Cuando hay un gobierno que llama a los cuidados, otros llaman a combatir. El primer día de la guerra de Ucrania cayó Iryna Tsvila en la batalla por Kiev. Heroína, combatiente del Batallón SICH y la Legión de la Libertad, también era escritora, mujer trabajadora y madre de cinco hijos. Veterana de la guerra del Donbás de 2014, formaba parte de la Brigada de la Guardia Nacional de Respuesta Rápida del Ejército de Ucrania. "Durante el enfrentamiento, perdió la vida al intentar detener el avance de un blindado ruso en las afueras de la ciudad de Kiev”, publicaban los medios de comunicación.
Este 8 de marzo habría que recordar a todas las mujeres que luchan en el frente y en la retaguardia por la paz, como Clara Arnal, patrona de la Fundación por la Justicia que está en la frontera con Polonia ayudando a los refugiados. En el otro lado, hay un 17% de mujeres en el ejército ucraniano e innumerables voluntarias en la resistencia que luchan por su país. Son un número muy significativo, tratándose de una sociedad tan patriarcal que aún no asume que sus mujeres desfilen con botas de combate. Sobre todo, porque en este momento de la historia, la mujer no sólo asume el rol de médico, enfermera o teleoperadora en el frente. Desde 2016, tras un cambio legislativo, las mujeres soldado ucranianas empuñan un arma y caen por la patria.
No son las únicas de las últimas guerras. Conocidas como “las mujeres más feroces”, las soldado kurdas lucharon hasta la muerte contra el Estado Islámico, en un mundo tan cruel como el que niega a la mitad de su población el derecho de existir en sociedad en igualdad. Las combatientes kurdas derrotaron en 2016 a los yihadistas y detuvieron su avance en la ciudad de Kirkuk, al norte de Irak. Zohra Zahran, al frente de las tropas, aseguraba entonces a Euronews: “Es un deber para cualquier ser humano luchar contra este enemigo”.
Ya no vale el comentario machista de que las mujeres no van a la guerra, para reivindicar la supremacía del hombre. Siempre han ido, cuando las han dejado. Miles de mujeres se alistaron como milicianas para luchar contra el fascismo en la Guerra Civil española. Mujeres como Fidela Fernández Velasco, popularmente conocida como Fifi, de las Juventudes Comunistas, fueron las primeras en empuñar un arma desfilando junto a los hombres en suelo europeo, hasta que fueron relegadas por el Ejército de la República antes de terminar la contienda. Tras más de 40 años de democracia en España, la coronel Patricia Ortega se convirtió en julio de 2019 en la primera mujer general en la historia de las Fuerzas Armadas. Las mujeres representaban en 2018 el 12,7% de efectivos de las Fuerzas Armadas, según datos del Observatorio militar para la igualdad entre mujeres y hombres.
Incluso cuando lo tenían prohibido, las mujeres se han disfrazado de hombre para poder luchar. Como Carlos Garaín, que en 1781 caía herido en el cerco de Mahón. Murió desangrada al negarse a que la desvistieran y sólo cuando falleció se comprobó que era una mujer. Nunca se supo su nombre, pero fue enterrada con grandes honores.
Lera, comandante de una cuadrilla de morteros en Ucrania, se tatuó en el brazo la leyenda “Nos vemos en Vahalla”, el paraíso de los combatientes. Acababa de perder a su prometido en el frente una semana antes de la boda. Lo cuenta la cineasta Masha Kondakova, directora del documental Inner Wars, que siguió a estas mujeres soldado en la guerra del Donbas entre 2016 y 2019, donde ella misma resultó herida mientras filmaba.
La resistencia civil también la protagonizan las mujeres que no han querido abandonar Ucrania. El gobierno prohibió a todos los hombres de entre 18 y 60 años abandonar el país, sólo a los hombres. Pero ellas se reúnen en la biblioteca para preparar emboscadas o repartir víveres, y se apostan en las esquinas con un rifle Kalashnikov que aun no han aprendido a disparar. En el momento de escribir estas líneas, las mujeres ucranianas siguen resistiendo, ya sea tejiendo redes de camuflaje o empuñando un arma.