VALÈNCIA. La música pop es un santuario natural para las zorras. Quien dice la zorra dice el maricón, o el negro o el panchito, o la marimacho, o el marginado al que nadie quiere porque es raro. En los años cincuenta el rock & roll era una diversión juvenil pero también un refugio y un altavoz para los inadaptados. Nació siendo música hecha por negros que producía ardor de estómago a muchos blancos. Siempre ocurre igual, a los que lo tienen bien les fastidian mucho las quejas de quienes lo tienen algo peor. Pero regresemos a los años cincuenta, cuando un chico blanco empezó a hacer el rock & roll por su cuenta, muchos varones heterosexuales blancos se llevaron las manos a la cabeza. Un hombre que se precie de serlo no podía mover las caderas de la manera amanerada en que las movía Elvis. Como para ir a contarles que, aunque la historia se resista a reconocerlo, el rock & roll fue también invento de mujeres, algunas de ella negras e incluso lesbianas. Los hombres se apropiaron enseguida del rock & roll y a las mujeres les dejaron el pop, que debió parecerles un terreno mucho más apropiado para ellas.
Y así quedó el reparto, hecho por los que desde siempre parten y reparten. Las mujeres sólo podían aspirar a cantar lo mucho que querían a sus novios, lo encantadas que les consentir todo, todo eso a través de letras escritas hombres. Por una Leslie Gore que se liaba la manta a la cabeza y ponía las cosas en su sitio (“no te pertenezco / no me digas que no puedo ir con otros chicos”, cantaba en “You Don’t Own Me”), había una Dusty Springfield que tenía que disimular para que el público no se enterara de que, a ella, lo que más le gustaba, era besarse con una mujer. El pop está llena de zorras y de mariquitas, lo mismo que la vida misma. Pensamos que es sólo entretenimiento y diversión y resulta que no, que es mucho más. Siempre lo ha sido.
En 1975, la debutante Patti Smith publicó un single llamado “Gloria”. La canción no la compuso ella, era de un grupo de tíos -Them- que en su momento lideró Van Morrison. De ahí que la letra, un monumento eléctrico a la tal Gloria, estuviera originalmente construida desde la mirada del deseo masculino. La Smith se la llevó a su terreno ya la devolvió transfigurada en una declaración de amor que tenía el efecto de un huracán. Es más, se convirtió en un himno lésbico interpretado por una mujer heterosexual. Más zorra, imposible, aunque la historia tampoco suele hacer hincapié en este asunto. En cambio, la canción “Rock’n’Roll Nigger”, también de Patti Smith, no puede escucharse en ninguna plataforma musical porque estas se rigen por su propio código moral y han decidido que un término despectivo como en nigger (negrata) es ofensivo. No debe usarse, ni siquiera en un contexto poético que lo que busca es subvertir ese mismo tono ofensivo para convertirlo en un grito de orgullo, en la reivindicación del paria.
Imposible no acordarse cuando la activista norteamericana Tipper Gore puso el grito en el cielo por la letra de una canción que le gustaba mucho a su hija adolescente. El tema en cuestión, “Darling Nikki”, era de Prince y presentaba a la protagonista de la historia masturbándose con una revista en el recibidor de un hotel. Máximo nivel de zorrerío, debió pensar Gore, que olvidó que la masturbación es un hecho consustancial a la adolescencia. A partir de ahí -año 1985- la señora Gore puso en marcha el P.R.M.C., un comité formado por otras esposas de cargos políticos -Tipper era esposa de Al Gore- que abogaba por un control moral de la música pop, la cual consideraban una mala influencia para la juventud. Y como buena plataforma inquisidora que era, publicaron una lista con los temas que, por sus alusiones al sexo, la violencia o las drogas, consideraban más peligrosos. “Darling Nikki”, cómo no, ocupaba el primer puesto.
Pero entre la publicación del single “Gloria” de Patti Smith y la aparición de la Nikki de Prince pasaron otras cosas. Pasó, por ejemplo, que triunfó la música discotequera. Si existe un género musical en el que se ha abusado de la palabra amor, sin duda es este. Música liberadora que celebraba el placer en la pista de baile. El amor como metáfora de interacción física, no nos equivoquemos. Composiciones que eran sexo a golpe de ritmo, muchas de ellas cantadas por mujeres negras. Y de repente, se escuchó la voz de Donna Summer, simulando tener un sinfín de orgasmos a lo largo de los dieciséis minutos de “Love To Love You Baby”. Como era una música dirigida a para un público de gueto - negros, homosexuales, latinos-, nadie se escandalizó en exceso. Molestaba más el estilo en sí y que le quitara autoridad al rock en los gustos populares. Unos años más tarde llegó Madonna y subvirtió los códigos machistas posibles en un tiempo récord, tanto que enseguida acabó en la lista impía de Tipper Gore. Madonna hizo de la lencería una moda, nos recordó que ser rubia y atractiva no significaba ser gilipollas, y cantó que se sentía “como una virgen a la que tocaban por primera vez. Puso patas arriba la cultura pop de los ochenta, y poco antes d que acabara la década, en un arrebato místico digno de Santa Teresa, intentó seducir a un Cristo que encima era negro. Madonna triunfó y pasó a la historia siendo más zorra que nadie.
En los últimos días mucha gente se ha acordado de las Vulpess, aquel grupo bilbaíno que le dio la vuelta a una canción de Stooges originalmente titulada “Quiero ser tu perro” (“I Wanna Be Your Dog”). El tema original, grabado en 1969 por el grupo que lideraba Iggy Pop, es de los pocos que por aquel entonces le daba la vuelta al papel habitualmente dominante del macho. Así que ahí tenías a Iggy proclamando que por amor estaba dispuesto a ser el perro de su amada. No recuerdo que nadie tachara a Iggy de calzonazos, ni tampoco que le llamaran putón por enseñar la pilila en los conciertos. Pero la versión de las Vulpess causó un revuelo tal cuando fue emitida en la televisión estatal de 1983, que terminaron rodando cabezas. A pesar de las pelis de Almodóvar y las canciones de Radio Futura, se vio que España no era tan moderna. Con el lenguaje más explícito posible, las Vulpess reclamaron su derecho a hacer lo mismo que hacían los hombres. Cuarenta años más tarde, Nebulossa, un grupo de pop electrónico con una mujer al frente se apropia una vez más de un término que algunos y algunas consideran una ordinariez salvo cuando lo usan ellos mismos para insultar. Mujeres molestas con este tipo de comportamientos, señoras que sin duda estarían encantadas de tomar el té con Tipper Gore. Pero, sobre todo, un montón de hombres malhumorados por las palabras o la actitud de una mujer. Todos muy enfadados, dudando mucho de que el feminismo necesite gestos así. Como si a ellos se les midiera por el mismo rasero que a ellas. Como si corrieran los mismos riesgos que ellas sólo por haber nacido hombres. No quieren entender que la música pop es el bosque favorito de las zorras. Yoko Ono, Courtney Love, Little Richard, Ziggy Stardust, Prince, Eartha Kitt, Ivy y Lux, Rosalía, Miley Cyrus, Rocío Saiz, Billie Holiday, Amaral, Peaches, Rodrigo Cuevas, Ana Curra, Marc Almond, las Scissor Sisters al completo. Todas zorras.