Nadie tiene ni idea de quién se lo ha ordenado, pero sabemos que no ha consultado ni al Consejo de Ministros, ni a la oposición, ni al Parlamento. El resultado es un gran cabreo.
Para empezar, de Argelia, la del gas, que ya ha llamado a consultas al embajador. Para continuar, de la oposición (todas las formaciones cuestionan por las formas y el fondo al Presidente). Y, para finalizar, aparentemente, de su socio de Gobierno.
Digo aparentemente porque, raudos y veloces, los miembros de Unidas Podemos han salido a denunciar, por redes y medios, que el PSOE ha “incumplido” el “mandato de país”. Sin embargo, ni rastro de orquestar un plante, de plantearse una moción de censura o de pedir una cuestión de confianza.
El enfado es “de palabrita” no de hechos. Porque con la misma celeridad que han echado pestes, se han apresurado a aclarar “que no van a romper el Gobierno” porque son “coherentes” y dejar el poder sería una “irresponsabilidad”.
La RAE define la coherencia como la “actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan”. Unidas Podemos, en el punto 134 de su programa de acción exterior, prometió “Libre determinación de pueblo saharaui” entre otras cosas. Ahí lo dejo.
Por su parte, la responsabilidad se relaciona con “la impunidad que resulta de no castigar a quienes son responsables”. ¿Con quién tienen los morados su compromiso, con Sánchez, con los españoles que no llegan a fin de mes a los que abronca Planas, con sus votantes o con ellos mismos y su bienestar?
En 1965, Marcuse, autor de la Escuela de Fráncfort e icono para la izquierda, habló de la “tolerancia represiva”, que se utiliza en las democracias para favorecer el control social y obstaculizar el cambio. La idea es que hay alternativas e instituciones que aparecen como “oposición” que, en realidad, “se integran” en los sistemas. “Los movimientos progresistas” se transforman en su contrario “en la misma medida en que adoptan las reglas del juego”. Niquelado: ni que hubiera descrito a los “socios de la moción” de este Gobierno y a sus satélites del cambio.
El sistema de Sánchez ha fagocitado de tal forma cualquier contrapeso de antaño que hoy, pese a la arrolladora y triste realidad, es muy difícil encontrar un mecanismo que ejerza sobre él un control real. Se trata de “aparentar” pero no de “tocar los hechos”, para que todo siga igual.
A pesar del discurso. Porque, sin palabras, los sindicatos toleran. Con palabras críticas, Unidas Podemos se aferra al poder y al sueldo. Y, con palabras bonitas, Sánchez nos distrae y sigue sin darse prisa para tomar medidas que alivien los problemas que asfixian a los españoles.
El texto inicial de los voxistas, que ahora se autoenmiendan, se basaba en el incremento del control sobre las cuentas, la retribución de los altos cargos o los convenios como condición para seguir recibiendo subvenciones