Últimamente no salgo de mi asombro al ver en los medios de comunicación las crecientes manifestaciones en contra del turismo o las acciones hostiles dirigidas hacia turistas. Resulta curioso que muchas de estas protestas se produzcan en destinos que han implementado una tasa con la esperanza de que esta medida sea la solución a los conflictos de convivencia turística.
Mi sorpresa es enorme no solo porque algunos cientos de personas, en su total derecho a manifestarse, salgan a la calle en contra del turismo o al menos del modelo turístico actual, sino también porque en redes sociales observo cómo profesionales, académicos y estudiantes del sector apoyan, reconocen y arengan a las masas en este movimiento. Un fenómeno que está generando un impacto mediático que, claramente, no resulta positivo.
¿Alguno de vosotros puede imaginar a un grupo de alemanes organizando escraches frente a concesionarios de Porche, Volkswagen o Audi, responsabilizándolos por el agujero de la capa de ozono y el cambio climático, con el respaldo de ingenieros del sector de la automoción y operarios de talleres?
Partiendo de la base de que comprendo el malestar de quienes critican el modelo turístico de ciertos destinos, y creo firmemente que es necesario replantear dicho modelo en muchos casos, no puedo compartir el ataque tan poco inteligente al sector turístico, que representa más del 11% del PIB de nuestro país. Pero es que me resulta aún más incomprensible que algunos profesionales del sector, a quienes sigo y que trabajan por y para él, respalden estos hechos o al menos no los cuestionen. Perdonadme si me dirijo a alguno de vosotros, pero yo no os entiendo. La imagen que estamos proyectando, tanto al mercado como a nivel nacional e internacional, es la de un país que no quiere turistas. Alucinante especialmente en un país donde el turismo ha sido fundamental para salir de una dictadura, abrirnos al mundo y permitir que muchos de nuestros mayores desarrollaran una vida profesional y económica. Además, el turismo ha sido una actividad clave, al menos que yo recuerde, para sacarnos de dos crisis como la del ladrillo y la del covid-19.
Insisto, soy el primero en reconocer que el modelo actual en muchos destinos es insostenible. Sin embargo, cambiarlo a base de manifestaciones o escraches contra nuestros clientes, no parece una estrategia adecuada. Asimismo, resulta preocupante que ningún responsable político del estado haya salido a defender una de nuestras principales industrias. No me imagino al ministro de Industria alemán manteniéndose en silencio si ocurrieran ataques en su propio país contra la industria de la automoción, cuestionando las políticas de sostenibilidad de sus fábricas o la falta de compromiso y apuesta por el coche eléctrico, por ejemplo.
Pero ¿sabéis verdaderamente lo que más me altera? La mayoría de los que se manifiestan, participan en los escraches y muchos de los que escriben en redes apoyando estas acciones, acaban de bajarse de un avión low cost desde una ciudad europea, a la que se han escapado unos días visitando museos, celebrando despedidas de soltero o asistiendo a conciertos de música. Es como si quisiéramos turismo, pero no en nuestra propia casa. Yo sí puedo viajar, pero otros que no vengan a mi ciudad. No salgo de mi asombro cuando algunas de estas personas publican en sus redes su último viaje a una ciudad europea, Egipto o algún otro país exótico de Asia. Me parece que, como parte de este país, a veces olvidamos la relevancia internacional de nuestros actos, que pueden afectar mucho más de lo que creemos a una industria sólida, pero a la vez sensible a cuestiones de imagen, especialmente cuando se ataca al propio turista.
Se nos ha llenado la boca hablando del valor social del turismo y lo positiva que fue la democratización del viaje, pero ahora empezamos a querer limitarlo. Solo os pediría coherencia y algo de sentido común. Claro que es necesario revisar el modelo, pero no de esta manera, y menos aun pegándonos un tiro en el pie jugando con el sustento de muchos de los que me leéis. Parece mentira que no entendamos que estamos haciendo la mejor campaña de promoción al resto de nuestros competidores.
Termino confesando que YO SOY TURISTA y deseo que todo el mundo tenga el derecho a viajar, pero de una forma diferente: más consciente y responsable con los destinos que visitamos. Esto dependerá de una mejor gobernanza y, en parte, de una mayor educación viajera para los turistas del siglo XXI.
¡Buen viaje a todos!