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tribuna libre / OPINIÓN

Voting USA

4/11/2020 - 

No se puede describir la realidad a base de tópicos, la diversidad del mundo requiere matices para entenderlo. Todavía hoy me cuesta comprender en toda su dimensión a los Estados Unidos de América sin caer, involuntariamente, en alguna vana generalidad. Llevo viviendo todas las noches electorales frente al televisor desde el 5 de noviembre de 1996, cuando Bill Clinton, el mejor presidente desde Franklin Delano Roosevelt, ganó al indolente Bob Dole en una gran noche para el Partido Demócrata. Años antes, el  independiente Ros Perot le había regalado la presidencia dividiendo el voto conservador  frente a George Bush.

El porqué de esta extraña atracción por los procesos electorales del país más importante de Norteamérica (y posiblemente, del mundo) solo lo podría explicar por un factor generacional de aculturación. Cualquier persona del baby boom que dijera no sentirse atraído por algún rasgo cultural estadounidense miente descaradamente. Aunque no haya pisado jamás suelo americano ni haber conocido nunca a una persona de esa nacionalidad. No es mi caso y esta expectación ha crecido con los años, guardando recuerdos de cada elección e impulsándome a la lectura y el conocimiento in situ de este insólito país y sus peculiaridades culturales, geográficas y sociales.

La jornada electoral más bizarra de occidente se vivió en las elecciones del 2000, cuando "el yerno que todas las suegras quieren", el ecologista Al Gore, fue extrañamente derrotado por el poco carismático George Bush

La jornada electoral más bizarra de occidente se vivió en las elecciones del 2000, cuando "el yerno que todas las suegras quieren", el ecologista Al Gore, fue extrañamente derrotado por el poco carismático George Bush Jr, cubanos de Florida y Tribunal Constitucional mediante. En 2004, los primeros comicios tras el 11-S, este último le ganó la partida a todo un icono antibelicista de finales de los 60, John Kerry, demostrando que su elección no fue solo resultado de la casualidad y que los americanos jamás cambian de Gobierno en el cénit de una crisis.

La campaña de 2008 la viví en Amman, Jordania, rodeado de compañeros de trabajo originarios de muchos de los estados en liza. En aquellos años en Oriente Medio se respiraba el fervor por Obama entre la numerosa comunidad estadounidense. Por el contrario, yo pasé la noche comentado los resultados junto a la única votante californiana de John McCain, el candidato republicano y enjaulado héroe de guerra. Ese día me convencí de dos cosas: no todo en América es lo que parece y que nunca un veterano de Vietnam ocuparía la Casa Blanca. Hasta ocho presidentes habían servido en la Segunda Guerra mundial. La Great Generation exprimida hasta la geriatría. América ama más a los viejos que a los perdedores.

Claro que el mandato Obama, primer presidente afroamericano, no fue lo que todos esperaban. Cuando pienso en esos años me vienen a la cabeza las palabras de Eleanor Roosevelt sobre Kennedy: "mucho perfil y poco coraje". Aún así pudo renovar el segundo mandato venciendo al puritano Romney con comodidad en 2012.

Señora no tiene porqué votar a señora. Las minorías se movilizan solo ante el interés propio y el voto latino es el menos progresista

La elecciones de 2016 ya las viví de nuevo en España y, si bien me sentí escéptico con la elección de Hillary como  candidata, recordé a mi amiga Natalie Rose cuando me invitaba a no cuantificar ni calificar la política americana con ojos extranjeros. La realidad de los estados de la unión debe ser analizada individualmente. Señora no tiene porqué votar a señora. Las minorías se movilizan solo ante el interés propio y el voto latino es el menos progresista del electorado. Así, el millonario exdemócrata Donald Trump, gracias al voto de los perdedores y a un estilo directo de showman payasesco extrañísimo entre los republicanos, más habituados a candidatos sobrios, venció a una  desvencijada señora Clinton ante el estupor de la feminidad europea.

Y entonces, tras años de desmanes dialécticos y teatralidad forzada, llegó el 2020 y su virus. Una crisis más en el país más convulso, desigual, extraño y fascinante del planeta. Y llegó Biden, un señor mayor por quien nadie daba un dólar.

God Bless America.

*Pau Ferrando es diputado de Promoción Económica por Compromís en la Diputación de Castellón

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