VALÈNCIA. “Había montado mi vida en torno a una huida". Si pudiéramos activar el Ctrl + F y buscar las palabras más repetidas en el nuevo libro de Jesús Terrés, quizá huida -o, en su defecto, sus distintos sinónimos- sea el concepto que aparece reflejado en más ocasiones. No siempre de manera explícita, pero ahí está. Entre nuestras manos tenemos, sin embargo, un volumen en papel, con lo que la matemática digital no nos puede ayudar, así que tiramos de intuición. Habla de huir, sí, y también de la otra cara de la moneda, de un proceso de encuentro que no tiene nada de romántico. Aquí no hay lugar para los filtros embellecedores. “No escribía porque escribir es desnudarse, admitir la posibilidad de que algo suceda”, añade en otro punto del libro. Capa a capa uno va desvelando de qué va la cosa en Buscaba la belleza (Editorial Destino), la primera novela de Terrés, un relato que habla de la huida, de desnudarse ante el resto y ante uno mismo, de asumir la pérdida... En definitiva, de la vida. "Esta novela es lo más cerca que estoy de lo que yo entiendo como la literatura que amo, con la que conecto como lector, que tiene que ver mucho con esa frase, con ese desnudarse. Una literatura de verdad, desde las entrañas", explica el autor, ahora ya sí, fuera de las páginas y en conversación con Culturplaza.
Antes de continuar, un paréntesis. En Buscaba la belleza hay mucho de Terrés, muchísimo de hecho, pero sin olvidar que se trata de una construcción literaria, un juego entre el yo y el él que es importante remarcar, especialmente tras años de escritura bajo el seudónimo Nada Importa. Esto es otra cosa. "Hay mucha biografía, sí, pero también mentira. Tenía claro que iba a ser infiel a la biografía, porque no lo es. Es una novela", desliza durante la charla. En esta declaración hay muchas claves que dan respuesta a cómo se ha construido un libro que, en un primer momento, también sorprendió a la propia editorial, quizá porque se aleja de ese contexto hedonista que ha marcado sus colaboraciones con medios de comunicación y que, en este caso, aparecen más como pequeños destellos en una narración que explora otros caminos. Tampoco en este proceso ha tenido en cuenta al lector, una mirada ajena a la que la invitación le ha llegado directamente en las librerías o eventos de presentación. Nunca antes.
"Me encanta la relación con el lector, la disfruto, pero mi momento creativo es absolutamente egoísta. No escribo para nadie [...] Si fuese por el lector hubiese hecho otro Nada Importa y este libro no es muy Nada Importa [ríe]". Aquí, subraya, manda la historia. Esa independencia, egoísmo o cómo se quiera llamar la mama también de aquellos autores que le obsesionan, entre los que desliza nombres como Emmanuel Carrère o Annie Ernaux, un ejercicio que tira de "entrañas" para construir un relato que emociona por su crudeza. Pero, cómo todo, aquí también hay muchos matices. Y sí, aunque no es una biografía, la presencia de Terrés en el libro es más que evidente. "Mucha gente me pregunta si me ha servido de terapia. No, la terapia me ha permitido esto, pero yo llegué trabajado. Yo no necesitaba escribir el libro, pero era un muy buen material narrativo". Con todo, el camino es profundamente emocional y viene marcado por una primera decisión: "La vulnerabilidad era clave, era el camino que debía transitar. A pesar del pudor, que fue uno de mis grandes frenos al comienzo. Pero tomé la decisión enseguida. Si quería hacer esto no pintaba nada".
La novela está enmarcada por dos paréntesis traumáticos, dos acontecimientos que trastocan para siempre la vida del autor: la muerte de su padre y el aborto de un hijo. Entre un suceso y otro hay dos décadas de distancia y un proceso doloroso hasta trazar ese mapa de vuelta a casa que va dibujando a través de distintas 'viñetas'. Porque aunque la vida cambia en un instante, como decía Joan Didion en El año del pensamiento mágico, ese instante acaba permaneciendo en el tiempo, a veces demasiado. "Todos nos enfrentamos a pérdidas, más grandes o más pequeñas. La narración órbita en torno a la gestión de estas. El dolor es una presencia constante, sí, pero el dolor siempre está, forma parte de la vida, como la alegría. Hay dolor, pero no pretendo hacer pornografía del dolor, ni recrearme".
También salpican las páginas distintos productos culturales que le acompañan en este camino, libros, cómics o películas que hablan de su amor por la cultura pero, también, de esa huida en la que, a veces, la música y las letras no han servido tanto como acompañamiento sino más bien como una obsesión con la que esquivar el cara a cara con una realidad difícil de gestionar. "Para una persona que decide montar su vida sobre la huida, los productos culturales son un refugio cojonudo porque te regalan chutes de placer. No estoy castigando al artefacto cultural, pero esa entrega, si es solo por eso, te va alejando de las personas". De nuevo, hablamos de huir. "Lo complicado de la huida del protagonista es que huye y no lo sabe. Lo jodido es eso, estar en casa huyendo y no saberlo. La novela trata de cerrar ese círculo".
Esa suerte de ensimismamiento se rompe cuando comienzan las preguntas sobre uno mismo, cuando uno se sitúa frente al no siempre agradecido espejo, un proceso que es de todo menos sencillo pero que es indispensable para completar ese viaje, esa vuelta a casa. Y es precisamente ese necesario careo con la realidad donde reside esa belleza que anda buscando. "Una cosa que me parece interesante de la belleza es que no hay una definición cerrada, es un concepto muy líquido que tiene que ver con cada cultura. Esto me fascina. Cada personaje ofrece su mirada, pero una que los conecta a todos es la idea de verdad. La mentira nunca puede ser bella, la belleza es verdad".