Lo peor de unas elecciones, o de las pre campañas y aburridas campañas electorales como en la que nos hemos visto envueltos en todas estas semanas, es la gran cantidad de promesas que unos y otros nos han lanzado sin tapujos, complejos, ni escrúpulos. El todo vale para la clase política no es sostenible y menos extensible a una sociedad que abona con sus impuestos una carrera de fondo en la que ya casi nada importa. Toda promesa es un juego. Leyes cambian leyes que, por lo general, no se aplican nunca. Existen normas aprobadas durante los últimos lustros que no han salido realmente del cajón y jamás se han desarrollado. Es sino.
Pero hay más. Mucho más. Como saber de dónde saldrán todos esos millones que nos dicen se van a invertir, o cómo se financiarán tantos proyectos prometidos si las arcas están más que vacías. Esta semana Europa nos recordaba que ya podemos ir ahorrando por si acaso. O sea, la promesa de piscinas climáticas a coste cero tendrá que esperar.
Sólo nos faltaba que esta clase de verbo fácil a la que le gusta más una foto y la nómina a fin de mes que realmente hincar el lomo durante una legislatura nos explique de dónde saldrá el dinero para cumplir promesas, porque si no sale de más impuestos desconocemos de dónde vendrá. Tanto hablarnos de digitalización pero cada día es más complicado hablar con el sistema. O sea, el sistema pasa de nosotros. Nos exigen una inversión en medidas tecnológicas, pero de atender y racionalizar lo justito.
Estos últimos días, sin embargo, en lugar de digitalización, mi buzón se ha llenado de cartas que ni siquiera he abierto. Para qué, pregunto. Sobres de colores pagados de nuestras asignaciones. Con lo cual, aquí no cumple la digitalización ni quien la bendice. Será también culpa del cambio climático, dirán seguro, pero lo bien cierto es que nos hemos dejado unos cuantos millones en cartas y papel que acaba siempre en las papeleras. Las familias que tengan varios hijos en edad de votar sabrán a qué me refiero. ¿Dónde están los ecologistas para levantar su voz?
Para todos estos que dicen gobernarnos, pero en el fondo simplemente les interesa colocarse, les llegará en una semana la posibilidad de continuar situados unos y colocar después a otros más. Es ley electoral. Una vez electo/a haz lo que te plazca. Funciona como mantra.
Lo único que he podido comprobar en ésta pre y campaña es que nada ha cambiado. Salvo el nivel de guerrilla. O lo que es lo mismo, el sistema no ha variado. Continuamos sin avanzar demasiado y con más ruido mediático del esperado para vendernos banalidades. Porque si el sistema sanitario o judicial no funciona desde hace años no hace falta prometer futuro. Simplemente cumplir el presente. Y marcar prioridades. La evidencia es que pasado el tiemp, todo será más de lo mismo. Hasta el próximo proceso electoral.
Escuchamos tantas ocurrencias que a veces pienso que estos que nos han pedido el voto creen que la sociedad vive pegada a sus ocurrencias, como si no existiera mañana. Pero eso sí, todos los que salgan electos continuarán gozando de sus privilegios en forma de móviles de nueva generación, tablets, cantinas de bajo coste y hasta kilometraje. O lo que es lo mismo, más leyes sin futuro: abrazos y pactos.
Se llama, quizás, desencanto. Sí vale, ya no hablamos tanto de corrupción, aunque la corrupción tiene tantas caras que son difíciles de descubrir y si no haremos más normas y anuncios de buena gestión para esconder “pequeños deslices” o atrocidades infinitas. La corrupción no tiene cara. Son múltiples porque nadie la controla en toda su extensión. Faltaba el voto subvencionado que por lo que sabemos es sólo la punta de iceberg.
Pero tranquilos, siempre nos quedará una comisión o un comisionado como elemento perturbador de supuesta objetividad.
Lo que me preocupa es que, sabiendo de las grietas del sistema, nadie haga nada por “parchearlo”. Y eso sí es desencanto. De eso nadie nos ha hablado.
Esperaba de esta campaña, al fin agotada, mucha más altura de miras, para qué negarlo. Creía que nuestra sociedad, con una renovación generacional de políticos, sería capaz de plantear nuevos debates, nuevas iniciativas, nuevos proyectos solidarios, nuevas ideas generacionales... Debates estériles y poco ilusionantes. Mucho aplauso fácil. Seguramente es que nuestra clase política ha dado la medida de su capacidad, pero nunca pensando en las necesidades reales de una sociedad ahogada y sí de unas inquietudes sesgadas y con derivas intervencionistas y personalizadas según siglas y colores que no dejan de ser casi idénticos. Nos queda mucho aún por aprender a pesar de que nos dicen que somos una democracia avanzada, moderna y consolidada.
Por cierto, yo desconfío por norma de nuestra clase política. Es una evidencia, pero hoy domingo tengo mesa electoral. A la que no faltaré bajo amenaza de multa. Soy solidario. No puedo vulnerar mis principios básicos.
Y sí, seguramente, fui también en un tiempo tonto inútil que acaba de pagar impuestos para sufragar la fiesta. Por eso formó parte del sistema con mis ideas. Aunque no me guste.
Menos “reels” y creadores de contenidos tontos que distribuir en RR SS -hay muchos de psiquiatría en este país, cada día más- y más conciencia de nuestra verdadera realidad social y económica. No todo está en comprar terminales de nueva generación para llenar contenidos de quienes se los llevan gratis.
Nos estamos convirtiendo en bobos auténticos. Con subvención, claro. O en bicicleta, aunque la mía haya desaparecido con alegría en un aparcamiento público y me cuesta denunciar. Nos faltaba la Inteligencia Artificial. Continuamos siendo una sociedad de irrealidades, aunque otros lo denominen “Patriotismo”. Es a lo que lleva el verbo fácil. El mañana que nos espera.