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el interior de las cosas / OPINIÓN

Visiones apocalípticas

8/04/2019 - 

 Mientras paseaba por la Alameda de Morella con mi perro Pancho, el gélido viento del norte nos iba moviendo al ritmo de sus ráfagas y de su furia sonora. En medio de esta ola de frío primaveral, con sus copos de nieve incluidos, piensas, de repente, que el fin del mundo podría estar cerca. Imaginas que la cadena de montañas que rodea la comarca de Els Ports, vuelve a llenarse del agua salada y del agua dulce que crearan enormes riberas donde vivían plácidamente los dinosaurios. Y regresamos a las cuevas para vivir y morir, para pintar nuestros deseos, sueños, para compartir un destino implacable, y ya deberían existir los flaons y las mantas morellanas para cobijar del frío a los seres humanos.

Muy temprano, el viento cierzo era el único sonido que se colaba entre los pinos de la Alameda, aullando con toda su fuerza sobre las rutas del vacío, arrastrando cualquier forma de vida. Menos mi perro Pancho, único habitante de esta amplia zona verde, que correteaba jugando con la dirección y fuerza de los vientos hasta que atravesamos la puerta de la Nevera. Y todo regresa a la primavera cambiante, al abrigo de las murallas y a la sonrisa y los profundos ojos del pequeño Aimar que observa curioso desde su carro de bebé. La vida vuelve a ser cálida y bella.

Frente a la previsible desolación, los habitantes que residen entre montañas celebran, como nadie, la vida

Pero sientes que el frío ha calado tus huesos, y sientes que cada vez reside menos gente en los pueblos, sobre todo los jóvenes que no encuentran su futuro entre piedras y montañas. Así lo explicaba el alcalde de Vilafranca, Óscar Tena, en una entrevista publicada en la edición provincial de El Mundo, que también hacía referencia al reciente ERE de la empresa Marie Claire, que afecta a 82 personas de una población que no alcanza los 3.000 habitantes. Tena, no obstante, se mostraba optimista, pero indicaba que el problema de la despoblación ya no depende de las administraciones más cercanas, provincial y autonómica. Es un tema clave que solo puede revertirse desde el Gobierno central y la Unión Europea.

Frente a la previsible desolación, los habitantes que residen entre montañas celebran, como nadie, la vida, como mis queridas Susana y Marián que ocuparon el bar Blasco para festejar sus aniversarios de medio siglo. En medio de la mejor música de los 80 y los 90, nos reencontramos un buen numero de personas que habíamos compartido la rutina diaria en Morella y que, ahora, la mayoría residimos en otros pueblos y ciudades. Con mi estimado Emili, recién casado con Pere, el amor de su vida, nos metimos de lleno en la campaña electoral y en el “apoyo social” que está recibiendo la ultraderecha, el fascismo creciente. Menos autonomía y menos tonterías, mano dura, pena de muerte y poner orden en este país que se hunde… son los gritos que lanzan personas cabreadas con su entorno y con el mundo. Y nos santiguamos como dos falsas beatas. A dónde vamos a llegar.

Pere y Emili fueron víctimas de una brutal agresión homófoba en Sitges hace unos cuantos años. Pienso en ellos cuando en este país sufrimos a personajes como el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, a quien conocemos muy bien en Castellón. Sabemos de sus agravios, soberbia y codicia. De su cinismo, fundamentalismo e intolerancia, de su homofobia y misoginia. De su afán de protagonismo y egolatría. El mismo Reig Pla que utilizó Televisión Española hace unos meses para despedir el 2018 con un sermón misógino, homófobo, xenófobo y totalmente crítico con el derecho al aborto y “la malicia de los anticonceptivos”.  El mismo obispo que, también en RTVE, emocionara a Blas Piñar hace unos años en la polémica misa de Paracuellos. El mismo que financiaba la vivienda donde un cura pederasta, condenado por abusar de una niña durante casi una década, cumplía el régimen abierto. Y el mismo, que con su falta de pudor y ética, se jugó en Bolsa las arcas de la diócesis de Segorbe-Castellón mientras él vivía de pompas, exhibicionismos y despilfarro. 

Estos guardianes y talibanes de la moral, que nos regresan a los tiempos más oscuros de nuestra historia, tienen poco de cristianos

Lo penúltimo de este señor obispo son las terapias y cursillos “para curar a las personas de la homosexualidad”, esa enfermedad que nos lleva directos al infierno. La Conferencia Episcopal Española ha apoyado “con afecto” a Reig Pla, calificando de manipulación tendenciosa la información sobre estos cursos. La organización HazteOír ya presiona al PP para que defienda a este salvador de la moral y de la patria. El partido de Abascal sigue la estela del odio y, como ha escrito este fin de semana Sánchez Dragó, “un río de sensatez fluye hacia Vox”. Y lo último de Reig Pla ha sido cargar contra la eutanasia y recomendar a las personas enfermas terminales que sufran como Cristo.

Estos guardianes y talibanes de la moral, que nos regresan a los tiempos más oscuros de nuestra historia, son poco cristianos. La falta de respeto y los continuos ataques a la dignidad de las personas es el púlpito este aparente residente del infierno. Un obispo, con urgente necesidad de terapia, que no sabe que la homosexualidad no es una enfermedad, pero el odio, la homofobia, misoginia y xenofobia sí que lo son.

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